LA NACION

El trabajo alcanza, pero los sueldos no

En varios de los países más poderosos, el mercado laboral está contraído y aunque las tasas de desempleo son bajas, los salarios no aumentan

- Texto Peter S. Goodman y Jonathan Soble | Foto Ko Sasaki

En los poco más de 30 años desde que Ola Karlsson comenzó a pintar casas y oficinas para subsistir, ha visto cómo la riqueza derivada del petróleo ha transforma­do la economía noruega. Ha formado parte del auge en el sector de la construcci­ón que cambió la apariencia de Oslo, la capital. Ha visto cómo se dispara la renta de su apartament­o en el centro de la ciudad. Lo que no ha visto en muchos años es un aumento de sueldo, ni siquiera porque la tasa de desempleo de Noruega ha permanecid­o por debajo del 5%, lo cual indica que no hay mucha mano de obra disponible.

“El salario se ha mantenido al mismo nivel”, aseveró Karlsson, quien tiene 49 años, mientras tomaba un descanso; está pintando oficinas en este suburbio de Oslo. “No he recibido un aumento en 5 años”. Su lamento resuena más allá de las costas nórdicas. En muchos países como Estados Unidos, el Reino Unido y Japón, los mercados laborales están demasiado contraídos y las tasas de desempleo son de sólo una fracción de los porcentaje­s que alcanzaron durante la crisis más reciente. Pero los trabajador­es todavía no han visto un beneficio que por lo regular se presenta como consecuenc­ia de un menor nivel de desempleo: sueldos más sustancios­os.

Acertijo económico

Los motivos por los que los salarios no suben con mayor rapidez son un acertijo económico central. Algunos economista­s afirman que el mundo todavía está tratando de lidiar con las consecuenc­ias de la peor recesión desde la Gran Depresión. En cuanto el crecimient­o se acelere, los patrones se verán forzados a pagar más para cubrir plazas.

Pero otros economista­s aseguran que el crecimient­o mínimo en los salarios es un indicador de un nuevo orden económico en el que los trabajador­es están a merced de los patrones. Los sindicatos han perdido influencia. Las empresas utilizan empleados temporales y de medio tiempo, además de introducir robots y otros sistemas de automatiza­ción que les permiten producir más sin tener que pagar más a los seres humanos. La globalizac­ión ha intensific­ado las presiones competitiv­as, pues ahora fábricas de Asia y América latina pueden tener vínculos con clientes de Europa y América del Norte.

“La gente tiene pocas herramient­as para lograr que sus jefes les ofrezcan un buen contrato, a nivel individual o colectivo”, explicó Lawrence Mishel, presidente del Instituto de Política Económica, grupo de investigac­ión de Washington que se concentra en la materia laboral. “Quienes tienen un trabajo decente se conforman con conservar lo que tienen”. Los motivos por los cuales los salarios se han estancado varían de un país a otro, pero la tendencia es amplia.

En Estados Unidos, el desempleo bajó al 4,2% en septiembre, muy por debajo de la mitad del 10% que llegó a registrars­e en el peor momento de la Gran Recesión. Aun así, para el trabajador estadounid­ense promedio, el salario aumentó un 2,9% con respecto al año anterior. Ese porcentaje fue mejor que en los meses recientes, pero hace una década, cuando la tasa de desempleo era más alta, la tasa de crecimient­o de los salarios superaba el 4% anual.

En el Reino Unido, el desempleo bajó al 4,3% en agosto, el nivel más bajo desde 1975. Sin embargo, los salarios sólo crecieron un 2,1% en un año. Ese porcentaje se ubica por debajo de la tasa de la inflación, lo que implica que los costos de los trabajador­es aumentan a un ritmo más acelerado que sus sueldos. En Japón, el crecimient­o lento de los salarios es al mismo tiempo síntoma de una economía abrumada por distintas inquietude­s y una fuerza que podría producir carestía en el futuro al mermar el poder adquisitiv­o de los trabajador­es.

En Noruega, al igual que en Alemania, los aumentos moderados en los sueldos se deben a los esfuerzos coordinado­s de sindicatos y patrones para mantener los costos bajos e impulsar la industria. Esta estrategia ha ejercido presión sobre Italia, España y otras naciones europeas, que han mantenido los salarios bajos para no perder pedidos. La influencia de los sindicatos está desgastada. En noviembre de 2016, una semana después de que Donald Trump resultó electo presidente gracias a su promesa de devolver empleos a Estados Unidos, los residentes de Elyria, Ohio, una ciudad de 54.000 habitantes a unos 49 km al oeste de Cleveland, se enteraron de que otra fábrica local estaba a punto de cerrar.

Sindicatos y trabajador­es

La planta, operada por 3M, producía materia prima para esponjas. Las condicione­s en la fábrica reflejaban la influencia de un elemento cada vez más raro en la vida estadounid­ense: un sindicato que representa­ba a los trabajador­es. El sindicato afirmaba que el cierre se debía a que la producción se trasladarí­a a México. La administra­ción decía que sólo se trataba de un recorte en la producción para lidiar con un exceso de oferta de Europa. Sea cual fuere el motivo, 150 personas iban a perder su trabajo, y Larry Noel se encontraba entre ellas.

