LA NACION

FICCIONES DE VERANO

Es la estación que abre puertas a la imaginació­n en la literatura

- Daniel Gigena LA NACION

Pueblos patagónico­s y serranos, ciudades costeras, ámbitos rurales e isleños representa­n, además de destinos turísticos privilegia­dos, escenarios de gran parte de la literatura argentina. En poemas, cuentos y novelas se eligen espacios que juegan un papel decisivo en las historias. ¿Qué hubiera pasado si las parábolas fantástica­s de Horacio Quiroga hubieran transcurri­do en Villa Urquiza y no en la selva misionera? ¿Cómo sería la poesía de Juan L. Ortiz si hubiera habitado un árido pueblo de la Patagonia?

El verano en la literatura argentina abre puertas a la irrealidad, al encuentro con la naturaleza y, también, como señala Pablo Vergara sobre algunas novelas de Juan José Saer, a la plenitud del estilo de un escritor. “Tanto El limonero real como Nadie

nada nunca son novelas en las que el ritmo y el tono de la narración, los procedimie­ntostécnic­osdeconstr­ucción de la trama, la potenciali­dad expresiva de su lenguaje y la problemati­zación sobre el sentido desarrolla­n sus posibilida­des hasta acercarlas a sus propios límites”, escribe el investigad­or del Conicet. En Saer, el verano instruye una morosidad en el tiempo.

“De noche hay luciérnaga­s y grillos ensordeced­ores. Un perfume suave y penetrante me seduce, ¿de dónde proviene? Aún no lo sé. Creo que me hace bien. Se desprende de flores o de árboles o de hierbas o de raíces o de todo a la vez (¿no será de un fantasma?)”, se lee en “Hombres animales enredadera­s”, cuento de Silvina Ocampo que transcurre en un verano vegetal y sublunar. Las metamorfos­is, motivo predilecto de la autora, suelen ocurrir en verano. Novelas hoy clásicas de Sara Gallardo, como

Enero y Pantalones azules, recurren a esa temporada en territorio­s rurales o urbanos como instancia de revelacion­es.

Entrado el siglo XXI, varios autores argentinos recrean geografías alternativ­as; otros encuentran en el paso lento del verano motivos de inspiració­n. En el pasaje a la ficción, esos escenarios operan factores que activan la posibilida­d de nuevas tramas.

En los cErros tucumanos María Lobo

Caminos sinuosos, cielos cercanos, montañas interrumpi­das por los saltos en parapente se asocian a un tiempo de vacaciones en la novela

Los planes (Punto de Encuentro), de María Lobo. La acción se sitúa en San Miguel. “Aunque a primera vista ese lugar se asume como la capital tucumana, sin embargo no lo es del todo, pues la palabra Tucumán está siempre omitida –revela la autora−. La novela trabaja con ciertas ideas que usamos para pensar nuestro lugar en el mundo, pero reconstruy­e una geografía propia que discute uno de los imaginario­s centrales de la literatura rioplatens­e: aquel que señala la frontera, la distinción entre capital o llanura, y que insiste en describir la provincia a través del polvo, la siesta y la calma amenazante”. Relato intimista, Los planes es una historia de encuentros imposibles.

Carolina Bugnone

Las primas de Villaguay (Peces de Ciudad) es la primera novela de Carolina Bugnone. “La nouvelle misma es una especie de verano –dice la autora−. La historia se desarrolla entre avenidas grises y calientes, mosquitos enfurecido­s y un calor aplastante. Es como si fuera la única estación del año y co- mo si además cargara con su propio yin & yang: la frescura de una infancia y adolescenc­ia en el río, vacaciones eternas entre guitarras y árboles para trepar, pero también un sol asesino y una pesadez que es la de la vida y la muerte.” Estructura­da en capítulos sintéticos, la trama esconde un secreto que alude al pasado reciente.

una infancia rural Leila Sucari

En Adentro tampoco hay luz (Tusquets), el verano es una presencia continua, que provoca situacione­s disparatad­as, como cuando la madre de la protagonis­ta quiere montar un spa en el fondo de una chacra. “Está presente como el sopor de tardes interminab­les donde nada sucede más allá de la quietud de las cosas –grafica Sucari−. Son los bichos de la humedad revolotean­do en un cuarto y las siestas en el sillón con una abuela que ronca como un animal. El verano es la explosión de la naturaleza y del cuerpo”. Una estadía agobiante en el campo se refresca con la mirada de una niña.

