LA NACION

El deporte ejemplar

- Ezequiel Fernández Moores.

Uno es el ruso Vitaly Mutko. El otro el peruano Manuel Burga. El doping de Estado en Rusia y el FIFAgate (principale­s noticias del deporte en 2017 junto con el jugador de football americano Colin Kaepernick), cierran el año en primera plana. Mutko, echado de por vida d el olimpismo, como responsabl­e del doping ruso, comienza a despedirse de su rol como organizado­r del Mundial 2018. Es un nuevo gesto de Vladimir Putin, que no quiere que nada arruine su reelección de marzo. Sacrifica por eso a su amigo Mutko, a quien conoció un cuarto de siglo atrás, cuando ambos fueron dos de los organizado­res principale­s de los Juegos de la Buena Voluntad que creó el magnate de TV Ted Turner. Los “Goodwill Games” buscaban rating con la excusa de acercar deportivam­ente a Estados Unidos y Rusia tras los boicots que habían sufrido los Juegos Olímpicos de Moscú 80 y Los Angeles 84, en pleno clima de Guerra Fría. Los Juegos de Turner debutaron en 1986 en Moscú. La edición siguiente de 1990 fue en Seattle y en 1994 fue el turno de San Petersburg­o, con Putin y Mutko organizado­res. A nadie le importaba entonces si dopaban a sus atletas.

Los Juegos de la Buena Voluntad en San Petersburg­o eran la primera gran competenci­a internacio­nal de la URSS tras la disolución. Quince repúblicas independie­ntes duplicaron las medallas de oro de Estados Unidos. Una alegría para el presidente Boris Yeltsin, presente en el estadio de una San Petersburg­o renovada, sin importar gastos, porque la fiesta se celebraba en medio de una fuerte apertura del país alas inversione­s extranjera­s. En las pesas, que registraro­n cinco récords mundiales, brilló Sergei Syrtsov, el mismo hombre que, veintidós años después, también debió renunciar como presidente de la Federación Rusa de Levantamie­nto de Pesas por las denuncias de doping masivo de sus atletas.

Igual que el do ping, tampoco los gastos eran tema en el nuevo capitalism­o ruso. Los Goodwill Games murieron tras la edición de Australia 2001, cuando ya Time había comprado la cadena de Turner y se inquietó por los bajos ratings. Siguen en cambio los Juegos Olímpicos, pero sin Rusia, expulsada de la edición invernal de febrero próximo en Pyeongchan­g. Y siguen por supuesto los Mundiales de la FIFA. Sin Mutko, echado esta semana por el propio Putin. El líder ruso había desafiado meses atrás al establishm­ent deportivo internacio­nal cuando, pese a las acusacione­s, subió a Mutko al cargo de vi ce primer ministro. Mutko, que suele hablar con tono fuerte y emocional, dice ahora que sólo se tomará una licencia de seis meses como presidente del fútbol ruso. Y que evalúa renunciar a su jefatura organizado­ra del Mundial 2018. Pero afirma que volverá el 25 de junio. Es el día que la selección rusa estará jugando ante Uruguay su eventual pase a la segunda rueda del Mundial. Suena improbable.

La FIFA agradeció ayer a Mutko. El presidente Gianni Infantino, que apenas asumió despidió primero a los investigad­ores de la Comisión Etica (el juez alemán Hans Joachim Eckert y el rumano Cornel Borbely), echó luego de modo sorpresivo al portugués Miguel Maduro. Lo hizo luego de que Maduro, a cargo del Comité de Gobernanza, vetó a Mutko como miembro del Consejo de la FIFA. Maduro argumentó que el cargo político de Mutko en el gobierno de Putin le impedía formar parte de la FIFA. Infantino, contó Maduro ante el Parlamento británico, lo presionó diciéndole que si vetaba a Mutko ponía en peligro su continuida­d como presidente de la FIFA. Maduro creyó que la nueva FIFA iba a ser diferente que la anterior y mantuvo su decisión. “¿Cómo entender una FIFA que un día suspende a una Federación por injerencia política y otro día dice que no hay problemas de que un ministro sea presidente de otra Federación?. La FIFA –protestó el portugués– es un negocio cerrado que opera como un cartel político”. Infantino lo echó. Días atrás se conoció el despido del jefe médico Jiri Dvorak, tras 22 años en la FIFA. The Guardian contó que Dvorak había comenzado a investigar las denuncias de que el doping ruso incluían a la selección de fútbol de ese país.

El llamado FIFAgate tuvo ayer la absolución algo inesperada de Manuel Burga, expresiden­te de la Federación de Perú. El jurado de Brooklyn no encontró evidencias de que sus supuestas coimas eran cobradas por otros. Crónicas que fueron tapa mundial habían descripto a Burga como jefe de una mafia por el gesto de “te corto el pescuezo” que, según ese relato, hizo llorar de miedo en plena audiencia a Alejandro Burzaco, corruptor “arrepentid­o”. Indignados con su absolución, algunos textos trataron ayer a Burga casi peor que a su compatriot­a Alberto Fujimori, el ex dictador indultado de condenas por asesinatos y corrupción. El ruido que produce el deporte siempre ha servido de escenario histórico para distraer. Lo sabe en estas horas Jorge Sampaoli, “noticia” deportiva argentina de fin de año. Aún de madrugada y tras una fiesta, el DT argentino eligió el peor insulto para descalific­ar a quien, simplement­e, cumplía con su trabajo. Pidió disculpas amplias. Otros siguen exigiendo su renuncia. Ejemplific­ar a través del deporte. Y dejar libres a los Fujimori de turno.

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Reuters
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