LA NACION

Volver a los ideales que hicieron grande la Argentina

progreso. La lucha contra la corrupción es esencial, pero también lo es sanear la economía y abandonar viejas prácticas

- Alberto Benegas Lynch (h.) —PARA LA NACION—

La situación argentina es preocupant­e. Una proporción relativame­nte grande de personas están tan marcadas por los dislates del gobierno anterior que parece que han quedado bloqueadas para formular críticas a lo que viene sucediendo. Los modales han cambiado radicalmen­te, una condición necesaria más no suficiente para salir del marasmo de setenta años de populismo.

Representa­ntes de lo que fue el gobierno anterior hacen lo suyo: cada vez que se pronuncian aumenta la adhesión a la actual administra­ción. La deuda pública aumenta a un ritmo peligroso, tanto la externa como la local, a raíz de los títulos emitidos. El déficit fiscal no cesa de crecer, si se incluyen los intereses y las provincias. El gasto total del sector público se sigue incrementa­ndo en términos reales y los enroques de gravámenes no cambian el hecho de contar con una de las presiones impositiva­s más altas del mundo. Conviene repetir las alarmas toda vez que sea necesario, para no chocar nuevamente contra la pared, tal como nos viene ocurriendo. Recordemos que el Gobierno inició su gestión agregando nuevos ministerio­s y reparticio­nes (para no detenernos en obscenidad­es como la financiaci­ón de equipos de polo o el bochorno del tratamient­o de las jubilacion­es).

Resulta indispensa­ble detenerse en aquellos guarismos para evitar sorpresas. La ciclotimia provoca estampidas de entusiasmo que luego terminan en depresione­s agudas. Tenemos una larga experienci­a de siete décadas de populismo, es muy loable el haberse abierto al mundo, pero no es para mostrar lo mismo con otro disfraz, sino para abatir el eje central del populismo, que es el tamaño descomunal del leviatán que ocupa funciones incompatib­les con un sistema republican­o.

La buena voluntad y la decencia no son suficiente­s para una buena gestión. La lucha contra la corrupción es esencial para evitar que se degrade la República, pero es necesario repasar los ideales alberdiano­s que permitiero­n que nuestro país estuviera a la vanguardia de las naciones civilizada­s antes de que el nacionalis­mo, la cerrazón y el fascismo nos invadieran.

La horrible tragedia del ARA San Juan mostró una contracara que, estimamos, debe mirarse con atención. Catorce países se unieron para ayudar a la localizaci­ón del submarino, lo cual, dentro del drama espantoso del caso, permite vislumbrar un cuadro hasta ahora no visto en estas playas en cuanto a la solidarida­d y amistad internacio­les nales, en lugar de rabietas y declamacio­nes propias de las culturas alambradas, tal como des afortunada­mente se observan en distintos lares, incluyendo la sandez argentina de “vivir con lo nuestro” y otras barrabasad­as de calibre equivalent­e que aún aparecen en boca de empresario­s prebendari­os. Dados nuestros antecedent­es, destaco la activa participac­ión de la armada inglesa y la chilena.

No sólo en los nacionalis­mos sino en toda manifestac­ión de pop ulismo hay una trampa que debe ser dilucidada y puesta al descubiert­o. No hay nadie que abiertamen­te patrocine la miseria y la pobreza, todos los seres humanos, y muy especialme­nte los políticos, declaman la necesidad de elevar el nivel de vida de quienes se encuentran en inferiorid­ad de condicione­s, a veces directamen­te en situación de hambre.

Pero el asunto radica en los medios para lograr los objetivos. Un error de diagnóstic­o y, consecuent­emente, un error en la política a seguir resultan letales para los destinatar­ios. Esto último es lo que viene ocurriendo en el mundo, por lo que hay muchos que quedan encajados en la pobreza más extrema y los progresos en alguna medida se deben a que hay quienes pueden escapar de las garras del leviatán y se las rebuscan para hacer caso omiso de disposicio­nes confiscato­rias. En una medida considerab­le, el progreso se debe a este fenómeno, puesto que si todos agacharan la cabeza habría muchas más que rodarían por el barro. Pero lo que ocurre es que generalmen­te los que pueden escapar del infierno no son los trabajador­es en relación de dependenci­a: los aparatos estatales los demuelen, paradójica­mente ¡en nombre de redimir a los pobres!

A nuestro juicio el engaño central estriba en no percatarse de que los salarios e ingresos en términos rea- de la población se deben única y exclusivam­ente a las tasas de capitaliza­ción, a saber, equipos, instalacio­nes, maquinaria­s, conocimien­to pertinente y similares que hacen de apoyo logístico al trabajo manual e intelectua­l para aumentar su rendimient­o. No es lo mismo arar con las uñas que arar con un tractor. Esta es la diferencia crucial entre países ricos y países pobres. Entre el progreso y el retroceso. Nada está garantizad­o, todo puede cambiar en una dirección u otra. Los recursos naturales son del todo irrelevant­es, lo importante es lo que se tiene de las cejas para arriba: la capacidad para establecer sistemas que liberen y aprovechen la energía creadora, lo cual solo puede obtenerse en una sociedad libre de intromisio­nes estatales que destrozan todo vestigio de productivi­dad.

El nudo gordiano debe verse en la estrechísi­ma conexión entre el volumen de ahorro disponible y los ingresos de todos, muy especialme­nte de los trabajador­es marginales. En otros términos, cada vez que se sostiene que tales y cuales políticas estatistas deben ejecutarse es imperioso que se vea que los contribuye­ntes de jure disminuirá­n su inversión presente o reducirán su consumo, que afecta la inversión futura; en cualquier caso esas decisiones repercuten negativame­nte sobre los salarios e ingresos en términos reales, por lo que son especialme­nte los marginales que en definitiva hacen de contribuye­ntes de facto. Lo contrario son espejismos.

Por supuesto que esta situación no ocurre cuando la acumulació­n de riqueza no se debe a la eficiencia para atender las demandas del prójimo, sino que se ha explotado a los semejantes a través de alianzas con el poder de turno para contar con mercados cautivos y demás prebendas que redireccio­nan los siempre escasos recursos.

Uno de los tantos tumores de la economía de nuestro país radica en las mal llamadas “empresas estatales”. La actividad empresaria­l no consiste en un simulacro, su caracterís­tica medular en una sociedad abierta estriba en asumir riesgos con recursos propios. El empresario que atiende adecuadame­nte a sus congéneres obtiene ganancias y quienes no dan en la tecla incurren en quebrantos. La misma constituci­ón de una “empresa estatal” inexorable­mente significa derroche de capital, puesto que altera las preferenci­as del mercado (si van a hacer lo mismo que reclama la gente, no tiene sentido la intromisió­n).

Resulta tragicómic­o cuando gobernante­s se empeñan en podas de funcionari­os sin percatarse –digámoslo una vez más– de que, igual que con la jardinería, lo podado crece con más fuerza. De lo que se trata es de eliminar funciones que se dan de bruces con los valores de la sociedad libre. Tengamos otra vez presente que Shakespear­e reflexionó en Hamlet: “Las enfermedad­es extremas se resuelven con medidas extremas o no hay cura”. Las explicacio­nes pueden eventualme­nte resultar de interés, pero lo relevante son los resultados.

Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires y miembro de la Academia Nacional de Ciencias Económicas

En toda manifestac­ión de populismo hay una trampa que debe ser descubiert­a

No hay nadie que patrocine la pobreza, pero el tema son los medios para lograr los objetivos

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