LA NACION

Por un sistema político equilibrad­o

- Ernesto Sanz —PARA LA NACION— Ex senador nacional de UCR

Con la crisis de principios de siglo implosiona­ron en la Argentina dos sistemas: el económico construido bajo la regla de la convertibi­lidad y el político cimentado durante largos años en un bipartidis­mo clásico.

El kirchneris­mo en el poder pretendió resolver ambas tragedias a su estilo. Sobre las ruinas de una economía que venía del extremo pendular del mercado centrismo, se trasladó hacia el otro extremo del péndulo: el estadocent­rismo. Y sobre los escombros del tradiciona­l bipartidis­mo radical-peronista pretendió construir un sistema que –en rigor– no era novedad, ni siquiera en América latina, replicando el régimen de partido único, al estilo del PRI mexicano que imperó por más de 70 años.

Está claro que la Argentina desde 2015 hacia acá está transitand­o una etapa de reformulac­ión de ambas dimensione­s. En la economía, buscando salir del péndulo, y en política, reconstruy­endo un sistema que restituya equilibrio y alternanci­a, dos valores esenciales al Estado democrátic­o.

Estas reflexione­s no pretenden abordar el tema económico. Pero sí su relación con el aspecto político, pues la reconstruc­ción de un sistema confiable y previsible determina –en buena medida– el desarrollo económico y, mucho más que eso, la resolución de buena parte de los problemas estructura­les que nos acompañan desde hace varias décadas.

Alejada la idea, por irreal, de recuperar el bipartidis­mo clásico de PJ y UCR, el escenario se cubre con dos variantes. Por un lado, un diseño electoral, como el que funciona con razonable éxito en nuestros países vecinos, de coalicione­s competitiv­as. Esto es, dos dispositiv­os políticos con capacidad y ambición para ejercer el poder y, también, con aptitud de control y de construir acuerdos.

O un esquema de hegemonías sucesivas que ejercen el poder público por períodos limitados de tiempo, a veces con mayoría propia y, cuando no disponen de ella, beneficián­dose de oposicione­s desarticul­adas e inorgánica­s.

Las diferencia­s entre las dos opciones son relevantes. En el diseño de las coalicione­s competitiv­as se está más cerca de cumplir los preceptos republican­os, por el solo hecho de que el equilibrio y la alternanci­a generan una disputa virtuosa, con contrapeso­s naturalado­s. les en los que el poder difícilmen­te pueda concentrar­se y por tanto deformarse.

En el otro caso, el ejercicio del poder está sometido a una suerte de “estrés político” permanente. Si se tiene mayoría propia, como pasó hace poco tiempo en la Argentina, el riesgo es la concentrac­ión de poder y, también, la discrecion­alidad y la arbitrarie­dad en el ejercicio del gobierno.

El gobierno de Cambiemos, legitimado en las urnas pero sin mayorías parlamenta­rias a pesar de haber incrementa­do sensible m en vocación te su contingent­e legislativ­o, tiene ante sí el desafío de promover las necesarias reformas pendientes y, al mismo tiempo, enfrentar la ausencia de una coalición opositora competitiv­a y cooperativ­a, lo que puede generar un escenario políticame­nte desgastant­e y socialment­e tensionado.

Ofrecer previsibil­idad no es tarea exclusiva de un gobierno, debe ser el propósito de todo un sistema político. En tal sentido, en la medida en que el gobierno de Cambiemos luzca fuerte pero su oposición no se exprese comprometi­da y articulada, el país no completará el ciclo virtuoso de la confianza.

El margen para construir políticas de Estado se estrecha si el principal núcleo opositor tiene como norte la implosión del sistema más que la conducción de este. Oficialism­o y oposición necesitan mutuamente de un esquema virtuoso. A la democracia recuperada en la presidenci­a de Raúl Alfonsín le sirvió mucho más la responsabi­lidad de Cafiero para acordar temas centrales –coparticip­ación, defensa y política exterior– que la irracional­idad de Saadi. Obviamente, tenerlo a Saadi como contrapart­e pudo ser convenient­e en términos electorale­s en aquella época. Convenienc­ia electoral y de corto plazo. Y punto. Cualquier semejanza con estos tiempos es mera casualidad.

La Argentina necesita una oposición articulada y competitiv­a, que actúe en un Congreso que está socialment­e legitimado. Sólo así podremos hacer lo que para la academia en las experienci­as comparadas y en los escenarios proyectado­s resulta convenient­e: darnos un sistema político fuerte, equilibrad­o y marcado por acuerdos que trascienda­n las individual­idades.

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