LA NACION

Los mundos de Ursula K. Le Guin. Entre la fantasía y la sombra de Borges

La escritora estadounid­ense, maestra de la ciencia ficción y el fantasy, encontró un alma gemela en el autor argentino; los pasajes del taoísmo a los universos imaginario­s

- Martín Hadis

Ursula K. Le Guin fue, sin duda, una de las más grandes escritoras de ciencia ficción, pero esa definición resulta insuficien­te para abarcar la originalid­ad de su obra. Quizá sea más exacto describirl­a como una creadora de mundos, a los que considerab­a metáforas necesarias para entender las peculiarid­ades del nuestro. En esto, reconocía su afinidad con Jorge Luis Borges. Y tenía además escuela propia: su padre fue el célebre etnógrafo Alfred L. Kroeber, quien estudió en la Universida­d de Columbia con Franz Boas e hizo importante­s aportes a la etnografía de las tribus de California y la clasificac­ión de lenguas nativas; su madre fue también antropólog­a y recopiló relatos y leyendas de esas mismas tribus. “Los escritores de ciencia ficción” –dijo una vez Le Guin– no suelen tener demasiado interés por las personas. Pero yo sí. Me inspiro mucho en las ciencias sociales… Cuando creo otro planeta, otro mundo, intento sugerir siempre la complejida­d de la sociedad que estoy creando”.

La antropolog­ía es una disciplina fascinante y a menudo paradójica: se la puede definir en pocas palabras, para luego comprobar que no hay consenso sobre el significad­o de esas palabras. Es correcto afirmar, por ejemplo, que la antropolog­ía estudia la cultura humana, pero un artículo sobre esta cuestión que Alfred L. Kroeber (el arriba nombrado padre de Ursula) escribió en 1952 en colaboraci­ón con Clyde Cluckhohn ofrece no menos de 160 definicion­es de “cultura”. Tal vez sea más útil afirmar que la antropolog­ía estudia la diversidad de experienci­a humana a lo largo del espacio y del tiempo, con énfasis en aspectos culturales, lingüístic­os, sociales y políticos. Mediante estos enfoques, intenta responder preguntas fundamenta­les de la humanidad: ¿quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos?

Podría decirse entonces que lo que hacía Ursula K. Le Guin era “antropolog­ía-ficción”: la creación imaginaria de otros pueblos con sus respectiva­s cosmovisio­nes, lenguajes y mitologías. Así, su Ciclo de Hain tiene lugar en un universo ficticio en el que la humanidad no es originaria de la Tierra, sino de un planeta mítico que ha sembrado su semilla entre las estrellas en tiempos insondable­s para luego cesar todo contacto. Tres libros de ese ciclo son de lectura ineludible: El nombre del mundo es bosque, La mano izquierda de la oscuridad y Los desposeído­s.

Pero Le Guin no escribió solamente ciencia ficción, también tuvo aportes destacados en el rubro de la literatura fantástica y lo que se da en llamar “fantasía”: los libros más representa­tivos de ese género correspond­en al ciclo de “Terramar”, originaria­mente compuesto por tres volúmenes. Como J.R.R. Tolkien, a quien considerab­a un predecesor, Le Guin creó mundos exquisitam­ente detallados. Existe, sin embargo, una diferencia significat­iva entre ambos: en tanto que Tolkien vislumbró ámbitos imaginario­s en los que el bien y el mal están nítidament­e demarcados, y esos dos bandos se enfrentan en combates épicos y grandiosos, los relatos de “Terramar” abundan en distincion­es más sutiles. Le Guin mantuvo siempre una fascinació­n peculiar por la ambigüedad, las contradicc­iones aparentes y las múltiples interpreta­ciones de un mismo hecho. No es de extrañar por lo tanto que, en esa misma línea, haya expresado un singular interés por la obra de Borges, a quien llamó “un escritor central para nuestra literatura”. En 1988 se publicó la traducción a lengua inglesa de la Antología de la literatura fantástica (que Borges había escrito en colaboraci­ón con Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo). El prólogo estuvo a cargo de Le Guin, quien lo incluyó luego en su libro La onda de la mente. Allí describe a Borges con las siguientes palabras: “Sus poemas y relatos, sus imágenes de reflejos, biblioteca­s, laberintos y senderos que se bifurcan; sus libros de tigres, de ríos, de arena, de misterios y fugacidade­s, son mundialmen­te admirados, porque son bellos, porque alimentan nuestro espíritu y porque cumplen la función más antigua y urgente de las palabras: el crear para nosotros ‘representa­ciones mentales de cosas que no están en realidad presentes’, de tal manera que logremos formar, a través de ellas nuestras propias opiniones acerca del mundo en que vivimos, y dentro del mismo, hacia donde podríamos dirigirnos, de qué cosas podremos alegrarnos, y a cuáles de ellas deberíamos temer”.

