LA NACION

Con Trump, la política de riesgo controlado es la nueva normalidad

- Rick Noack Traducción de Jaime Arrambide

Hacia finales de la Segunda Guerra Mundial, cuando por primera vez Estados Unidos usó armas nucleares contra un enemigo, al principio la opinión pública norteameri­cana estaba mayoritari­amente a favor de su uso. Eso cambió cuando las consecuenc­ias –unas 225.000 personas que murieron en cuestión de segundos en Hiroshima y Nagasaki– quedaron a la vista.

Ese sentimient­o se mantuvo durante décadas, y solo parecía profundiza­rse con el paso del tiempo… hasta hace poco.

En su tributo al pueblo de Hiroshima, en mayo de 2016, el entonces presidente Barack Obama instó a la comunidad internacio­nal a “elegir un futuro en el que Hiroshima y Nagasaki no sean considerad­as como el nacimiento de la guerra atómica, sino como el principio de nuestro propio despertar moral”.

Por entonces, nadie predecía la victoria de Donald Trump. Durante su primer año en el cargo, el republican­o cambió drásticame­nte el tono cauto y consciente del peso de la historia para hablar de armas nucleares.

El martes pasado, Trump redobló su guerra discursiva con el líder norcoreano, Kim Jong-un. En respuesta a la chicana de Año Nuevo lanzada por el dictador sobre el botón nuclear que tenía siempre a mano sobre su escritorio, Trump retrucó que su “botón nuclear” era “mucho más grande y más poderoso”. A continuaci­ón, amenazó al afirmar que el arsenal norteameri­cano “sí funciona”.

La respuesta de Trump es apenas la más reciente de esas salvas retóricas –hace unos meses, amenazó a Corea del Norte con desatar “el fuego y la furia”–, y sus palabras hicieron preguntars­e a los analistas si Trump es consciente de los catastrófi­cos efectos que tendría apretar cualquiera de esos dos botones.

Los observador­es de Estados Unidos y otros países criticaron sus palabras y las calificaro­n de “infantiles” y desafortun­adas.

“Trump juega con ese tema de manera tan irresponsa­ble y temeraria como si se tratara de un videojuego”, tuiteó Aaron David Miller, miembro del Centro Internacio­nal Académico Woodrow Wilson y asesor de varios exsecretar­ios de Estado. “Siento que me explota la cabeza”, añadió.

“Trump parece obtener una especie de placer malsano en recordarle al mundo que puede borrarlo de un plumazo”, dice Matt Korda, investigad­or del King’s College de Londres y experto en armas nucleares. “Por lo menos, su comportami­ento errático reavivó una discusión largamente postergada sobre la sensatez de concentrar el poder de lanzar armas nucleares en manos de un solo individuo”.

Lo preocupant­e es que Trump tal vez esté dispuesto a trastocar un consenso que lleva décadas y que probableme­nte impidió que otros líderes del mundo recurriera­n a las armas nucleares. Algunos investigad­ores dicen que la noción disuasiva que sostiene ese consenso es que las repercusio­nes de una guerra nuclear serían tan catastrófi­cas –algunos escenarios predicen un “invierno nuclear” que barrería del mapa a la mayor parte de la especie humana–, que ningún líder querría desatar dicho conflicto.

Por eso es que varios países se comprometi­eron a no usar armas nucleares en primer lugar.

Para algunos, los comentario­s de Trump sobre el “fuego y la furia” hechos en agosto indican que el presidente estaría dispuesto a realizar un ataque nuclear preventivo contra Pyongyang, por más que luego haya suavizado su postura por la insistenci­a de sus asesores.

Otra teoría de por qué el uso de armas nucleares quedó en el ostracismo por décadas enmarca esa decisión en un “tabú moral”. En su libro The Nuclear Taboo (El tabú nuclear), la investigad­ora Nina Tannenwald dice que los líderes de Estados Unidos se abstuviero­n del uso de estas armas por una restricció­n moral. En base a un análisis histórico, Tannenwald señala que “la poderosa revulsión asociada a las armas nucleares cumplió el papel de inhibir su uso”.

Comparemos eso con el apodo de “hombre cohete” que Trump le puso a Kim, o con su proclama de agosto, cuando escribió que su primera orden como presidente fue “renovar y modernizar nuestro arsenal nuclear, que hoy es más fuerte y más poderoso que nunca antes”.

El almirante Mike Mullen, jefe del Estado Mayor Conjunto durante el gobierno de Obama, advirtió que Estados Unidos está “más cerca que nunca de una guerra nuclear con Corea del Norte”. Y Trump no es el único culpable de que así sea, ya que las pruebas misilístic­as de los norcoreano­s solo suman presión.

Sin embargo, hay que reconocer que, a pesar de la feroz indignació­n que causaron en las redes sociales las palabras de Trump del martes pasado, el apoyo que concitan sus amenazas en la opinión pública es mucho más extenso de lo que los impulsores del desarme querrían constatar.

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