El mundo se aleja del final de la carrera nuclear
El belicismo de Trump y Kim reactivan planes en otros países
PARÍS.– Según el célebre reloj simbólico publicado cada año por el Boletín de los Científicos Atómicos, en 2018 el mundo se encuentra a “dos minutos y medio del apocalipsis”. Desde que ese informe anual fue inventado en 1945, nunca la humanidad estuvo tan cerca del fin del mundo.
Cuando nacieron, el objetivo de esas páginas mimeografiadas era informar al público y a los líderes mundiales sobre la cercanía de los peligros nucleares que los amenazaban. Su primera edición, en 1947, señalaba las 23.53 (siete minutos antes de la medianoche o de la hecatombe). Este año, sumando los peligros que representan el cambio climático y la llegada de Donald Trump al poder de la primera potencia nuclear, el panel de científicos –que incluye 15 premios nobel– considera que los 7400 millones de seres humanos están parados al borde de un volcán. Y, en verdad, tras dos décadas de progreso aparente, la perspectiva de un mundo sin armas atómicas parece alejarse cada vez más.
Viene de tapa Desde que Trump llegó el 20 de enero del año pasado a la Casa Blanca y el líder norcoreano, Kim Jong-un, multiplica sus provocaciones, varios países reactivan sus programas nucleares.
Según el último informe del prestigioso Instituto Internacional de Estudios sobre la Paz de Estocolmo (Sipri), el mundo cuenta con 15.395 cabezas nucleares. Otras fuentes llegan a 16.000.
Nueve países disponen hoy de la bomba. A las cinco potencias nucleares reconocidas como tales por el Tratado sobre la No Proliferación de Armas Nucleares (TNP), firmado en 1970 (Estados Unidos con 6800 cabezas, Rusia con 7000, Gran Bretaña con 215, Francia con 300 y China con 270). A ese club exclusivo, que dispone de derecho de veto en la ONU, se suman otros tres que hicieron pruebas nucleares para demostrar que eran capaces de producir la bomba: la India (que ahora tiene entre 110 y 120 ojivas), Pakistán (entre 110 y 130) y Corea del Norte (podría haber producido 10 artefactos nucleares). Israel, por su parte, nunca realizó ninguna experiencia atómica, pero los expertos calculan que posee 80 cabezas.
Pero muchos otros países están implicados en la amenaza nuclear.
“Ya sea porque acogen esas armas en su territorio, como una parte de los miembros de la OTAN, o porque se aprovechan del paraguas nuclear de una de las grandes potencias”, afirma la sueca Beatrice Fihn, directora de la Campaña Internacional para la Abolición de Armas Nucleares (ICAN), organización premiada en 2017 con el Nobel de la Paz.
Decir que la amenaza nuclear había disminuido es quizás exagerado. No obstante, por un lado, el mundo redujo gradualmente el número de armas que a mediados de los años 80 había alcanzado la cifra aterradora de 70.000 ojivas. Por otro, la era de Barack Obama coincidió con una estrategia de desescalada entre las dos grandes potencias. Desde fines de 2008, el proyecto Global Zero, que comprometió a 300 líderes mundiales, preveía la eliminación de los medios de destrucción nucleares entre 2010 y 2030. En 2009, el horizonte de un planeta sin armas atómicas se había convertido en un objetivo y el desarme, en un método progresivo aceptado tanto por los rusos como por los chinos.
En 2010, aunque no fuera con un resultado triunfal, el tratado New Start, firmado entre Washington y Moscú, prometía reducir el nivel de armas desplegadas a 1550 cabezas en 2018. E incluso cuando el fantasma de una nueva guerra fría comenzó a crecer entre Estados Unidos y Rusia (ampliación de la OTAN, armamentismo de los países Bálticos, escudo antimisiles, crisis en Siria, anexión de Crimea, etcétera), el arsenal fatal fue globalmente abandonado, aunque las intimidaciones se multiplicaran.
Hoy, todo parece haber cambiado. Entre las crisis y las divergencias internacionales, Rusia –por ejemplo– decidió reforzar sus capacidades militares y ensaya actualmente un nuevo misil intercontinental nuclear hipersónico, Satan II (Sarmat, en ruso), el más grande construido hasta ahora, capaz de vitrificar una superficie como Francia o Texas, y que será operacional este año.
“Rusia no se prepara a atacar a nadie. Todos queremos reducir las tensiones internacionales, pero no al precio de nuestro entierro”, se justificó el presidente Vladimir Putin.
Cambio radical
Con la llegada de Trump a la Casa Blanca, un presidente rodeado de generales copiosamente condecorados, el tono cambió en forma radical.
“Hemos quedado rezagados en el terreno de nuestra capacidad nuclear. Soy el primero que quiere un mundo sin bombas atómicas, pero jamás permitiremos que un país, incluso un aliado, nos supere”, advirtió de inmediato.
Dos terrenos exteriores habían servido al candidato republicano durante su campaña para ilustrar su eslogan America first: Corea del Norte, sobre la cual prometía una “solución definitiva”, e Irán, con el cual se mostraba casi tan duro, a pesar de que un acuerdo internacional fue firmado el 14 de julio de 2015, gracias a los esfuerzos de Obama que, para lograrlo, incluso cerró los ojos ante la injerencia flagrante de Teherán en Siria.
En ambos casos, el presidente norteamericano optó por la estrategia equivocada. Para “neutralizar” a Pyongyang, Trump no encontró mejor idea que proponer dotar a Corea del Sur y a Japón del arma nuclear. O sea, exactamente lo contrario de todo lo que Occidente intentó hacer durante décadas a favor de la desnuclearización. En cuanto a Irán, su intención de condicionar el acuerdo de 2015 a la disminución de incursiones iraníes en los diferentes campos de batalla regionales (Siria, el Líbano, Gaza o Yemen), estaba condenada de antemano.
Sin embargo, a pesar de ello y de sus frecuentes delirios verbales, Trump no puede ser considerado como único responsable del retorno del espectro de la bomba atómica.
“Tanto en el caso de Corea del Norte como de Irán, la posesión del arma nuclear es un medio de santuarizar y volver inexpugnable un régimen político odiado por ciertos vecinos”, afirma Isabelle Facon, especialista de la Fundación para la Investigación Estratégica (FRS).
Ahí reside precisamente el peligro. Según Facon, la amenaza nuclear actual se inscribe en un escenario inédito, que marca la diferencia fundamental entre la Guerra Fría y el presente: el peligro ya no proviene de las anteriores grandes potencias, sino de las ahora regionales incontrolables.
A su juicio, hoy hay que temer a esos regímenes ideológicamente marginalizados por el avance del mundo, a esos viejos nacionalismos o fanatismos que solo esperan disponer de nuevas armas tecnológicas o misiles balísticos para compensar sus atrasos o su aislamiento.