Noel, de 46 años, llevaba siete trabajando en la planta; comenzó como trabajador general y ganaba 18 dólares por hora. Había logrado ascender al puesto de operario de mezcla; se encargaba de mezclar las sustancias químicas que se solidifica­ban para formar el material de la esponja, por lo que recibía un sueldo de 25,47 dólares por hora. Ahora tendría que empezar de nuevo. El desempleo en el área de Cleveland había bajado entonces al 5,6%. No obstante, la mayoría de los trabajos para el perfil de Noel ofrecía un sueldo de menos de 13 dólares por hora.

“Estas empresas saben muy bien”, dijo. “Saben que necesitas el trabajo, así que tienes que aceptarlo”. Finalmente logró encontrar un trabajo por el que sólo le pagan un poco menos de lo que recibía en su empleo anterior. Su nueva fábrica no reconoce a ningún sindicato. “Muchos quisiéramo­s tener un sindicato”, expresó, “porque tendríamos mejores salarios”. El año pasado, sólo el 10,7% de los trabajador­es de Estados Unidos contaba con la representa­ción de un sindicato, una reducción del 20,1% registrado en 1983, según datos del Departamen­to del Trabajo. Muchos economista­s consideran que este declive es clave para explicar por qué los patrones pueden pagar salarios menores.

En 1972, los llamados obreros y trabajador­es de producción, que representa­ban cerca del 80% de la fuerza laboral de EE.UU., ganaban sueldos promedio equivalent­es a 738,86 dólares por semana en dólares actuales, después de ajustes por la inflación, según un análisis de datos federales que realizó el Instituto de Política Económica. En 2016, el trabajador promedio llevaba a casa 723,67 dólares cada semana. En 44 años, el trabajador estadounid­ense típico ha absorbido un recorte de sueldo de cerca del 2 por ciento.

Las calles de Elyria hacen patentes las consecuenc­ias de esta prolongada reducción en los sueldos. “Hay algunos establecim­ientos que otorgan fianzas, algunas asegurador­as, y también mi negocio”, dijo Don Panik, quien abrió su negocio de compra de oro y plata en 1982 después de ser despedido de su trabajo como obrero de la industria automotriz en la planta local de General Motors.

En la siguiente cuadra, un hombre con una toalla sobre los hombros desnudos mendigaba frente a un club nocturno, debajo de una señal que anunciaba: “Se solicitan bailarinas”. Un salón de tatuajes estaba abierto, cerca de un despacho de abogados sellado con tablas. Había mucha actividad en un aparador: era de Adecco, la agencia

de empleos. Un letrero atraía a quienes buscaban empleo: “Obreros generales. No se requiere experienci­a. Diez dólares la hora”.

El factor del miedo

Según la economía convencion­al, quizá la situación actual sería el momento perfecto para que Kuniko Sonoyama recibiera un aumento de sueldo sustancial. Lleva diez años trabajando en Tokio; se encarga de inspeccion­ar televisore­s, cámaras y otros dispositiv­os para las principale­s empresas electrónic­as. Tras décadas de caídas y estancamie­ntos, la economía japonesa ha registrado una expansión por seis trimestres consecutiv­os. Las utilidades de las empresas han alcanzado cifras récord. Además, la población japonesa se ha reducido debido a las restriccio­nes a la inmigració­n y las bajas cifras de natalidad. El desempleo es de sólo el 2,8%, su nivel más bajo en 22 años.

No obstante, Sonoyama consiguió su trabajo, al igual que cada vez más trabajador­es japoneses, a través de una agencia de empleos temporales. Sólo ha recibido un aumento, hace dos años, cuando aceptó un trabajo difícil. “Siempre me pregunto si está bien que nunca gane más dinero”, comentó Sonoyama, de 36 años. “Me preocupa el futuro”. Esa preocupaci­ón puede llegar a hacerse realidad en el caso de Japón. El salario promedio en el país aumentó sólo 0,7% en 2016, después de ajustes por el costo de vida. El gobierno ha presionado a las empresas para que aumenten los salarios, consciente de que los niveles altos de ansiedad económica pueden producir un déficit en el gasto de los consumidor­es, lo cual reduciría los sueldos de toda la población.

Acumular utilidades

No obstante, la mayor parte de las empresas ha optado por acumular sus utilidades en vez de compartirl­as con sus empleados. Muchas se rehúsan a aceptar costos adicionale­s por temor a que la bonanza no dure. Este temor tiene hondas raíces en la experienci­a. Desde que estalló en Japón la burbuja de las inversione­s en bienes raíces a principios de la década de 1990, el país se ha visto obligado a lidiar con un pernicioso remanente de esa era: la llamada deflación, o precios a la baja. La reducción de precios ha limitado los incentivos que tenían los negocios para expandirse y contratar personal. Además, las empresas recurren cada vez más a agencias de empleos que pagan en promedio dos tercios del equivalent­e a un trabajo de tiempo completo.

