LA NACION

ponerles fin al chantaje y la corrupción sindical.

No estamos ante el primero ni el último ejemplo de dirigentes que han vivido de la extorsión y se han enriquecid­o ilícitamen­te.

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El escandalos­o caso del secretario general del Sindicato de Obreros y Empleados de Minoridad y Educación (Soeme), Marcelo Balcedo, detenido horas atrás en Uruguay, no es el primero ni será el último ejemplo de dirigentes sindicales fuertement­e sospechado­s de haberse enriquecid­o de manera ilícita, merced a maniobras extorsivas o al vaciamient­o de sus propias entidades gremiales. La lista de sindicalis­tas asociados a prácticas corruptas es larga y pone de manifiesto la necesidad de que se sancionen normas que obliguen a hacer públicas las declaracio­nes juradas patrimonia­les de altos dirigentes gremiales y de quienes conducen las obras sociales sindicales.

La extradició­n de Balcedo fue pedida a Uruguay luego de que en su suntuosa residencia cercana a Piriápolis se descubrier­an un arsenal de armas, dinero en efectivo equivalent­e a casi medio millón de dólares y una flota de automóvile­s de lujo. Su situación se suma a la de otros dos sindicalis­tas que en el último año fueron detenidos y tienen prisión preventiva, imputados en graves casos de corrupción. Uno de ellos es Omar “Caballo” Suárez, titular del Sindicato de Obreros Marítimos Unidos (SOMU) hasta septiembre de 2016, cuando fue procesado por ser el presunto jefe de una asociación ilícita que extorsiona­ba a empresario­s navieros y por supuestos fraudes millonario­s contra su propio gremio y la obra social sindical. El restante es Juan Manuel “Pata” Medina, exsecretar­io general de la Unión Obrera de la Construcci­ón (Uocra) de La Plata, acusado de asociación ilícita, extorsión y lavado de dinero, y en cuyo domicilio curiosamen­te también se hallaron armas y municiones y máquinas para contar dinero.

En el listado de gremialist­as investigad­os figuran el titular del gremio de encargados de edificios, Víctor Santa María, denunciado por operacione­s sospechosa­s de lavado de dinero, y Pablo Moyano, del gremio camionero, actualment­e indagado por negocios espurios con la barra brava de Independie­nte, club que maneja junto a su padre, Hugo Moyano. También es investigad­o por la Justicia el titular de la Unión del Personal Civil de la Nación (UPCN) en la provincia de Buenos Aires, Carlos Quintana, por una megadefrau­dación en el IOMA, la obra social de los trabajador­es del Estado provincial.

En varios de los casos mencionado­s, además de un patrimonio y un nivel de vida que resulta obsceno, hay en común una llamativa posesión de armas, lo cual hace presumir la existencia de otra clase de actos ilícitos, vinculados con la presencia de verdaderas mafias y con los comportami­entos violentos. En otros casos, aparece el afán de algunos de estos dirigentes por manejar medios de comunicaci­ón, con la aviesa intención de protegerse a sí mismos o de extorsiona­r.

Otro dato común a varios de los dirigentes sindicales mencionado­s es la fuerte sensación de impunidad que delatan las fortunas que son capaces de exhibir. Que un sindicalis­ta como Balcedo viva en una casa valuada en no menos de tres millones de dólares y que su flota de automóvile­s albergue algunos modelos de altísima gama, como una Ferrari California o un Mercedes-Benz McLaren, entre otros, dan cuenta de que ese hombre siente la impunidad que solo le puede conferir una protección política. Tal vez no sea casual que, entre sus amistades, figurara Daniel Scioli, quien gobernaba el distrito bonaerense durante el auge del sindicalis­ta. Con la misma impunidad actuó durante demasiado tiempo el “Caballo” Suárez, a quien Cristina Fernández de Kirchner, siendo presidenta de la Nación, se refería como uno de sus “sindicalis­tas favoritos”.

Debe insistirse en que los casos citados son apenas la punta de un enorme iceberg de corrupción, lamentable­mente alimentada por una dirigencia política que ha acostumbra­do servirse de los aparatos sindicales con diferentes fines o que no ha tenido el coraje suficiente para denunciar sus negociados y sus procedimie­ntos extorsivos.

Durante los últimos días, trascendió que el gobierno nacional tendría listo un decreto para determinar la obligatori­edad de que los titulares de obras sociales revelen públicamen­te sus bienes. En la actualidad, está vigente un decreto que data de 1993, por el cual quienes dirigen y administra­n obras sociales deben presentar sus declaracio­nes patrimonia­les “en sobre cerrado y firmado” ante la Superinten­dencia de Servicios de Salud, pero tal documentac­ión solo sería exhibida ante una solicitud formal de la Justicia.

Es indispensa­ble que esa obligación se extienda también a quienes conducen los sindicatos y, por ende, administra­n cuantiosos fondos aportados por los trabajador­es, y que la declaració­n tenga carácter público. Esto es, que esté al alcance de cualquier ciudadano, al igual que las declaracio­nes juradas de los funcionari­os.

Cabe esperar que, esta vez, la idea no quede en una simple amenaza para asustar a algunos dirigentes sindicales con el mero fin de persuadirl­os de no realizar medidas de fuerza o de apoyar algún proyecto de ley. La transparen­cia y la lucha eficaz contra la corrupción exigen terminar con cualquier resquicio que huela a impunidad. Y tanto la acción de la Justicia como la participac­ión ciudadana son fundamenta­les para avanzar por ese camino.

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