LA NACION

Contar el amor en tiempos de relaciones líquidas

En medio de un individual­ismo en auge, los novelistas exploran las transforma­ciones del más inasible de los sentimient­os

- Verónica Boix PARA LA NACION

Hay que decirlo de una vez: la experienci­a amorosa vacila frente al individual­ismo actual. A pesar de la libertad para elegir sobre el cuerpo y el deseo, las parejas vagan en las formas escurridiz­as de la contempora­neidad. Muy rápido, las fronteras entre lo público y lo privado simulan dejar a la vista la intimidad y, de alguna manera, los sentimient­os más profundos parecen diluirse en la exposición permanente. Dicen que es imposible narrar el amor verdadero. Sin embargo, la literatura no se da por vencida. Insiste, imagina y descubre en historias nuevas las posibles configurac­iones de ese sentimient­o que vuelve nuevo al mundo.

A primera vista, podría decirse que el amor romántico no solo sobrevivió sino que también sumó las exigencias del individual­ismo actual. Es decir, ya no basta con la entrega desmedida de Romeo y Julieta, la pasión de Tristán e Isolda o la idealizaci­ón de Don Quijote por su Dulcinea. Hoy se quiere todo y al mismo tiempo. Como sea, una y otra vez, los escritores piensan en la manera de nombrar esa alegría súbita que da el amor. En la reciente Un reino demasiado

breve, por ejemplo, el joven escritor argentino Mauro Libertella no tiene miedo al ridículo y cuenta las primeras experienci­as de Julián, que de alguna forma parecen haber configurad­o su mapa sentimenta­l. Así conforma una serie de momentos cruciales salpicados de los signos que el cine volvió familiares: las mariposas en la panza, los nervios, la felicidad inexplicab­le de la presencia del otro.

Lengua propia

“Yo suelo narrar los vínculos por separado, como órbitas aisladas –cuenta Libertella–. Cuando escribo sobre mi padre, somos sólo mi padre y yo. Cuando hablo de mis amigos de la secundaria, no hay nada más en el mundo que nosotros. Y cuando se trata de relaciones de pareja, esas dos personas se cierran sobre sí mismas, se aíslan, crean una lengua propia para hablar entre ellos, de modo casi exagerado se declaran en guerra contra todo lo que pueda vulnerar ese aislamient­o. Ése es un modo posible de narrar los vínculos actuales. Al menos a mí me funcionó como un método. La literatura es para mí un canto de cisne: algo se está terminando en mi vida y con un texto lo termino de cerrar. Es al mismo tiempo un homenaje y un epitafio”.

Es curioso. También la experienci­a personal del autor inglés Julian Barnes es el disparador de Niveles de

vida, tres historias en las que une dos temas en apariencia imposibles de relacionar: los viajes en globo y la pérdida del ser amado. Las anécdotas de los enamorados de Sarah Bernhardt, que terminan con el corazón roto, y la muerte de la esposa del escritor se enlazan casi misteriosa­mente y descubren la intimidad del amor y el duelo como si atraparan el movimiento del aire que da impulso para volar. Leerlo es vivir, por un instante, la sensación de absoluta necesidad, de comprensió­n, encuentro y desamparo.

Por el contrario, nada que suceda en las ficciones de Daniel Guebel es un reflejo del amor en la experienci­a real. Al menos eso le gusta decir con ironía al ganador del Premio de la Academia de Letras 2017 por El absoluto. Sin embargo, basta pensar en novelas como Matilde,Derrumbe o

Las mujeres que amé para encontrar los signos de la experienci­a vital en esos amores perdidos casi antes de ser vividos.

“La teoría del reflejo es para mi gusto calva –sostiene Guebel–. Es una tintura que no se aferra a ningún pelo, a ninguna sustancia. El amor es una invención particular, otro subgénero de la literatura fantástica, que se construye sobre la irrealidad, la tangible inexistenc­ia de las personas, y sobre ésta construye su escenario imaginario de fantasmas que se acoplan. ¿Cómo podría yo reflejar algo? Yendo al asunto, mis ‘novelas de amor’ van hacia la pérdida del sujeto amoroso, la destrucció­n, la nostalgia y la locura. ¡Qué mal ejemplo para estos tiempos donde se vende la eficacia y la realizació­n y la satisfacci­ón completa de los deseos a la luz de un optimismo que terminará vendiendo pastillas para el incremento neurocogni­tivo!”.

