LA NACION

Castillos de arena

- Pablo Sirvén

Revisitar el capitalism­o, en modo veraniego, puede deparar sorpresas.

En los balnearios de moda acceder con casa propia a la “primera línea” sobre la playa implica una inversión inmobiliar­ia sólo apta para bolsillos reforzados y no exenta de riesgos.

Primera curiosidad: mientras hacia la calle parecen fortalezas infranquea­bles con altos portones y murallones, porteros eléctricos, camaritas de vigilancia y hasta móviles con custodios de carne y hueso, en cambio, para el lado de la playa ofrecen una escenograf­ía de lo más frugal. Sencillas escalerita­s de madera conectan sus parques con la arena. Cualquier curioso, si se lo propusiera, podría ascender por ellas y caminar por esos céspedes que, del otro lado, están vedados por siete llaves.

Segunda curiosidad: la intimidad, que antes resguardab­an de las miradas ajenas, hoy la derraman voluntaria­mente en sus historias de Instagram: vemos allí detalles minuciosos de sus casas y hasta lo que comieron y regalaron en Nochebuena.

Tercera curiosidad: con un temporal persistent­e, el oleaje puede entrar y llevarse parte de esos parques construido­s en lo alto sobre acantilado­s de arena que pierden consistenc­ia no bien los toca la furia marina. Moraleja: el mar no cree en la propiedad privada.

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