Castillos de arena
Revisitar el capitalismo, en modo veraniego, puede deparar sorpresas.
En los balnearios de moda acceder con casa propia a la “primera línea” sobre la playa implica una inversión inmobiliaria sólo apta para bolsillos reforzados y no exenta de riesgos.
Primera curiosidad: mientras hacia la calle parecen fortalezas infranqueables con altos portones y murallones, porteros eléctricos, camaritas de vigilancia y hasta móviles con custodios de carne y hueso, en cambio, para el lado de la playa ofrecen una escenografía de lo más frugal. Sencillas escaleritas de madera conectan sus parques con la arena. Cualquier curioso, si se lo propusiera, podría ascender por ellas y caminar por esos céspedes que, del otro lado, están vedados por siete llaves.
Segunda curiosidad: la intimidad, que antes resguardaban de las miradas ajenas, hoy la derraman voluntariamente en sus historias de Instagram: vemos allí detalles minuciosos de sus casas y hasta lo que comieron y regalaron en Nochebuena.
Tercera curiosidad: con un temporal persistente, el oleaje puede entrar y llevarse parte de esos parques construidos en lo alto sobre acantilados de arena que pierden consistencia no bien los toca la furia marina. Moraleja: el mar no cree en la propiedad privada.