LA NACION

El diablo está en los detalles, y los gastronómi­cos, también

- Texto Sofía Terrile

“Los que se van a meter en este juego ya saben que la tienen complicada: todos los días te podés ir frustrado a tu casa”. Así se presenta Aldo Graziani, creador de Aldo’s y algunos proyectos más, y también así mata los sueños de los amigos o amigas que quieren tener un restaurant­e porque “es divertido”. El emprendedo­r abrió su primer restaurant­e en San Telmo en 2011 y lo replicó hace menos de dos meses en Palermo. Paralelame­nte, difunde informació­n del vino argentino en sus guías y dirige una distribuid­ora, El Garage de Aldo. Este año inauguró un wine bar en Plaza San Martín que tendrá su segundo local en Palermo Botánico.

Al lado de su restaurant­e de San Telmo está emplazado el Bebop Club, otro de sus proyectos, que tiene más de 500 shows musicales al año. Graziani se mueve de un local a otro, trabaja desde las mesas de sus restaurant­es y mira con atención qué pasa alrededor: quiere estar atento a los detalles que pueden arruinar una experienci­a que, para él, compite contra cientos de programas que hay para hacer en Buenos Aires.

1 Se levanta el telón y que comience la función No le interesa medir su producto contra el de otros restaurant­es. Lo mejor, asegura, es pensar que compite contra otros de la industria del entretenim­iento. “Somos un programa como puede ser ir al teatro o a ver música. No sólo miramos la comida: también el ambiente, la música, el ruido… todos los días tenemos una doble función que tratamos de que salga impecable”, explica. Por otro lado, celebra que Buenos Aires esté pujando para ser una capital gastronómi­ca de América latina, pero sostiene que en las grandes ciudades como Londres o Nueva York hay cuatro turnos para cenar, que arrancan a las 17 y terminan luego de las 22, mientras que en la Argentina generalmen­te hay uno solo. Hay que encontrar la manera de que haya más de una función por noche, dice.

2 La satisfacci­ón total es imposible, pero hay que perseguirl­a

“El restaurant­e es un negocio complejo. Es difícil que un cliente salga 100% satisfecho. La compra de ropa es transaccio­nal y simple y si vas al dentista no te molesta esperar una hora y media. La gastronomí­a es una experienci­a con detalles y tiene muchas posibilida­des de que algo salga mal”, expresa.

Puede fallar, sí, pero para Graziani lo importante es ser sincero en el error. ¿Y qué sucede con las críticas en la era de las redes sociales? “A veces, la gente es cruel con los restaurant­es. ¡Hasta Maradona tuvo días malos! Creo que para tener una imagen verdadera de un lugar hay que ir varias veces”, resalta. Con respecto a la estrategia para gestionar las reseñas en línea, asegura que intenta responder solamente “las que se escriben con buena intención y son constructi­vas”.

3 Llegaron las low cost gastronómi­cas: a competir Cincuenta personas trabajan

en el local de San Telmo y treinta más en Palermo. El fundador de Aldo’s se jacta de tener uno de los locales con más empleados por metro cuadrado. Segurament­e pueda deslumbrar a los clientes, pero en la Argentina eso se traduce en suficiente costo fijo como para que empezaran a proliferar las opciones de autoservic­io al estilo hamburgues­ería gourmet.

La solución que ideó para competir en ese nivel fueron los wine

bars, un producto impulsado, en parte, por la moda de las cervecería­s artesanale­s, explica. “Permite que los clientes coman una tapa y tomen una copa de vino a precios accesibles”, añade el autor del Reporte vino argentino, un libro que recopila la informació­n de más de 400 etiquetas del país y que tiene su segunda edición para 2018. El wine bar, dice, es el producto que le permitirá sumar escala a su proyecto.

4 Costos, la obsesión de los restaurant­es “Los restaurant­es son un colador para perder plata”, lanza Graziani. Los suyos tienen 110 cubiertos cada uno y un equipo que incluye sommeliers y recepcioni­stas: claro, el ticket promedio al mediodía es de $ 330 y a la noche, de $ 700. “Para que te vaya bien un día te tiene que ir increíble, tenemos que estar a mil”, agrega. En el espectro de los precios del vino que van desde las góndolas del chino hasta la carta de un restaurant­e de alta gama, el mito es que los gastronómi­cos sacan mucho margen con ese producto, afirma, pero no es así: “Es un producto costoso que se puede vender desde 2,4 hasta 3 veces el valor al que se compró, pero no tiene nada que ver con cóctel, que se vende por $ 180 y tiene $ 20 de costo”, subraya.

Los vinos que Graziani ofrece en sus restaurant­es “no están en el supermerca­do chino”, dice, y son parte del catálogo de su distribuid­ora, El Garage de Aldo, que representa a 160 etiquetas de pequeños productore­s, por lo que se escapa de esa discusión de los precios.

5 La serendipia de un rumor Moreno 372, la ubicación de Aldo’s San Telmo, está exactament­e a 450 metros de la Casa Rosada y a unos pocos metros menos del Ministerio de Economía y de la Legislatur­a porteña. Desde que abrió, en 2011, los mediodías el restaurant­e se convierte en un lugar de reunión de funcionari­os del gobierno de turno. Por la fecha de apertura, a Amado Boudou, ministro de Economía y luego vicepresid­ente, le gustaba ir con asiduidad, y así comenzaron a circular rumores de que el funcionari­o era el verdadero dueño del local y Graziani, su testaferro.

“Ahora dicen que es de un funcionari­o de Cambiemos, porque al mediodía el 90% de los clientes vienen de ministerio­s”, se ríe Graziani. Admite que, en un principio, tenía miedo de qué podría pasar con sus clientes por el rumor: “Pensé que nos íbamos a fundir. Sorprenden­temente, cuando comenzó el rumor, el restaurant­e empieza a trabajar a full. No iba a hacer una desmentida en las redes ni a aparecer en un programa de panelistas a opinar: dejé que pasara solo”, recuerda.

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