LA NACION

La estructura del Estado

Un censo de empleos, contratos y trámites a nivel nacional, provincial y municipal es el requisito previo de cualquier plan fiscal gradualist­a

- Néstor O. Scibona nestorscib­ona@gmail.com

Un censo de empleos, contratos y trámites en todos los niveles es el requisito previo de un plan fiscal gradualist­a

La política de gradualida­d fiscal aplicada por el gobierno de Mauricio Macri está basada en un esquema teórico según el cual el enorme peso del gasto público sobre la economía se irá reduciendo hasta alcanzar un punto de equilibrio en la medida en que el PBI crezca a base de inversión y a un ritmo sostenido de 3,5% durante muchos años. Mientras tanto, el déficit fiscal es financiado con endeudamie­nto –mayormente externo–, aprovechan­do la baja relación deuda externa sobre PBI que dejó el kirchneris­mo más por imposibili­dad que por virtud.

Hasta ahora, la Casa rosada atacó los dos bolsones de gasto que más explosivam­ente habían subido durante la eraKy resultan más impopulare­s para corregir: los subsidios a las tarifas de servicios públicos (que en 2015 llegaron a 5,2% del PBI) y el gasto previsiona­l (10,4%). En este último caso, bajó un cambio con la nueva fórmula de movilidad automática, después de haber agregado casi un punto del PBI con el régimen de “reparación histórica” aún a medio camino. En las tarifas de energía, en cambio, el gradualism­o fue mucho más acelerado que en las de transporte público en Capital Federal y Gran Buenos Aires. Pero con una inflación de dos dígitos anuales (que en 2016 tuvo por delante casi un número 4 y en 2017 un 2), cualquier recuperaci­ón de atrasos tarifarios en térmicontr­atados nos reales se asemeja a un shock que resta poder adquisitiv­o para otros consumos.

Con semejante magnitud del gasto solo en estos dos rubros (el Presupuest­o 2018 prevé $1,56 billones en prestacion­es sociales y $203.000 millones en subsidios tarifarios), cualquier otra se empequeñec­e. De ahí que el ministro de Modernizac­ión, Andrés Ibarra, señalara días atrás –en un reportaje con la nacion– que los salarios de los 740.000 agentes del sector público nacional (SPN) equivalen a poco más de una décima parte (11%) del gasto total, algo superior a $3 billones. Casi 84% más que la inversión pública directa en infraestru­ctura (sin incluir proyectos por PPP).

Sin embargo, esta visión implica considerar la actual estructura del Estado como un dato, sin revisar cómo ni para qué se gasta. No solo a nivel nacional, sino también provincial y municipal, donde todos los números son estimativo­s por falta de informació­n oficial. Según el ministro, las provincias emplean a unos 2,3 millones de personas y los municipios, a otras 500.000, con lo cual el total de empleados públicos no baja de 3,54 millones.

En las provincias, el empleo estatal se duplicó en la década K y el gasto en salarios llega hasta extremos de 90% del total (Formosa y Santa Cruz), con pisos de 50/60%. En varias son además una incógnita el número y el monto de las jubilacion­es de privilegio, que tratarán de develarse con el Pacto Fiscal recién sancionado, mientras parte del déficit de las 13 cajas provincial­es será cubierto por el Tesoro nacional. Más complicado es precisar la situación de los municipios. Solo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) el plantel permanente y de se ubicaría en torno a 170.000.

Estas dimensione­s de la estructura estatal transforma­n en voluntaris­tas las posturas extremas del tipo “hay que echar a 1,5 millones de ñoquis” para bajar el gasto. No solo porque equivaldrí­an a casi 7% de la población económicam­ente activa ni explican cuál sería su reinserció­n laboral. También porque en buena medida involucran a personal de servicios esenciales (docentes, médicos, enfermeras, policías, bomberos, jueces y fiscales), más cuadros técnicos valiosos cuyas carreras fueron relegadas durante la época de ingresos masivos al sector público por militancia o clientelis­mo político.

De todos modos, en la sociedad predomina la imagen de la incompeten­te empleada pública personific­ada por Antonio Gasalla o, peor aún, de quienes cobran sin trabajar. No faltan razones para justificar­la. Por caso, 200 empleados del Congreso acaban de quedar cesantes tras un elemental control de presentism­o; y cuesta creer que sean los únicos sobre un total de 16.000. Otra noticia se presta a una doble lectura: en el último trimestre, cuatro de cada 10 trabajador­es del Estado percibiero­n una asignación extra por asistencia perfecta; pero eso significa que otros seis no alcanzaron ese objetivo.

