Sin reforma integral, la única vía rápida para equilibrar las cuentas
Hay varios estudios en el mundo del transporte y de la opinión pública que dan cuenta de que las obras en el sistema que mejoran la calidad del viaje tienen un reflejo continuo, una sensación que a diario se vuelve a recordar. Por eso la efectividad que refleja poner un peso ahí. Pero con el aumento del boleto pasa lo mismo: cada vez que se paga un boleto más caro, vuelve a la memoria el precio del anterior. Esta sentencia gobernó el mundo de los subsidios desde hace años, puntualmente desde 2002, cuando se empezó a compensar a los transportistas a cambio de que la tarifa estuviera congelada.
El ministro de Transporte, Guillermo Dietrich, conoce perfectamente aquel axioma del reflejo constante. El Metrobus es un claro ejemplo. Florencio Randazzo también experimentó las caricias del dinero destinado a que la gente viaje mejor con la compra de los trenes chinos.
Claro que si la experiencia es mala, como la suba del boleto, el recuerdo también regresa una y otra vez. El que mejor entendió esto fue el ex ministro Julio De Vido. “Esto es peronismo y acá no se aumenta nada”, le dijo una vez el ahora diputado preso a un petrolero que le explicaba los problemas que había con el precio del gas. Jamás quiso subir las tarifas y los subsidios llegaron ser casi un 5% del PBI.
De ahí que subir el precio del boleto de los colectivos y del tren se convirtió en un tabú para todos los gobiernos. A inicios de 2014, Randazzo aumentó los precios de los tickets. La relación entre recaudación y costo total del servicio estaba muy desequilibrada en favor de lo que aportaba el fisco. Entonces, la Casa Rosada le pidió que corte las transferencias a los privados. Lo hizo y la cosa quedó cerca de un 60/40, siempre sesgada a los aportes oficiales más que a la recaudación.
Aumento salarial mediante, al año siguiente volvió a hacer las proyecciones para volver a actualizar tarifas en enero de 2015. Axel Kicillof, ministro de Economía, congeló la suba. Se impuso la lógica política: en años de elecciones no se suben las tarifas del transporte.
Al año siguiente fue el turno de Dietrich y el presidente Mauricio Macri. En enero de 2016, a poco de asumir, subieron las tarifas. Un año después, volvió a imperar aquella sentencia: no hubo aumento en el año electoral.
Pero las elecciones pasan y los números crujen. Hoy la tarifa apenas remunera el 30% del costo. Y esa cuenta, en épocas de achique de gastos, molesta. Más aún con la certeza de que todo será peor. Entre los salarios y el combustible se supera el 50% del costo total, y ambos rubros están en alza.
Sin aumento de boletos en años de elecciones, en la Argentina no hay más remedio que subir el subsidio o mejorar la eficiencia del gasto. El sistema de transporte metropolitano fue una caja donde desde hace años imperan los tonos oscuros. Dinero que se pagó a colectivos que no circularon o incentivos que no terminaron por generar una mejora en el servicio y que sólo servían para alimentar la cuenta de transferencias. Los retornos fueron una constante en los últimos años. Tanto que todos los secretarios de Transporte que precedieron a Dietrich están procesados por alguna causa relacionada con el área y más de cien empresarios dueños de colectivos fueron citados a indagatoria.
Pero desarmar todo eso lleva tiempo. Mientras no haya atisbo de una reforma integral en el área metropolitana, la solución más rápida para empezar a equilibrar las cuentas es subir el boleto.