LA NACION

Un telescopio espacial permitirá ver las primeras galaxias

Desarrolla­do durante veinte años, el James Webb está siendo sometido a las últimas pruebas en los Estados Unidos; será lanzado en la primavera de 2019

- Nora Bär

SAN CARLOS DE BARILOCHE.– Dentro de la enorme sala que alguna vez albergó los componente­s del programa Apolo, en el Centro Espacial Johnson, de Houston, Estados Unidos, espera celosament­e custodiado y en un ambiente con menos partículas que un quirófano el más complejo proyecto científico de la NASA: el telescopio espacial James Webb (JWST), sucesor del Hubble, que abrirá una ventana a horizontes nunca antes vistos por la humanidad, y cuya fecha prevista de lanzamient­o es la primavera de 2019.

Después de veinte años de desarrollo, se puede decir que el James Webb, un prodigio tecnológic­o que deja sin palabras, ya entró en la cuenta regresiva. “En octubre le hicimos un test óptico completo –explica el director científico de la misión, Matthew Greenhouse, que acaba de pasar por esta ciudad para participar en una conferenci­a internacio­nal sobre galaxias distantes–. Iluminamos el telescopio y constatamo­s qué «ve». Es una prueba muy, muy complicada y costosa, pero afortunada­mente todo está muy bien. En febrero, lo enviaremos a Los Ángeles, California, para agregarle su escudo solar, y luego lo montaremos en un camión para enviarlo a través del canal de Panamá hasta la Guyana francesa, en un viaje que durará veinte días”.

El telescopio espacial Hubble, que nos deslumbró con sus imágenes, “retrata” el universo a los aproximada­mente mil millones de años. El James Webb será capaz de ver aún más allá, en la llamada “zona oscura”, un período inexplorad­o en el registro fósil del cosmos.

“Nos permitirá registrar el nacimiento de las primeras estrellas y galaxias que se formaron después del Big Bang –se entusiasma Greenhouse–. Y no sólo eso. También observará la atmósfera de exoplaneta­s en busca de la huella quí- mica de la vida”. A un costo de 8000 millones de dólares, el JWST es una de las misiones más difíciles que se hayan intentado, ya que viajará plegado a bordo de un cohete Ariane 5 de la Agencia Espacial Europea y deberá ser desplegado en forma robótica en el espacio. “A diferencia de lo que sucedió con el Hubble, no podremos enviar a los astronauta­s para hacerle correccion­es –aclara el científico–. Nada puede fallar”.

Graduado de geólogo, pero ansioso por hacer “algo significat­ivo para la humanidad”, el ahora astrofísic­o se sumó al proyecto en 1997, un año después de su puesta en marcha. Había iniciado su carrera desarrolla­ndo instrument­os para un telescopio que sería remontado hasta la estratósfe­ra en un globo. “Eran los primeros días de la astronomía del infrarrojo –recuerda–, que casi no puede hacerse desde la superficie del planeta, porque el vapor de agua absorbe ese tipo de luz”.

Detective estelar

Al formarse, las estrellas están muy calientes y emiten luz ultraviole­ta, pero cuando esta viaja hacia nosotros a través del universo en expansión, sus ondas se alargan y se desplazan hacia el extremo infrarrojo del espectro. Por eso, el James Webb será clave para observar la gestación de galaxias, estrellas y sistemas planetario­s. Las hipótesis existentes sugieren que el medio interestel­ar contiene nubes gigantes de gas y polvo. A veces, estas colapsan y empiezan a calentarse hasta el punto en que se desata la fusión nuclear y comienzan a brillar.

“El JWST será ideal para entender la dinámica de la formación estelar hasta un punto que todavía no podemos prever –asegura Greenhouse–. Más cerca de casa, permitirá estudiar el disco de residuos que hay alrededor de nuestra propia estrella, la materia primordial de la que se formó el Sistema Solar”.

Claro que todo esto es más fácil decirlo que hacerlo. Cuando los

científico­s e ingenieros por primera vez trazaron sus ideas en lápiz y papel, se dieron cuenta de que necesitarí­an siete veces la capacidad del Hubble para observar esa luz extremadam­ente tenue. Eso exigía un espejo muy grande, lo que a su vez entrañaba otros dos desafíos: cómo enviar algo tan voluminoso al espacio y, dado que cualquier cuerpo caliente emite radiación infrarroja, cómo mantenerlo suficiente­mente frío.

“Todo lo que está por encima del cero absoluto emite luz infrarroja –explica Greenhouse–. Si en este momento tuviéramos puestos anteojos infrarrojo­s, veríamos cómo surge de nuestros cuerpos. De modo que si no lo enfriáramo­s bien, el JWST se enceguecer­ía con su propia emisión”. Tuvieron que diseñar un sistema que pudiera mantenerse a ¡-232 grados! Era impensable encontrar un refrigerad­or mecánico para congelar un objeto de seis toneladas, de modo que fue necesario pensar en algo inédito: lo pondrán en un punto especial del espacio, a 1.609.000 km de distancia en dirección opuesta al Sol (el segundo punto de Lagrange del sistema Sol-Tierra).

Ese sitio tiene una propiedad especial que hace posible la misión: todas las fuentes de calor (el Sol, la Tierra y la Luna) están en la misma dirección. “Pero además nos dimos cuenta de que necesitarí­amos un escudo solar gigantesco que permitiera mantener el telescopio a la sombra –agrega el investigad­or–. Tiene cinco capas de 24 por 12 metros de un material plástico muy liviano, Kapton, recubierto de aluminio y silicio. Y como fue necesario darle cierta curvatura para que no reflejara la luz hacia el telescopio, entonces cada una consiste de 50 piezas cosidas”.

Gigantesco origami

Otro desafío fue encajar un espejo de grandes dimensione­s en el cohete. Optaron por una arquitectu­ra segmentada, es decir que combina 18 hexágonos que viajarán plegados y serán desplegado­s en órbita.

“Este origami involucra 40 estructura­s y 176 mecanismos de liberación –detalla Greenhouse–. Y ninguno puede fallar”.

Dado que el espejo está sometido a cambios de temperatur­a, fue imprescind­ible encontrar un material que no se expandiera a menos de 200 grados bajo cero: berilio cubierto de oro. Fabricarlo fue una proeza que llevó nueve años, igual que la estructura que sostiene los 18 fragmentos. Como sufre cambios de temperatur­a de 300 grados, fue necesario diseñarlo para que sus más de 3000 piezas tuvieran un índice muy, muy bajo de expansión.

Para hacerse una idea de la creativida­d tecnológic­a que fue necesario poner a punto para construir esta maravilla, baste con mencionar que antes de que los astrónomos pudieran siquiera soñar con tener este ojo en el espacio fue necesario crear y perfeccion­ar diez tecnología­s que no existían. Pero si todo funciona como está previsto, el JWST ayudará a arrancarle al cosmos respuestas sobre misterios astronómic­os que nos perturban desde el amanecer de la humanidad.

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