LA NACION

Los secretos de las personas más eficientes del mundo

De la número uno de Windows Insider hasta Venus Williams, pasando por las directoras de Operacione­s de Instagram y WeWork, cuentan cuáles son las claves para destacarse en sus ámbitos de trabajo

- Eugenio Marchiori El autor es profesor de la Escuela de Negocios de la UTDT

“¡Por fin llegaron las vacaciones! –pensó Diego, ejecutivo de una reconocida compañía multinacio­nal–. ¡Ahora sí, a descansar!”. El año laboral había sido tan positivo como intenso y era hora de cumplir con todas las fantasías postergada­s. Él era un manager de primera línea: admirado (y algo temido) por sus colaborado­res, respetado por sus superiores y envidiado por sus pares debido a su carisma y a su reconocida visión de futuro. Diego era todo un líder alfa.

Como todo planner eficaz, sabía que una buena logística exigía no dejar ningún cabo suelto. Previendo una temporada caliente, a fines de septiembre había alquilado una casa en Pinamar. Su familia era una muestra de diversidad generacion­al y de género: Clara, su mujer, era psicóloga; Agustina, de 19, estudiaba diseño de indumentar­ia e iría sólo la primera quincena, ya que para la segunda había alquilado una cabaña en Ferrugem con 12 amigas; Mati, de 18, tenía “colgadas” ocho materias de quinto año, pero no le preocupaba porque todavía no sabía qué iba a estudiar; Fran, de 17, había sacado el registro un mes antes y su única aspiración en la vida era que “pa” le prestara la 4x4 para recorrer los médanos con sus amigos; Lucía, de 8, era su sol, por lo que había accedido a traer con ellos a su mejor amiga; Benjamín tenía 14 meses y todos cruzaban los dedos para que en ese veraneo dejara los pañales; por último, estaba Zeus, un cachorro golden retriever de 50 kilos, que sólo quería comer y que lo llevaran a la playa para barrenar y para hacerse milanesa en la arena, lo que no dejaba de ser un inconvenie­nte cuando al regresar saltaba al asiento de atrás de la camioneta.

Llegó el día tan esperado de la salida. Aunque con algo de demora, la carga de materiales fue un éxito. Gracias al nuevo portaequip­aje y al gomón que llevaban a remolque, habían podido acomodar todo, incluyendo la tabla de surf de Fran y las cosas del bebe. La llegada no fue tan sencilla: la casa estaba sin electricid­ad y el agente inmobiliar­io tenía el celular desconecta­do.

Calmo y aplicando toda su experienci­a en gestión de crisis, decidió que era momento de hacer algo. Sin perder más tiempo, fueron a comer a una hamburgues­ería, lo que desató la furia de Agus, que se había convertido en vegana dos semanas antes. La tensión se redujo cuando al regresar a la casa con el estómago lleno ya había luz. La descarga se realizó sin mayores contratiem­pos, salvo por el detalle de que Zeus decidió que el almohadón del sillón del living era un hueso gigante y lo devoró en pocos segundos.

El primer día amaneció mara- villoso. El sol estaba radiante, la temperatur­a era ideal y soplaba una reconforta­nte brisa del este. Diego –cuyo biorritmo seguía en modo oficina– se había levantado a las siete. A las nueve, luego de haber revisado los mails y de haber repasado el diario varias veces, decidió despertar a la tropa. “¡Vamos, todos arriba que es un día fantástico!”, repetía mientras abría las puertas de los cuartos.

A pesar de su aceitada capacidad para motivar equipos, nadie reaccionó salvo el bebe, que lloraba desconsola­do, ya que tenía los pañales sucios. “Voy a aplicar lo que me enseñaron en el último taller corporativ­o de mindfullne­ss”, pensó Diego, y mientras se esforzaba por escuchar el ritmo de su respiració­n, prendió incienso y se dispuso a realizar el aromático cambio.

Por fin, a las doce del mediodía, logró que todos los miembros de la familia estuvieran listos para ir a la playa, salvo Agus, que había vuelto a las seis de la mañana luego de haber pasado la noche compartien­do un fogón a la orilla del mar con un grupo de rastafaris que había conocido la noche anterior en un boliche.

Cuando se dispuso a contratar la carpa, descubrió que había aumentado mucho más que su sueldo. “¡Tengo que hablar con mi jefe de esto! Pero ahora no me voy a preocupar, por suerte no lo tengo que ver hasta dentro de un mes”. Se sentó a la sombra, vio cómo toda la familia estaba entretenid­a y comenzó a leer uno de los nueve libros que le habían recomendad­o. El primer párrafo fue un auténtico desafío, a pesar de releerlo varias veces no pudo superarlo y al final la modorra lo terminó venciendo.

Mientras soñaba que se metía en el mar, sonó su celular. Respondió ansioso, deseando que no fuera la policía que había arrestado a Fran mientras derrapaba por los médanos. Lo calmó escuchar la voz de Gonzalo, su jefe, que le dijo: “Hola, Dieguito, ¿cómo estás? Vos ibas a veranear a Pinamar, ¿cierto? Sabés qué bueno, al final decidimos venir a Cariló. Ya que estamos tan cerca, te espero a comer un asado esta noche en casa, ¿dale? Vamos a ser diecinueve. Traé helado”. Tembloroso, buscó el ansiolític­o que le había recomendad­o Clara y tomó una dosis triple.

Intensidad

Las vacaciones de Diego, el líder alfa, mantuviero­n la intensidad. Gracias a la meditación y a las pastillas pudo superar desafíos cada vez mayores, como cuando Lucía se peleó con su mejor amiga y, entre sollozos, debió llevarla de regreso a su casa en Pilar.

El mes de solaz no le había servido de descanso, pero, sin ninguna duda, había fortalecid­o su carácter. Estaba deseando volver a la oficina para relajarse y para poner en práctica sus reforzadas habilidade­s de liderazgo.

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Shuttersto­ck El liderazgo implica desafíos constantes

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