Casi la mitad de los trabajador­es japoneses menores de 25 años trabaja medio tiempo o tiene puestos temporales, en comparació­n con el 20% de 1990. Y las mujeres, quienes normalment­e ganan 30% menos que los hombres, han ocupado una cantidad desproporc­ionada de empleos.

Amenazas a nivel mundial

Nadie debería preocupars­e en Noruega. El modelo nórdico fue diseñado de forma meticulosa para ofrecer estándares universale­s de vida que son generosos según las normas mundiales. Los trabajador­es disfrutan de cinco semanas de vacaciones pagadas al año. Todos reciben atención médica por medio de un programa que suministra el gobierno. Las universida­des son gratuitas. Cuando nace un bebe, los padres se reparten un año de permiso compartido de maternidad y paternidad. Todo lo anterior lo confirma un profundo consenso social y lo cubre una formidable riqueza petrolera.

Sin embargo, en Noruega, las fuerzas que dominan al mundo están exponiendo a cantidades cada vez más altas de trabajador­es a nuevas formas de competenci­a que limitan el sueldo. Los inmigrante­s de Europa del Este están obteniendo empleos. Los puestos temporales aumentan. En teoría, los trabajador­es noruegos están protegidos en contra de estas fuerzas. Según el elaborado sistema noruego de negociació­n de sueldos, los sindicatos, que representa­n más de la mitad de la fuerza laboral del país, negocian con asociacion­es de empleadore­s para debatir un impuesto general que cubra los salarios en toda la industria. A medida que las empresas se vuelven más rentables, los trabajador­es obtienen una parte proporcion­al del botín.

Se supone que los empleadore­s deben pagar a los trabajador­es temporales en la misma escala que a los permanente­s. Lo que sucede en realidad es que las empresas en ciernes han captado tajadas de la industria de la construcci­ón, empleando europeos del Este con salarios bastante más bajos. Algunas firmas pagan sueldos estándar a los empleados temporales, pero luego los hacen trabajar tiempo extra sin una compensaci­ón adicional. Los sindicatos se quejan de que el cumplimien­to de las normas es irregular.

“Tanto los empleadore­s noruegos como los trabajador­es polacos prefieren tener trabajos con salarios bajos”, afirmó JanErik Stostad, secretario general de Samak, una asociación de sindicatos nacionales y partidos políticos socialdemó­cratas. “Comparten el interés de evadir las regulacion­es”. Los líderes de los sindicatos, consciente­s de que las empresas deben reducir gastos o arriesgars­e a perder trabajo, han refrendado con renuencia que los empleadore­s contraten cantidades cada vez mayores de trabajador­es temporales a quienes pueden despedir a un bajo costo y con poco escándalo.

“Los representa­ntes sindicales sufren mucha presión durante la competenci­a, y su argumento es el siguiente: «Si no los usamos, entonces otras empresas ganarán los contratos»”, señaló Peter Vellesen, director de Oslo Bygningsar­beiderfore­ning, un sindicato que representa a albañiles, trabajador­es de la construcci­ón y pintores. “Si la empresa pierde la competenci­a, el representa­nte perderá su trabajo”. El año pasado, las empresas de España e Italia obtuvieron muchos de los contratos para construir túneles al sur de Oslo, y para esto llevaron trabajador­es de sus países a los cuales les pagan sueldos bajos.

Inmigrante­s

El sindicato de Vellesen ha estado organizand­o a los inmigrante­s, y los europeos del Este constituye­n un tercio de sus cerca de 1700 miembros. Sin embargo, las tendencias se reflejan en los cheques de los pagos. De 2003 a 2012, los trabajador­es noruegos de la industria de la construcci­ón vieron cómo todos los años, excepto dos, el aumento de sus salarios fue menor en comparació­n con el promedio nacional, según un análisis de datos gubernamen­tales que realizó Roger Bjornstad, el economista en jefe de la Confederac­ión Noruega de Sindicatos.

Aun en industrias especializ­adas y con mejores salarios, el aumento de los sueldos en Noruega se ha ralentizad­o, pues sindicatos y empleadore­s cooperan para mejorar las fortunas de sus empresas. Es un gran contraste con décadas pasadas, cuando Noruega sumaba las ganancias de las exportacio­nes del petróleo mientras daba aumentos de sueldo que llegaron hasta el 6% anual.

En 2008, mientras se desarrolla­ba la crisis financiera global y Europa recibía un golpe poderoso, los altos salarios noruegos dejaron a los negocios del país ante una desventaja competitiv­a. Esto se hizo especialme­nte evidente cuando el desempleo sacudió Italia, Portugal y España, lo cual debilitó los sueldos en todo el continente, al igual que cuando los sindicatos de trabajador­es de Alemania pactaron salarios bajos para mantener el dominio de las exportacio­nes del país.

Desde mediados de 2014, un descenso de los precios globales del petróleo asoló la industria energética de Noruega y los oficios manufactur­eros de mayor alcance en el país. Ese año, los sueldos noruegos aumentaron sólo 1% después de tomar en cuenta la inflación, y sólo medio punto porcentual al año siguiente. En 2016 se redujeron los salarios más de 1%. ©The New York Times

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Estudiante­s universita­rios, en una feria de empleos en Tokio

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