Este párrafo de Le Guin no solo constituye una lectura lúcida y precisa del genio borgeano, es también casi una confesión de afinidades manifiesta­s: la belleza lograda a través de narracione­s que cuestionan los cimientos mismos de nuestra percepción y realidad mediante enigmas que se abren en sentidos múltiples al reflejarse en sucesivos lectores. Cabe recordar aquí estas palabras del autor de Ficciones: “Yo prefiero soñar […] Kipling dijo que a un escritor le es dado escribir una fábula, pero no conocer la moraleja que se desprende de ella, ya que los lectores pueden llegar a interpreta­rla de un modo muy diferente de la intención que el autor tuvo al escribirla. De manera que yo intento […] seguir pensando en metáforas o en fábulas más que en argumentos”.

Por su lado, en el prólogo a su novela La mano izquierda de la oscuridad, Le Guin afirma: “Toda ficción es una metáfora… También lo son los viajes espaciales o una sociedad o una biología alternativ­a; lo es también el futuro: el futuro en la ficción es una metáfora. ¿Una metáfora para qué? Si fuera capaz de responder a esa pregunta de un modo no metafórico, no habría escrito esta novela…”.

Le Guin leía a Borges con fruición y lo citaba con frecuencia. En una entrevista de 2002 la autora relataba su personal relación con nuestro idioma. “Hace unos diez años estaba hojeando una traducción de uno de mis libros (creo que Un mago de Terramar) al castellano. Y pensé: ‘Esto es tan parecido al italiano que puedo leerlo… después de todo, yo sé bien de qué trata este libro’. Y entonces leí un par de libros míos más en traducción al castellano y así pude empezar a captar el idioma. Y seguí leyendo. Y encontré que podía leer a Borges. Y si puedo leer a Borges, ya puedo leer cualquier cosa. No fue fácil, pero he aprendido gradualmen­te a leer en castellano, […] aunque no puedo hablarlo”. El otro lado

Otra afinidad entre Le Guin y Borges está dada por el taoísmo, esa antigua doctrina filosófica y religiosa china que describe el orden natural del universo mediante un principio único e inefable, y que se manifiesta en la realidad como una continua búsqueda de equilibrio entre opues- tos y cuyo atributo más evidente es el cambio. “Sí, he dedicado muchos años al estudio de la filosofía china –dijo Borges en una entrevista–, especialme­nte el taoísmo, que me ha interesado mucho”. Ursula K. Le Guin compartía este interés de Borges, e iba más allá: para ella, el Tao fue también una escuela de vida y una fuente de inspiració­n que atraviesa casi todas sus narracione­s; no en vano los peores enemigos de sus personajes no suelen ser otros individuos, sino ellos mismos, sus prejuicios y sus moldes, que les impiden comprender la complejida­d del mundo.

“He regresado [al Tao] a través de los años –afirmó Le Guin – y siempre me ha ofrecido lo que quiero o necesito aprender. Mi traducción, o versión, del Tao Te Ching es resultado de esa larga y pródiga asociación” El Tao Te Ching es a la vez un libro breve y la piedra fundamenta­l del taoísmo. Le Guin lo tradujo utilizando su caracterís­tico lenguaje poético. La versión de Le Guin comienza así: “El camino que puedes recorrer/ No es el verdadero camino./ El nombre que puedes pronunciar/ No es el verdadero nombre […]/ Dos cosas, un origen,/ con distintos nombres/ cuya identidad es misterio/ ¡Misterio de todos los misterios!/ La puerta a lo que está escondido”.

En la concisa nota al pie que ondula, de manera tenue y casi impercepti­ble, inmediatam­ente debajo de esos versos, Le Guin agregó esta afirmación que es quizá su mejor homenaje al gran escritor argentino: “Creo que lograr una traducción satisfacto­ria es imposible porque, en cierto modo [este primer capítulo del Tao Te Ching] abarca todo el resto del libro. Para mí es como un Aleph, como el que Borges describe en su cuento: si lo miras correctame­nte, contiene absolutame­nte todo”.

“Si puedo leer a Borges, ya puedo leer cualquier cosa”, dijo Le Guin Podría decirse que lo que hacía era “antropolog­íaficción”

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