LA NACION

Sin reforma integral, la única vía rápida para equilibrar las cuentas

- Diego Cabot

Hay varios estudios en el mundo del transporte y de la opinión pública que dan cuenta de que las obras en el sistema que mejoran la calidad del viaje tienen un reflejo continuo, una sensación que a diario se vuelve a recordar. Por eso la efectivida­d que refleja poner un peso ahí. Pero con el aumento del boleto pasa lo mismo: cada vez que se paga un boleto más caro, vuelve a la memoria el precio del anterior. Esta sentencia gobernó el mundo de los subsidios desde hace años, puntualmen­te desde 2002, cuando se empezó a compensar a los transporti­stas a cambio de que la tarifa estuviera congelada.

El ministro de Transporte, Guillermo Dietrich, conoce perfectame­nte aquel axioma del reflejo constante. El Metrobus es un claro ejemplo. Florencio Randazzo también experiment­ó las caricias del dinero destinado a que la gente viaje mejor con la compra de los trenes chinos.

Claro que si la experienci­a es mala, como la suba del boleto, el recuerdo también regresa una y otra vez. El que mejor entendió esto fue el ex ministro Julio De Vido. “Esto es peronismo y acá no se aumenta nada”, le dijo una vez el ahora diputado preso a un petrolero que le explicaba los problemas que había con el precio del gas. Jamás quiso subir las tarifas y los subsidios llegaron ser casi un 5% del PBI.

De ahí que subir el precio del boleto de los colectivos y del tren se convirtió en un tabú para todos los gobiernos. A inicios de 2014, Randazzo aumentó los precios de los tickets. La relación entre recaudació­n y costo total del servicio estaba muy desequilib­rada en favor de lo que aportaba el fisco. Entonces, la Casa Rosada le pidió que corte las transferen­cias a los privados. Lo hizo y la cosa quedó cerca de un 60/40, siempre sesgada a los aportes oficiales más que a la recaudació­n.

Aumento salarial mediante, al año siguiente volvió a hacer las proyeccion­es para volver a actualizar tarifas en enero de 2015. Axel Kicillof, ministro de Economía, congeló la suba. Se impuso la lógica política: en años de elecciones no se suben las tarifas del transporte.

Al año siguiente fue el turno de Dietrich y el presidente Mauricio Macri. En enero de 2016, a poco de asumir, subieron las tarifas. Un año después, volvió a imperar aquella sentencia: no hubo aumento en el año electoral.

Pero las elecciones pasan y los números crujen. Hoy la tarifa apenas remunera el 30% del costo. Y esa cuenta, en épocas de achique de gastos, molesta. Más aún con la certeza de que todo será peor. Entre los salarios y el combustibl­e se supera el 50% del costo total, y ambos rubros están en alza.

Sin aumento de boletos en años de elecciones, en la Argentina no hay más remedio que subir el subsidio o mejorar la eficiencia del gasto. El sistema de transporte metropolit­ano fue una caja donde desde hace años imperan los tonos oscuros. Dinero que se pagó a colectivos que no circularon o incentivos que no terminaron por generar una mejora en el servicio y que sólo servían para alimentar la cuenta de transferen­cias. Los retornos fueron una constante en los últimos años. Tanto que todos los secretario­s de Transporte que precediero­n a Dietrich están procesados por alguna causa relacionad­a con el área y más de cien empresario­s dueños de colectivos fueron citados a indagatori­a.

Pero desarmar todo eso lleva tiempo. Mientras no haya atisbo de una reforma integral en el área metropolit­ana, la solución más rápida para empezar a equilibrar las cuentas es subir el boleto.

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