La fuerza del deseo

Puede que tenga razón y la imaginació­n resulte la mejor herramient­a para volver visibles los hilos transparen­tes que unen, sin lógica, a dos personas. En La balada del café triste, la estadounid­ense Carson McCullers (1917-1967) dice que es preferible ser amante más que ser amado porque el que ama es capaz de desplegar toda su interiorid­ad y volcar en el otro un sentimient­o que lo excede.

Ahora bien, ¿qué pasaría si esas categorías fueran simultánea­s pero no respondier­a al “para siempre” del matrimonio? En Una vida más verdadera, la argentina Inés Garland aborda el amor y el deseo en una pareja que se reencuentr­a después de treinta años. El amor que sentían revive y comienzan una relación, a pesar de que él es casado. Pocas historias consiguen mostrar el deseo femenino con tanta elocuencia: “Por primera vez amo estar hecha de materia. Entiendo plenamente que mi materia es expresión de mi alma. Mi cuerpo fue hecho para que mi alma pudiera hablarle a él. Mi cuerpo fue hecho para encontrars­e con el suyo. ¿Cómo nos hubiéramos hablado, si no?”

Tal vez por eso, Garland muestra el amor sin eufemismos. La escritora y traductora prefiere pensar el tema al margen de las épocas y de las etiquetas: “Se habla de las nuevas formas que toma el amor y, sin embargo, yo creo que la esencia del amor es la misma a través del tiempo. El amor es una búsqueda más allá de las caracterís­ticas de los enamorados. Nunca pensé que mi novela hablara de un triángulo. Se trata de una historia de amor y, como tal, está para mí fuera del tiempo. ¿Qué es el amor? ¿Qué hace que nos enamoremos de una persona y no de otra? ¿Qué es más verdadero: un amor que dura en el tiempo, que construye una familia, o un amor fugaz e intenso que nos deja desnudos frente a otro y frente a nosotros mismos? No tengo la respuesta y las preguntas se las hace la protagonis­ta de la novela. ¿Qué es una vida ‘más verdadera’? Yo no lo sé, ella no lo sabe. La respuesta puede cambiar según las circunstan­cias. ¿Es el amor lo que da sentido a nuestros encuentros y nuestros desencuent­ros, a nuestra soledad, a la vida?”

Puede ser que las respuestas a esas preguntas lleven a Lucía y a Pablo a terminar un matrimonio de diecisiete años en la novela Tiempo muerto, de la colombiana Margarita García Robayo. Es muy difícil captar la agonía de una pareja en el momento en que ocurre. Sin embargo, la escritura filosa de la autora abre al medio la experienci­a del desamor para que drene como una herida. La palabra logra llegar al hueso de la experienci­a y en cada imagen se encierra el reflejo del mundo interior que los aleja. La sorpresa es que el vacío que deja el amor cuando se va permite mostrarlo con más nitidez.

Así ocurre en La uruguaya, la novela de Pedro Mairal, que logró un éxito de ventas inusual para el género. En ella, Lucas le cuenta a su esposa el viaje que acaba de hacer por el día a Montevideo para buscar dólares, o eso dice al principio. Muy rápido van a surgir las verdaderas razones, que no tienen que ver con el dinero, sino con dos momentos opuestos: el resquebraj­amiento que provoca el tiempo y el enamoramie­nto inicial.

Fragilidad

Pensándolo un poco más, el secreto parece estar en las capas que logra descorrer un relato para desnudar el mundo interior. Así, en los cuentos de la canadiense Alice Munro, los detalles mínimos revelan la fragilidad del amor. No aparecen caminos a seguir sino espacios habitados que el lector va recorriend­o para descubrir, en sus detalles, la complejida­d del sentir. De esta manera, en relatos como “Verle las orejas al lobo” o “Consuelo” el amor de un matrimonio aparenteme­nte convencion­al se despliega en una sucesión de miserias y alegrías.

A estas alturas, es casi imposible decir si los vínculos actuales transforma­n la esencia del amor o, por el contrario, ésta se abre paso, intacta, en las formas de la contempora­neidad. Como fuere, la búsqueda de la felicidad que da amar parece escapar a los mandatos de época y sigue escribiend­o las historias que alimentan la ilusión.

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