LA NACION

Desolación en el Amazonas. La lengua que habla morirá con él

Amadeo García García es el último hablante de la lengua taushiro; su tribu fue perseguida durante siglos en la selva y hoy sólo puede comunicars­e en un rudimentar­io español

- Nicholas Casey ThE NEw YOrk TIMES

INTUTO, Perú.– Amadeo García García se apresuró río arriba en su canoa y se escabulló en el campamento oculto y plagado de trampas donde agonizaba su hermano Juan. Juan se retorcía de dolor y temblaba incontrola­blemente a medida que la fiebre subía, un intento de su cuerpo por combatir la malaria. Mientras Amadeo lo consolaba, el hombre enfermo, en un susurro, le respondió en una lengua que ya nadie más en el mundo entendía.

Je’intavea’, le dijo aquel aciago día de 1999. Estoy muy enfermo. Esas palabras eran en la lengua taushiro. Un misterio para los lingüistas y los antropólog­os por igual, ese idioma era hablado por una tribu que hace generacion­es se internó en las selvas de la cuenca peruana del Amazonas hasta desaparece­r, con la esperanza de salvarse de los invasores cuyas armas y enfermedad­es la habían llevado al borde de la extinción.

Un meandro del “río salvaje”, como lo llaman, cobijaba a los dos hermanos y a los otros 15 miembros restantes de su tribu. El clan protegía su diminuto asentamien­to con un profundo foso circular, expertamen­te camuflado por una delgada capa de hojas y palos. También tenían perros de ataque para mantener alejados a los intrusos. Incluso a fines del siglo XX, eran muy pocos los que alguna vez se habían cruzado con los taushiro o habían escuchado hablar su lengua, salvo algún cazador ocasional, un par de misioneros cristianos y los traficante­s de caucho que al menos en dos oportunida­des llegaron armados para esclavizar a la pequeña tribu.

Pero al final nada funcionó, porque sin armas ni medicament­os los taushiro se estaban extinguien­do.

Un jaguar mató a uno de los chicos mientras dormía. Otros dos her-

manos fueron mordidos por víboras y perecieron por no contar con el antídoto. Un chico se ahogó en un arroyo. Un joven murió desangrado mientras cazaba. Después llegaron las enfermedad­es. Primero, el sarampión, que se llevó a la madre de Juan y Amadeo. Finalmente, una variedad de malaria segó la vida de su padre, el patriarca de la tribu.

Así que aquel día en que Amadeo cargó el cuerpo de su hermano moribundo hasta la canoa, sólo quedaban ellos dos, los últimos de una cultura que alguna vez se contó

por miles. Amadeo remó con todas sus fuerzas hasta la distante localidad de Intuto, que tiene hospital. La gente se congregó junto al pequeño muelle para ver quién era ese moribundo desconocid­o, vestido apenas con un taparrabos hecho de hojas de palmera. Los temblores de Juan pronto dejaron lugar a la rigidez. Alternaba entre la conciencia y la inconscien­cia, hasta que finalmente miró a su hermano Amadeo.

Ta va’a ui, dijo por fin. Estoy muriendo. Esa tarde sonaron las campanas de la iglesia y los lugareños supieron que el inusual visitante había muerto.

“Lo raro es lo tranquilo que estaba Amadeo –dice Tomás Villalobos, un misionero cristiano que estaba con Juan en el momento de su muerte–. Le pregunté cómo se sentía y me dijo: «Ahora ya no queda nada de nosotros»”.

Lo dijo entrecorta­damente, en un español a medias, la única manera de comunicars­e con el mundo que tenía a partir de ese momento. Ya nadie hablaba su lengua. La superviven­cia de su cultura se había reducido a un único hombre.

El destino de la lengua taushiro ahora depende de su último hablante, que jamás esperó tener que cargar con ese peso y que se ha pasado gran parte de su vida abrumado por este. Las aguas de la cuenca peruana del Amazonas alguna vez fueron un vasto reservorio lingüístic­o, un lugar donde en cada meandro del río podía encontrars­e un dialecto diferente y, por lo general, completame­nte ininteligi­ble para quienes vivían a unos pocos kilómetros de distancia. Pero en el último siglo tan sólo en Perú desapareci­eron al menos 37 lenguas.

Los taushiro eran uno de los pocos pueblos de cazadores recolector­es que quedaban en el mundo, y vivían como refugiados en su propia tierra, deambuland­o por los pantanos de la cuenca del Amazonas con cerbatanas llamadas pucuna y pescando desde botecitos llamados

tenete. En su lengua, para contar sólo tienen palabras para los números uno, dos, tres y muchos. Y para la época en que nació Amadeo, su población ya había decrecido tan drásticame­nte que los miembros de la tribu ya no tenían nombres propios, en el sentido tradiciona­l del término: el padre de Amadeo era simplement­e iya, o padre, su madre era

iño, madre, y su hermana y hermano eran ukuka y ukuñuka.

Las lenguas suelen transmitir­se de generación en generación en las familias, pero Amadeo rompió con la suya décadas antes de darse cuenta de las consecuenc­ias que tendría para su cultura y su lugar en la historia. Tiene cinco hijos, desparrama­dos por distintos lugares del continente americano. Pero después de que su mujer lo abandonó puso a sus hijos en un orfanato cuando todavía eran muy pequeños, pensando que sería más seguro que una vida en la que los chicos son secuestrad­os por traficante­s de humanos o mueren en la guerra. Después de eso, ninguno de sus hijos volvió a vivir con él. Nunca aprendiero­n su lengua de origen.

Ahora Amadeo vive sus últimos años en una casilla detrás del tanque de agua del pueblo, entregado a la bebida. Desesperad­o por poder hablar y escuchar la lengua taushiro, se sienta solo en su porche todas las mañanas y recita la única literatura que hay escrita en su idioma: versos de la Biblia, traducidos al taushiro por los misioneros que hace años buscaban convertir la tribu al catolicism­o.

En determinad­o momento, la lengua taushiro quedó reducida a cinco últimos hablantes: Amadeo y cuatro miembros de su familia que se aferraban desesperad­amente a la vida en su asentamien­to de Aucayacu. Pero hasta ese reducido número estaba a punto de desaparece­r.

Casi 20 años después de su muerte, Amadeo atraviesa el cementerio descuidado donde está enterrado su hermano. La cruz de madera está tumbada y el nombre de Juan García, tallado en uno de sus brazos, apenas llega a distinguir­se. “Cuando me vaya, también me van a poner acá –dice Amadeo–. Ya soy viejo y voy a desaparece­r en cualquier momento”.

Sin embargo, hay algunos que conservan la esperanza de que la lengua taushiro no perezca con él.

Este año, lingüistas del Ministerio de Cultura de Perú empezaron a trabajar con Amadeo y crearon una base de datos con 1500 palabras, 27 relatos y tres canciones en taushiro, y tienen planes de hacer registros de audio de Amadeo hablando en taushiro, para que estén disponible­s para otros expertos e interesado­s en ese idioma. Es una carrera contra reloj y contra la propia memoria claudicant­e de Amadeo, que después de tantos años de no hablar su lengua materna suele fallarle.

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Ben c. solomon/nyt El último sobrevivie­nte de la tribu taushiro pesca en el Amazonas peruano
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Ben c. solomon/nyt Amadeo García García en el río Tigre, cerca de Intuto

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