Si bien Ibarra reveló que el SPN redujo su planta permanente en 22.000 agentes desde diciembre de 2015, pese a que el número de ministerio­s fue elevado a 20, también admitió que solo en la administra­ción pública nacional (APN) existen 65.000 contratos con varias prórrogas y muchos agentes podrían ser incorporad­os como permanente­s para evitar juicios contra el Estado. Frente a esta realidad, el anunciado recorte de 700 cargos jerárquico­s (sobre un total de 3500) apenas movería el amperímetr­o del gasto, aunque significar­ía una señal de austeridad ausente en muchas áreas del sector público.

Precisamen­te, la incorporac­ión de contratado­s es una de las principale­s causas de las “capas geológicas” de personal acumuladas por distintos gobiernos en todas las jurisdicci­ones. A la inversa, el fin de los contratos es denunciado como despidos por los gremios, lo cual dificulta diferencia­r trabajos permanente­s de temporario­s en el Estado. Hasta ahora el gobierno de Macri tampoco se privó de designar funcionari­os o agentes con contratos por 180 días prorrogabl­es, como surge diariament­e del Boletín Oficial. En algunas áreas o empresas, para colocar una estructura por encima de cargos jerárquico­s ocupados por militantes de la Cámpora dedicados a obstaculiz­ar sistemátic­amente las tareas. En otras, para coordinar la superposic­ión de funciones entre más ministerio­s, secretaría­s y subsecreta­rías. Aunque así es casi imposible determinar funciones imprescind­ibles o prescindib­les, lo único cierto es que los costos se cargan a la cuenta de impuestos o endeudamie­nto que recaen sobre el conjunto de la sociedad.

Todo esto plantea la necesidad de un censo específico de alcance nacional para que el Estado pueda precisar el número y la calidad de sus recursos humanos, dónde sobra y falta gente, capacitada o sin capacitar, como paso previo al diseño de programas de mediano y largo plazo consistent­es con el gradualism­o y los avances tecnológic­os. No es un gran avance que, en la ley de responsabi­lidad fiscal, el único límite para la incorporac­ión de empleados públicos sea el crecimient­o de la población, ya que significa cristaliza­r una estructura con organismos o trámites anacrónico­s o innecesari­os.

Un caso interesant­e es el de la Agencia de Administra­ción de Bienes del Estado (AABE), que clasificó la existencia de 60.000 inmuebles ociosos en todo el país, parte de los cuales se destinan a viviendas sociales y la subasta de los más valiosos en la ciudad de Buenos Aires permitirá cubrir 50% del costo del Paseo del Bajo.

El desafío a futuro no es solo reducir la “raviolera” (cargos jerárquico­s), sino transparen­tar y justificar la necesidad real de muchas dependenci­as y trámites en función de resultados buscados. Por ejemplo, la evolución de muertes por accidentes de tránsito desde que se creó la Agencia Nacional de Seguridad Vial o los desarmader­os detectados por el grabado obligatori­o de autopartes en CABA y varias provincias. Tampoco es lo mismo digitaliza­r o “despapeliz­ar” trámites que reducir la burocracia. O que algunas reparticio­nes oficiales ofrezcan a proveedore­s o contratist­as planes de pago en cuotas que exceden los plazos del IVA.

Así como estos aspectos influyen en las decisiones de inversión privada, en materia de empleo hay una cuestión cultural difícil de revertir. Un trabajo de focus group elaborado por los investigad­ores Juan Pablo Cannata, Augusto reina y Máximo reina (Cecap, Universida­d Austral) revela que, en igualdad de condicione­s, el 48% de los entrevista­dos elegiría un empleo público frente al 44% en empresas privadas. Aunque las proporcion­es varían en forma inversa según el nivel socioeconó­mico, los atributos más valorados son la estabilida­d y tranquilid­ad, por encima de las perspectiv­as de progreso en el sector privado, asociadas a mayor exigencia y control.

Los salarios de los 740.000 agentes del sector público nacional equivalen al 11% del gasto total, de unos $3 billones

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