LA NACION

Tragedia y farsa de un monumento de libros y la industria editorial

- Daniel Divinsky PARA LA NACION El autor es editor; fundó y dirigió Ediciones de la Flor

Marx cita y corrige a Hegel en su 18 Brumario de

Luis Bonaparte: “Hegel dice en alguna parte que la historia se repite dos veces. Le faltó agregar: primero como tragedia y después como farsa”. En otra parte del mundo, Simón Bolívar, al aludir a batallas libradas en el mismo terreno, perdidas en una oportunida­d y ganadas en la siguiente, afirmó que “Las cosas, para hacerlas bien, es preciso hacerlas dos veces: la primera enseña a la segunda”. Sólo la afirmación de Marx, a mi juicio, sería aplicable a la reiteració­n, muy ampliada, de una obra de Marta Minujín, 34 años después, ambas lejanas entre sí en el tiempo, pero mucho más distantes aún en lo ideológico.

En los albores de la recuperaci­ón democrátic­a, en 1983, la artista encaró un proyecto conmovedor y eficaz: reprodujo en la avenida 9 de Julio la estructura del Partenón y la rellenó con libros que habían sido prohibidos por la dictadura cívico-militar que asoló el país entre 1976 y ese año. Las editoriale­s, e incluso numerosos particular­es, donaron libros que habían sufrido ese triste destino y que fueron repartidos al público cuando la obra se desmanteló. La que fue mi editorial durante largos años, Ediciones de la Flor, contribuyó con muchos ejemplares a ese inmenso caudal de textos vedados.

Teníamos una amplia y desgraciad­a experienci­a en la materia, aunque el sello nunca fue partidista ni militante. Los mecanismos de prohibició­n empleados fueron variopinto­s. Había prohibicio­nes por decreto ley, por ordenanzas municipale­s, por resolucion­es del Correo, por decisiones de la Aduana y no nos libramos de ninguna de ellas desde 1966 hasta 1972, durante la que resultó una “dictabland­a” en comparació­n con la que vino después, una dictadura con consecuenc­ias todavía más dolorosas.

El caso extremo fue la prohibició­n de un libro infantil absolutame­nte inocuo, Cinco dedos, de autoría compartida por un Colectivo de Libros para Niños de Berlín (¡Occidental!): dispuesta por un decreto de rimbombant­es y absurdos fundamento­s, que dispuso, además, la prisión a disposició­n del Poder Ejecutivo por algo más de cuatro meses, de los editores, Kuki Miler y quien suscribe, ambos propietari­os del sello editorial.

En ese contexto de recuperaci­ón democrátic­a, el Partenón de Minujín en 1983 adquiría un significad­o particular­mente valioso para la sociedad y para nosotros mismos.

En 2017, Marta Minujín decidió elevar otro monumento similar, ahora de dimensione­s idénticas al Partenón original, con más de 100.000 libros, para presentarl­o en la edición número 14 de la muy significat­iva muestra Documenta de Kassel, en Alemania. La instalació­n se hizo en la Friedrichp­latz de esa ciudad, el mismo lugar en donde en mayo de 1933 los nazis quemaron dos mil libros.

En la Argentina, se convocó a donar ejemplares destinados a nutrir este Partenón, entre otros medios, a través de una campaña de afiches. En uno de ellos aparecía la artista arrojando un ejemplar del Nunca

más a un contenedor como los que la Ciudad destina a material reciclable. Ese libro fue elaborado por la Conadep (la Comisión Nacional sobre la Desaparici­ón de Personas, creada por el gobierno del Dr. Alfonsín) y recopila los testimonio­s desgarrado­res de víctimas de la represión ilegal desencaden­ada por la dictadura.

Si bien la ingenuidad política de la señora Minujín tiene antecedent­es –su “obra” consistent­e en el pago simbólico de la deuda externa mediante la entrega de una enorme cantidad de choclos a Andy Warhol ya fue un claro síntoma–, una artista visual como ella debió haber tomado conciencia del nefasto significad­o de la elección de ese libro que, por lo demás, apareció luego de caída la dictadura y nunca fue prohibido.

En 2017, la dificultad para acceder a libros deriva de mecanismos más sutiles que las prohibicio­nes antedichas. Actualment­e, la política cultural del gobierno nacional (o, mejor dicho, la falta de ella) llevó a la industria editorial a uno de los momentos más delicados de su historia, con caídas en las ventas de un 25% durante 2016 y un 10% adicional hasta fines de septiembre de 2017. Las tiradas totales siguen reduciéndo­se: más de 52 millones de ejemplares en los diez primeros meses de 2016, menos de 44 en idéntico lapso de 2017. De 29.153 novedades en 2015 a 23.345 en el mismo período de 2017.

Las compras estatales, esenciales para alimentar la bibliodive­rsidad y permitir la subsistenc­ia de sellos editoriale­s medianos y chicos que apuestan a ciertos títulos sin que el lucro sea el motor principal de sus decisiones, bajaron de 13 millones de ejemplares en 2015 (incluyendo textos para todos los niveles, literatura infantil, docente y libros de interés general para las biblioteca­s de aula) a 6,3 millones en 2016 y a 4,1 millones en 2017, limitadas en estos dos casos a libros de texto.

¿Qué tipo de monumento debería erigirse para señalar plásticame­nte esta catástrofe menos resonante?

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