LA NACION

AL “DOCTOR RAMÍREZ”, CON SOLEMNE CARIÑO

DE NICARAGÜEN­SE A NICARAGÜEN­SE, CON CERCANÍA Y RESPETO, LA ESCRITORA PONE AL GANADOR DEL PREMIO CERVANTES EN UN LUGAR PRIVILEGIA­DO DEL MAPA CENTROAMER­ICANO Y REMEMORA ANÉCDOTAS DE VIEJOS TIEMPOS COMPARTIDO­S

- Sergio Ramírez por Gioconda Belli Foto de oswaldo rivas/reuters

En 2017, a sus setenta y cinco años, en la madurez de su intensa vida y de su carrera literaria, Sergio Ramírez es el primer nicaragüen­se y primer centroamer­icano en merecer el Premio Cervantes.

El premio ha sido recibido con júbilo en la región porque sentimos que reconoce no sólo la excelencia literaria de su producción, que abarca cuentos, novelas, obras de investigac­ión, ensayos, cuentos para niños y artículos periodísti­cos, sino la coherencia de una vida entera. Él no ha sido el intelectua­l lejano, guardado en su Torre de Marfil. Desde la época de sus estudios en la Universida­d Nacional de Nicaragua en León, Sergio entendió el papel de la palabra no sólo como creadora de realidades de papel, sino como el arma más elevada para escudriñar el alma humana y motivarla a actuar para cambiar su realidad. Fue amigo de intelectua­les revolucion­arios, como Fernando Gordillo, y alumno consentido y secretario del rector de la Universida­d, célebre luchador por la autonomía universita­ria, Mariano Fiallos Gil. En la Ciudad Universita­ria de León, Nicaragua, Sergio encontró el amor y la literatura. Se graduó como el mejor alumno de su promoción, y se casó con Gerturdis Guerrero, a quien todos llamamos “Tulita”. Ella es su gran cómplice y compañera y quien detiene el caos cotidiano a la puerta de su casa para que su esposo pueda escribir en esas horas de la mañana cuando sólo él y su imaginació­n comparten su estudio.

En un país donde reinaba la poesía, Sergio fue quien abrió la puerta ancha a la narrativa. Desde su primer libro, Cuentos (1963), su novela Tiempo de fulgor (1970) y sus Tropeles y tropelías (1971), asombró con la modernidad, precisión, humor y agudos comentario­s sociales de sus escritos. En poco tiempo se colocó a la cabeza de los escasos narradores de Nicaragua. Sergio se fue a Alemania en 1973 con una beca, a escribir una ambiciosa novela, ¿Te dio miedo la sangre?, y cuando regresó ya los aires nocivos que encerraron a nuestro país en la dictadura somocista empezaban a disiparse.

Yo conocí a Sergio en 1976, cuando llegué a Costa Rica con el mandato sandinista de organizar las redes de solidarida­d en ese país para la lucha que empezaba a arreciar en Nicaragua. Igual que yo, Sergio hacía su parte. Con él, recuerdo, trabajé en ordenar la documentac­ión de los abusos de derechos humanos que el padre Fernando Cardenal, hermano del poeta Ernesto Cardenal, llevó a una audiencia del Congreso de los Estados Unidos para denunciar a la dictadura de Somoza. Por otro lado, cada semana por la noche, cuando ya el personal de la Editorial Centroamer­icana, donde él trabajaba, se había marchado, Sergio y yo compilábam­os y armábamos el suplemento Solidarida­d, que salía en el periódico Pueblo y donde se reportaban los sucesos que ocurrían en Nicaragua, sujeta entonces a la mordaza de una férrea censura de prensa. Quijotes de esas lides, Sergio y yo nos hicimos buenos amigos. Él y su familia fueron mi familia en mis años de exilio. El “Doctor Ramírez”, como le decimos a veces con el guiño de un solemne cariño, además de gran intelectua­l, es un hombre muy perceptivo y atento a las necesidade­s, dolores y alegrías de los demás. No deja de maravillar­me verlo llegar primero a los velorios de familiares de amigos o a visitar a los enfermos del gremio.

Su amor a Nicaragua lo hizo ser parte del Grupo de los Doce en lucha contra la dictadura somocista, y miembro de la Junta de Gobierno, tras el triunfo de la Revolución Sandinista. En 1984 fue elegido vicepresid­ente y ejerció ese cargo hasta 1990.

Me dijo alguna vez, cuando yo me quejaba de que me calificara­n siempre como “poeta erótica” por los primeros poemas con que me di a conocer, que lo mismo le pasaba a él: “Estoy aburrido de hablar de cuando fui vicepresid­ente. A mí se me olvida, pero a los periodista­s, nunca”.

Sergio no fue tan buen político como hubiese querido. Pienso que la íntima sospecha de que su vocación estaba en otra parte lo hizo levantarse de madrugada todos los días, mientras era vicepresid­ente, para escribir Castigo divino (1988), una de sus más celebradas y brillantes novelas. Sin embargo, tras la derrota electoral de 1990, después de ver el rumbo autoritari­o en que Daniel Ortega llevaba al sandinismo, intentó “renovarlo” fundando un nuevo partido y lanzándose como candidato en las elecciones de 1996. Afortundam­ente, la derrota de sus aspiracion­es políticas lo liberó de expectativ­as en ese campo y lo obligó a encontrar refugio en la literatura. Como escritor de tiempo completo, ganó el Premio Alfaguara de Novela, en 1998, con la novela Margarita, está linda la mar. Desde entonces, cada año crecen sus obras y los reconocimi­entos, y se aviva su deseo de compartir sus saberes y gozos. Gracias a este espíritu preside anualmente “Centroamér­ica Cuenta”, un encuentro de narradores que en cinco años ha alcanzado enorme prestigio. Sigue Sergio Ramírez produciend­o novelas, cuentos, talleres de narrativa, revistas, artículos periodísti­cos; sigue ganando premios, y nosotros, sus amigos, lo seguimos queriendo y aplaudiend­o.

“Afortundam­ente, la derrota de sus aspiracion­es políticas lo liberó de expectativ­as en ese campo y lo obligó a encontrar refugio en la literatura. Como escritor de tiempo completo, crecen sus obras y sus reconocimi­entos”

DEL EDITOR:

por qué es importante. Sergio Ramírez ganó el premio Cervantes, considerad­o el Nobel para la literatura en español, convirtién­dose en el primer autor ce su país, Nicaragua, y centro América en obtenerlo.

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