LA NACION

Del trabajo administra­tivo a competir en aguas heladas

La experienci­a de Caty Giaccaglia, nadadora de aguas abiertas frías sin protección térmica, que ahorra su sueldo para poder representa­r al país

- Paula Urien

Hay días en que después de las 6 de la tarde desde la playa se ve lejos, muy lejos, a una persona que nada casi pegada al horizonte. Da cierto escozor ver a esa figura solitaria, que da brazadas rítmicas, como si tuviera un motor. En realidad, lo tiene. Se trata de una pasión por competir en aguas heladas y sin traje de neoprene.

Detrás del escritorio de la administra­ción del balneario cruz del Sur, en chapadmala­l, la nadadora catalina “caty” Giaccaglia cumple con su trabajo durante todo el verano. Hija, nieta y bisnieta de Giaccaglia­s que vivieron y trabajaron frente al mar en Mar del Plata, se desempeña al lado de su padre, Mariano, quien está al frente de la playa desde hace 35 años. “Trabajo para hacer lo que me gusta”, dice caty.

Quizás por haber tenido esta vista al mar durante toda su vida es que se despertó en ella una pasión que ya le ha valido varias medallas y que lleva adelante con su salario de verano: es nadadora de aguas abiertas frías y sin protección térmica. Una especialid­ad que pone la piel de gallina con solo mencionarl­a y que tiene metas ambiciosas: llegar al Mundial de Natación de invierno en Tallin, Estonia, organizado por el World Open Water Swimming Associatio­n (Wowsa), en marzo de 2019.

También, en septiembre del mismo año, ya tiene turno para realizar el legendario cruce del canal de la Mancha, desde Dover, en inglaterra, a calais, en Francia que se lleva a cabo desde 1875. inspirada en la nadadora María inés Mato, la primera argentina en cruzar el canal en 1997, con la particular­idad de haber perdido la pierna derecha a los 4 años, caty decidió emprender esta aventura de 36 kilómetros sin traje (es la tercera argentina en hacerlo), una travesía de 12 horas donde solo se permite tomar agua. Estará acompañada por un barco, que cuesta 3200 libras, su entrenador y un veedor.

Malvinas, una experienci­a transforma­dora

En marzo de 2017, impulsada por la fundación No Me Olvides, caty se anotó en el 1° Desafío del Atlántico Sur, 3 kilómetros de nado en aguas abiertas frente a las islas Malvinas. Había 40 participan­tes y fue la úniro ca mujer en hacer el recorrido sin traje de neoprene en agua a 8 grados de temperatur­a.

“Se armó un grupo en Mar del Plata para juntarnos a nadar y entrenar. Un día, vino al entrenamie­nto Julio Aro, presidente de la fundación No Me Olvides, excombatie­nte en Malvinas, quien tiene la capacidad de inspirar y de convertir el dolor de los excombatie­ntes y familiares de fallecidos en un impulso de buenas acciones”.

Una de ellas, es que jardines de infantes municipale­s con núme- pasaran a ser designados con el nombre de los soldados caídos en Malvinas. “La fundación entonces está pendiente de lo que necesitan, como conseguir bicicletas para los chicos que están lejos de la escuela y no tienen transporte”, relata.

Llegar a las Malvinas fue impensado para esta marplatens­e, que cuenta que la experienci­a fue mucho mas allá de una simple competenci­a. Se emocionó con las historias, con el drama de los que vivieron la guerra, ya que tuvieron unos días de aclimataci­ón en las islas donde pudieron recorrer los lugares de interés. “Los isleños nos recibieron muy bien, pero estábamos muy controlado­s”, cuenta. “No se puede usar nada que diga Argentina o islas Malvinas o banderas celestes y blancas. Solo adentro del cementerio donde están los soldados argentinos, que está cercado, se pueden sacar las banderas. Yo no había nacido cuando fue la guerra, pero me emocioné como si lo hubiera vivido de alguna manera. En el cementerio solo se escucha el viento. Hay una cruz grande y después varias chicas, algunas con nombre, y otras que dicen “soldado solo conocido por Dios”.

La fundación No Me Olvides, junto con la cruz roja internacio­nal, y los gobiernos argentino y británico, más el Equipo Argentino de Antropolog­ía Forense, lograron poner en marcha el proceso de identifica­ción de los argentinos enterrados allí a través del análisis de ADN.

“Viajamos con tres ex combatient­es y fue impresiona­nte escucharlo­s. recorrimos el campo de batalla con ellos y hasta identifica­ron el pozo donde estuvieron viviendo, muertos de frío. Por eso esta carrera tuvo un contexto más humanístic­o que deportivo. Nadamos en lugares en donde hubo combates en agua y durante la carrera, aun en agua helada y sin traje, lo que se sufrió allí te daba fuerza para seguir adelante. Al llegar después de más de media hora sumergidos en esa agua helada, llorábamos de emoción”.

El deporte de competició­n, que en otros países tiene más apoyo, “acá es a pulmón. Por eso el trabajo cotidiano es un medio para poder entrenar y viajar. Yo tengo la suerte de trabajar con mi padre, y de tener una familia que me ayuda y me acompaña”, cierra.

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En Cruz del Sur, donde trabaja y entrena
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En las malvinas, sin traje de neoprene

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