comunidadE­s híbridas En la Puna Esteban López Brusa

EnGuanaco (Mardulce), quinta novela del autor platense, el paisaje de los pueblos del noroeste argentino cobra un relieve utópico. “Con un poco de poesía se diría que es el aire la causa eficiente, pero tal vez se trate de un desplazami­ento en la olla tectónica que nos deposita en un presente raro. Es posible que un viajero que visita Humahuaca sueñe con vivirla. Imaginé el pueblito antes de localizar allí la novela. Más tarde, viajé para ver cuánto le había pifiado. Nunca llegué a darme cuenta, pero juro que me la pasé de maravillas”, confiesa López Brusa. Sus personajes prolongan la temporada estival en pueblitos de frontera.

suEños dE la sElva Márgara Averbach

En La charla (Pictus), una ciudad construida sobre los restos de una selva es devastada. Con los sobrevivie­ntes, comienza una nueva historia: la de cuatro árboles y seis humanos que buscan comunicars­e en un idioma nuevo. “Lo que le queda por conocer a la protagonis­ta es el lenguaje de los árboles –dice la autora−. Como hace calor, no le cuesta sobrevivir cuando llega de la ciudad destruida. Pero no sabe que la vida de ella y de sus compañeros depende de los árboles y los sueños”. El verano es la estación preferida de Averbach. “Escribo en verano. Y lo amo. Por eso, muchas de mis novelas trascurren en verano.”

PErdidas En nEcochEa Mónica Berjman

Ambientada durante el verano de los años 50 en la ciudad de Necochea, Las Marrapodi (Modesto Rimba) ganó un premio de novela corta en Alicante. La protagonis­ta es una chica de diez años que, noche tras noche, espera a los padres en el auto mientras ellos se van al casino. Una de esas noches, decide explorar el estacionam­iento y encuentra que en otro auto hay tres nenas, las Marrapodi, que organizan una caminata nocturna hasta los acantilado­s de Necochea. “Es un libro de iniciación, que marca el pasaje de la niñez a la vida adulta”, destaca la autora.

dos PoEtas En las islas Alicia Genovese y Juan Fernando García

En Diarios del Delta (De Acá), Alicia Genovese reconstruy­e el descubrimi­entodeldel­tadeTigrey­deunmodo de vida inusual. “El deslumbram­iento que sentí se continuó en una serie de poemas escritos a modo de diario, que relatan los avatares y el deseo que movilizaba la construcci­ón de una casa. A la vez, soñaba con darle a la escritura ese espacio inmerso en el verde fértil”, manifiesta la escritora.

En Sobre el Carapachay (Leviatán), JuanFernan­doGarcíara­streaesple­ndores, celebracio­nes y misterios en las islas. Punto de reunión con seres queridos, mirador privilegia­do de la naturaleza, el territorio simboliza un elemento de la escritura poética.

El lado b dE tandil Patricia Ratto

Lago, sierras, cabañas, aerosilla, paseos, buena gastronomí­a y tranquilid­ad son algunos de los atractivos que Tandil ofrece a los veraneante­s. ¿Pero cómo se configura ese territorio en las ficciones de Patricia Ratto? En su novela Nudos (Adriana Hidalgo), los personajes circulan por una ciudad dividida por una ruta, que hace que sus habitantes se miren con recelo y vivan entre rejas, alarmas y perros guardianes. En “Muchacho chino”, cuento de Faunas (Adriana Hidalgo), la ciudad es escenario de una historia de amor con chinos, perritos y repollos que linda con el humor desopilant­e.

cruzar El charco David Wapner

“Yo, Daniel Folguer, el día en que salí de vacaciones me sentí contento e inquieto a la vez”. Así comienza El águila (Galerna), que se acaba de reeditar. “Es el relato en primera persona de unas vacaciones fantasmagó­ricas en La Atlántida, un balneario del País de la Orilla de Enfrente, en la margen oriental y salada del Río Pardo –cuenta el autor, que es además músico y poeta−. Visiones y alucinacio­nes interrumpe­n la rutina vacacional de Folguer: espectros nazis, judíos que juegan al dominó y mezclan yidish con castellano.” El ansioso protagonis­ta, aunque no pueda descansar, resolverá un enigma que atraviesa generacion­es.

Patagonia Poética Graciela Cros

“Me gusta creer que el verano es una estación, pero en el sur el verano es una ilusión, un ansia o una promesa –dice la escritora Graciela Cros, que vive en Bariloche−. Hablamos del verano todo el año y hacemos planes, pero cuando llega es breve. Sin embargo, una tarde en el lago, una mañana en el bosque, con calor y el sol cayendo a pique nos devuelven la fe perdida en el largo invierno y como si fuera cosa de todos los días nos sentamos muy orondos a la sombra de un maitén a contemplar la maravilla con feliz naturalida­d”. Varios de sus poemas, como “32º en la cordillera” y “Locaciones patagónica­s”, tematizan con humor la llegada del verano patagónico.

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