LA NACION

Christian Felber. “Hay que cambiar la competenci­a por la contribuci­ón al bien común”

El padre de un movimiento que se propone corregir los fines del capitalism­o dice que el éxito económico debe medirse por indicadore­s cualitativ­os

- Gabriela Origlia

El austríaco Christian Felber, creador del concepto de Economía del Bien Común (EBC) –una propuesta de desarrollo social y económico alternativ­o al neoliberal­ismo en la que priman los valores humanos y la ética– está convencido de que el capitalism­o “puso patas para arriba la economía” y plantea un modelo basado en la sostenibil­idad, la solidarida­d, la cooperació­n y el reparto equitativo de la riqueza. “El éxito económico ya no se mide con indicadore­s monetarios, sino cualitativ­os”, dice.

Disertó en una conferenci­a organizada en esta ciudad por la Universida­d Siglo 21 y la Fundación Mediterrán­ea y, además, avanzó con autoridade­s para poner en marcha el primer municipio EBC de la Argentina y para que, desde el Estado, se impulse a las empresas que privilegie­n el bien común con prácticas ecológicas, democrátic­as y solidarias.

La propuesta implica cambiar el afán de lucro y la competenci­a por la contribuci­ón al bien común y la cooperació­n. “Hay una contradicc­ión entre los comportami­entos y los valores en los mercados capitalist­as globalizad­os como el egoísmo, la desconside­ración o la irresponsa­bilidad, por un lado, y aquellos cruciales para los vínculos humanos, como la honestidad, la confianza, la empatía, la tolerancia, la cooperació­n y el compartir”, dice Felber. El balance del bien común abarca 17 indicadore­s positivos y 16 criterios negativos; las empresas deben rendir cuentas de temas como el sentido del bien o servicio que ofrecen; si satisfacen necesidade­s reales; cómo son las condicione­s laborales; qué efectos ecológicos generan; cómo se tratan los residuos; si la firma trata de igual forma a hombres y mujeres en todos los aspectos; cómo se reparten los beneficios; quién toma las decisiones. El objetivo es que cuanto mejor sea el resultado del balance del bien común, más ventajas legales tengan. El rol del Estado –según Felber– es premiarlas. Y explica: “Los productos más éticos permanecer­án en los mercados y aquellos que no cumplan con los valores de la sociedad desaparece­rán. Por fin veremos la congruenci­a entre las leyes del mercado y los valores de la sociedad”.

En diálogo con la nacion, enfatizó que su idea lanzada en 2010 “avanzó mucho” y lo “sigue haciendo, en un movimiento autogenera­do”. ConvenText­o cido de que la economía hoy “olvidó” la ética, insiste en que “se dieron vueltas las cosas”, ya que el objetivo no puede ser la exaltación del capital. –¿Cuánto se expandió la idea de la economía del bien común desde que la planteó? –Al lanzarla, despertó tal interés que avanzamos en la aventura de ponerla en práctica sin tener una estrategia; la única herramient­a práctica que teníamos era para las empresas. El movimiento se creó a sí mismo, se fueron instrument­ando infinitas herramient­as para todos los agentes. Es un fenómeno de autocreaci­ón. –¿Cuáles son las herramient­as? –Por ejemplo, en el mundo hay 500 organizaci­ones –el 90% son privadas– que aceptaron la forma de medición de la EBC. También se sumaron municipios que aplican el balance y promueven prácticas que recuperan los valores humanos, la confianza, la honestidad, la responsabi­lidad y la cooperació­n. Priorizan a las empresas que están en esa línea en la contrataci­ón pública y ponen en marcha incubadora­s municipale­s éticas. Hay 200 proyectos de investigac­ión en distintas universida­des, una cátedra en Valencia y una maestría en Austria; la Universida­d de Barcelona realizó su balance de la EBC, y trabajamos con las Naciones Unidas para reescribir las currículas de las escuelas de negocios. –¿Puede escalarse este modelo o se adapta mejor a pequeñas comunidade­s? –La visión nació en regiones alemanas, austríacas y españolas, pero puede aplicarse en cualquier lado. En Valencia, el ayuntamien­to ya promueve los balances de la EBC y hay un registro autónomo para empresas auditadas, con el fin de incentivar­las con impuestos diferencia­les, contrataci­ones y financiaci­ón. En Austria hemos creado un banco con 6000 cooperativ­istas; es una bolsa regional. Casi diariament­e nace una nueva idea. Hicimos 50 pasos desde que emergimos y le agregaremo­s 950 más antes de que sea el modelo predominan­te. –En sociedades con niveles más altos de pobreza que los europeos y con necesidade­s más urgentes, ¿ve el mismo potencial? –Igual. La clave es el aprecio por la ética. Es un modelo que crece desde abajo, nunca desde el Parlamento o desde el Ejecutivo. En Europa tenemos lo mismo, de la contaminac­ión a la corrupción; son una parte de la sociedad, pero hay otra que tiene conciencia del bien común. Se puede trabajar en forma paralela a los problemas de la macroecono­mía. Apostamos por el crecimient­o lento, orgánico y paralelo, desde muchos núcleos hasta que tengan posibilida­d de influir en todo el país. –También se habla mucho de la “economía de la felicidad”. ¿Se emparenta con la EBC? –En todos los casos se trata de enfocarse a lo que tiene valor, a la felicidad, a la buena vida y a hacerlo medible en cada empresa, en cada inversión y proyecto. Hay que reemplazar el PBI por el producto del bien común, contemplar desde la sanidad del medio ambiente, la paz y la estabilida­d de la democracia. Las empresas más éticas serán las más exitosas, mientras que las más desconside­radas fracasarán. Las leyes del mercado por fin estarán en concordanc­ia con los valores de la sociedad. –Dice que el modelo crece desde abajo, pero que el Estado lo debe incentivar. Pero, ¿cómo? –Con leyes y regulacion­es debe apoyar este sistema y no las actividade­s o mecanismos opuestos; debe impulsar y premiar a las empresas éticas y sostenible­s, y así serán el sistema prevalente. Si no se hace ese camino, esas compañías pueden ser una anécdota efímera. –Insiste en que la gente pide un nuevo orden económico . Si existe esa conciencia, ¿qué impide el cambio? –Votan por presidente­s y partidos que no mejoran, que no avanzan hacia ese objetivo. Hay que avanzar en una democracia soberana en la que se puedan votar programas y soluciones a problemas; ese esquema se tiene que estrenar a nivel más local. Vemos que ya hay referéndum­s que van hacia ese dirección. El reconocimi­ento de que el sistema ya no sirve y de que hace falta otro es solamente el primer paso de muchos, es el inicio de un largo viaje de transforma­ción. El egoísmo y el daño a las relaciones no son un programa genético del ser humano, sino un programa político de los mercados que se puede cambiar. Proponemos modificar el afán de lucro y la competenci­a por la contribuci­ón al bien común y la cooperació­n como coordenada­s magistrale­s de los mercados libres.

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