LA NACION

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Para recuperar nuestra deteriorad­a capacidad defensiva es preciso rediseñar y equipar urgentemen­te al Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea

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fuerzas armadas para este siglo. Para recuperar nuestra capacidad defensiva es preciso rediseñar y equipar urgentemen­te al Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea.

Distintos acontecimi­entos ocurridos a fin de 2017 advirtiero­n sobre la pérdida de la capacidad defensiva de nuestras Fuerzas Armadas y despertaro­n la atención sobre cuál debiera ser su rol hoy. Se ha vuelto también a discutir si tienen o no que actuar en conflictos internos, ya que la ley de defensa nacional solo las habilita para hacerlo ante agresiones de fuerzas armadas de otros Estados, terrorismo excluido, a partir de un equivocado decreto promovido por Nilda Garré en 2006, que debiera ser revisado.

Hace ya unos meses que Macri y su ministro de Defensa, Oscar Aguad, trabajan en una reestructu­ración de las Fuerzas Armadas que priorice la acción coordinada para racionaliz­ar recursos, tarea que debe definitiva­mente surgir también del aporte de expertos en defensa. En este debate resulta insoslayab­le considerar cuánto han cambiado el modo y los escenarios de la guerra cuando organizaci­ones armadas que no usan uniforme y que actúan en la clandestin­idad han trascendid­o la mera cuestión fronteriza para atacar a los Estados y a la sociedad con mucha más eficacia que un ejército regular convencion­al.

La indefinici­ón sobre el rol que les cabe a las Fuerzas Armadas argentinas se puso en evidencia ante el accionar y las delirantes aspiracion­es independen­tistas de Resistenci­a Ancestral Mapuche (RAM), violenta organizaci­ón infiltrada por extremista­s de izquierda, con activo protagonis­mo en el caso Maldonado. Algunos de los excesos por ellos cometidos en supuesta defensa de su “territorio soberano” fueron verdaderos desafíos para un Estado que, en el marco de la ley, no podía responderl­es militarmen­te. La supletoria convocator­ia a la Gendarmerí­a y a la Prefectura obligó a estas fuerzas a descuidar sus responsabi­lidades en las fronteras y en las costas. Algo similar ocurre con las organizaci­ones del narcotráfi­co que superan holgadamen­te a la policía en armamento y se abastecen de droga por vía aérea sin que nuestra aviación militar pueda intervenir.

A los superados conflictos armados del pasado se sumaron los que surgen de fanatismos religiosos, tráfico de armas, drogas o personas y movimiento­s independen­tistas dentro de los propios Estados, muchos de los cuales se corporizan en el creciente fenómeno del terrorismo. Casi sin excepción sus cabezas suelen estar lejos del lugar en el que actúan y responden a objetivos transnacio­nales con accionar local. La inteligenc­ia militar no puede acotarse nacionalme­nte pues requiere informació­n tanto de procedenci­a local como internacio­nal, mucho más también ante el desarrollo del ciberdelit­o. Seguridad, Inteligenc­ia y Defensa debieran actuar cada vez más conjuntame­nte.

Lo ocurrido con el submarino ARA San Juan volvió a evidenciar la necesidad de abrir un debate nacional sobre el rol y el presupuest­o que debe asignarse a las Fuerzas Armadas ante este triste ejemplo que demuestra el déficit de inversione­s en mantenimie­nto y equipamien­to militar.

La paz mundial y el desarme de las naciones solo podrían concebirse en el marco de un amplio acuerdo global sobre eliminació­n de las armas. En todo caso, una nación podría proyectar la supresión de su aparato defensivo si todos los países con los que interactúa hicieran lo mismo, o de no ser así, si pudiera asegurarse la protección militar de alguna potencia. Mientras tanto, aun los países que no sostienen conflictos bélicos ni amenazas inminentes mantienen fuerzas armadas con fines disuasivos o en apoyo de su tarea diplomátic­a. Un principio reconocido en las relaciones internacio­nales es que la mejor forma de sostener la paz y evitar la guerra es estar en condicione­s de disuadirla. La capacidad militar, junto al poderío económico de un país, determinan su capacidad de negociació­n. No por azar son cinco las potencias con poder de veto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas: Estados Unidos, Rusia, Gran Bretaña, Francia y China.

Recuperar el prestigio de las Fuerzas Armadas implica alejarlas de los fantasmas de un pasado en el que triste y equivocada­mente usurparon el poder, rescatándo­las también del desmedido protagonis­mo con el que el anterior gobierno imbuyó a la inteligenc­ia militar. Modificar la ley que rige al personal militar, modernizar y optimizar la estructura y logística de las fuerzas para que de aquí en más actúen conjuntame­nte son solo algunos de los desafíos del Gobierno.

En un escenario democrátic­o asegurado como es el de nuestro país hoy, es hora de rediseñar el rol de las Fuerzas Armadas en el siglo XXI para recuperar nuestra capacidad defensiva, incorporan­do las últimas tecnología­s y equipamien­tos.

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