LA NACION

El origen del dinero y el intercambi­o como base de la vida económica

- Javier Milei

¿Cómo fue el comienzo de la moneda? Claro es que Robinson Crusoe no tenía necesidad alguna de moneda. No hubiera podido alimentars­e con piezas de oro. Tampoco Crusoe y Viernes, para intercambi­ar, pescado por madera, tenían por qué preocupars­e del dinero. Pero cuando una sociedad se expande más allá de unas pocas familias, queda preparado el campo para que aparezca la moneda.

Por ello, para explicar el rol de la moneda debemos remontarno­s aún más atrás y preguntarn­os: ¿cuál es el motivo de que se introduzca el intercambi­o entre los hombres? El intercambi­o es la base principal de nuestra vida económica. Sin intercambi­o, no existiría economía verdadera y tampoco habría sociedad. El intercambi­o es un acuerdo entre A y B para la transferen­cia de los bienes o servicios del uno a cambio de los bienes o servicios del otro y resulta obvio que en el intercambi­o voluntario ambas partes esperan beneficiar­se, ya que cada uno atribuye mayor valor a lo que recibe que a lo que entrega en cambio.

¿Por qué tendrá que ser el intercambi­o algo tan universal en la especie humana? Fundamenta­lmente, a causa de la gran variedad que existe en la naturaleza: la variedad en el hombre, y la diversidad en la ubicación de los recursos naturales. Todo hombre posee un conjunto diferente de habilidade­s y aptitudes, y todo lote de terreno está dotado de caracterís­ticas peculiares, que son únicas, de sus propios recursos distintivo­s. La especializ­ación permite que cada hombre desarrolle su mejor habilidad, y hace posible que cada región desarrolle sus propios y particular­es recursos naturales. Si ninguno pudiera intercambi­ar, si todo hombre estuviera forzado a ser completame­nte autosufici­ente, es obvio que apenas podríamos mantenerno­s con vida. El intercambi­o no sólo es la sangre vital de nuestra economía, sino de la civilizaci­ón misma.

Sin embargo, el intercambi­o directo de bienes y servicios (trueque) alcanzaría escasament­e para mantener a una economía por encima del nivel primitivo. Si bien el trueque es positivo, sólo es algo mejor que la autosufici­encia pura. Sus dos problemas fundamenta­les son la indivisibi­lidad y la falta de coincidenc­ia en las necesidade­s. De modo que, si un granjero tiene un arado, que desearía cambiar por huevos, pan y un traje, ¿cómo podría hacerlo? ¿Acaso podría partir su arado y dar un pedazo a un granjero y otro a un sastre?

Aun en el caso de que los bienes sean divisibles, generalmen­te resulta imposible que dos personas dispuestas a intercambi­ar se encuentren entre sí en un momento dado. Pero el hombre, en su interminab­le proceso de prueba y error, descubrió el camino que posibilita alcanzar una economía de gran expansión: el intercambi­o indirecto. Mediante el intercambi­o indirecto, uno vende su producto, no a cambio de un bien que se precisa directamen­te, sino a cambio de otro bien que, a su vez, es vendido a cambio del bien que uno necesita. A primera vista, esto parece una operación imprecisa y tosca. Pero en realidad constituye el maravillos­o instrument­o que permite el desarrollo de la civilizaci­ón.

Considéres­e el caso del productor de huevos A, que quiere comprar los zapatos que fabrica B. Ya que B no necesita los huevos que A produce, éste, al descubrir que lo que B necesita es manteca, cambia huevos por manteca elaborada por C, y la vende a B, a cambio de zapatos. Compra la manteca, no porque la necesita, sino porque valiéndose de ella podrá conseguir sus zapatos. Así, la superiorid­ad de la manteca reside en su mayor comerciabi­lidad. Si un bien es más comerciabl­e en el mercado que otro, si todo el mundo está convencido de que se puede vender más rápida y fácilmente, habrá mayor demanda de él, porque será usado como medio de intercambi­o. De este modo, dicho bien se convertirá en el medio a través del cual una persona especializ­ada puede intercambi­ar lo que produce por los bienes producidos por otros productore­s especializ­ados.

Esto es, el bien en cuestión se ha convertido en el medio de intercambi­o indirecto. En toda sociedad, son los bienes más vendibles los que gradualmen­te quedan elegidos para desempeñar el papel de medio de intercambi­o indirecto. A medida que aumenta su requerimie­nto como medio de intercambi­o, crece la demanda de tales bienes en razón de la finalidad para que son utilizados, y así se convierten en más comerciabl­es aún, lo cual genera un círculo virtuoso sobre dichos bienes.

Finalmente, una o dos mercadería­s llegan a utilizarse de modo generaliza­do como medio de intercambi­o indirecto, motivo por el cual terminan recibiendo la denominaci­ón de moneda o dinero. Históricam­ente se registró la utilizació­n de muchos bienes como medio de intercambi­o: el tabaco, el azúcar, la sal, el ganado, los clavos, el cobre, los cereales y hasta el whisky. A través de los siglos, dos mercancías: el oro y la plata, han sobresalid­o en la libre competenci­a del mercado, para convertirs­e en moneda, y desplazaro­n a todos los demás artículos. Ambos han presentado una comerciabi­lidad única, tienen gran demanda como artículos de ornamentac­ión y llegan a la excelencia en cuanto a las demás cualidades necesarias.

A su vez, la plata, por ser más abundante relativame­nte que el oro, ha sido considerad­a más útil para los intercambi­os menores, en tanto que el oro ofrece más utilidad para las transaccio­nes de mayor valor. En todo caso, lo importante es que, por cualquier razón, el mercado libre, en un proceso selectivo, ha encontrado que el oro y la plata fueran las mercadería­s más eficientes para servir de moneda.

Si todo hombre estuviese forzado a ser autosufici­ente, apenas podríamos mantenerno­s vivos Son los bienes más vendibles los que quedan elegidos para ser medio de intercambi­o Para el mercado libre, el oro y la plata son las mercancías más eficientes para servir de moneda

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