Sin autocrítica, el riesgo es repetir el flojo 2017
entre tantas imágenes y textos que se van agregando a los tradicionales saludos de las fiestas través de las redes y de los teléfonos móviles, sobresale una sabia reflexión del monje benedictino y escritor argentino Mamerto Menapace: “Mi percepción a medida que envejezco es que no hay años malos. Hay años de fuertes aprendizajes y otros que son como un recreo, pero malos no son. Creo firmemente que la forma en que se debería evaluar un año tendría más que ver con cuánto fuimos capaces de amar, de perdonar, de reír, de aprender cosas nuevas, de haber desafiado nuestros egos y nuestros apegos”. Vale para cualquier ser humano, y sirve también de puente para retratar el año del rugby argentino que se está yendo y, especialmente, para ir mirando al que se viene.
Es indispensable establecer dos polos bien visibles a la hora de retratar la realidad. Por un lado marcha la alta competencia profesional y, por el otro, el rugby de clubes. Uno es la marquesina; el otro es la base. Ambos deberían nutrirse en condiciones iguales, pero eso aún no sucede: la mayor parte del presupuesto de la UAR sigue destinado a sostener la estructura rentada, que a medida que pasan los años debe crecer ante la demanda que genera jugar en el alto nivel con la lógica argentina. o sea, con un reducido grupo de rugbiers rentados afrontando la diáspora Puma/Jaguares y sin una competencia interna de ese rango.
Yendo estrictamente al seleccionado mayor, el año próximo debería plantearse más como una oportunidad que como una incógnita. La escasa autocrítica general que se hizo de 2016 dio como consecuencia un 2017 muy flojo en todos los aspectos. Repetir esa experiencia puede ser crucial en las puertas de la próxima Copa del Mundo, en Japón 2019. ¿Habrá un diagnóstico profundo sobre lo que pasó este año, que contemple las múltiples aristas que tiene hoy el deporte de altísima competencia? Será clave para ver cómo se sigue. Si se cambia o si es una fotocopia de las dos últimas temporadas.
Se insiste en este aspecto porque en buena parte de la UAR y sus satélites hay una percepción de que todo anda de maravillas y de que no debe haber lugar para la crítica. Cuando alguien intenta marcar alguna diferencia, un punto de vista distinto, enseguida se lo aparta o se lo descalifica. En ese rubro ingresan jugadores, entrenadores, dirigentes o periodistas. Lamentablemente, pizcas (miserias) de esos comportamientos estancos empezaron a aparecer en la disputa política con vistas a la renovación de autoridades de marzo próximo.
Si el año el que viene se toma como una nueva oportunidad, las posibilidades de crecer serán palpables siempre y cuando vayan acompañadas de una revisión profunda y de machacar en recuperar el sentido de pertenencia histórico tiene el rugby argentino. De toparse más con la realidad que con el show; más con el legado que con el dinero. Y como dijo James Kerr (autor del libro “Legado”, que trata sobre la transformación de los All Blacks) cuando vino en agosto al país, “atravesar los desiertos”. Sin olvidar la esencia.
Abrir la cancha, salir del pensamiento único y de la zona de confort son algunas pistas que pueden servirle al rugby argentino para sumar a lo bueno que ya ha conseguido y a lo que también conserva a lo largo del tiempo.