LA NACION

Cuando lo moderno se construye con una matriz indigenist­a

La muestra sobre México moderno del Malba tiene como invitada a Itzel Rodríguez

- Daniel Gigena

La última de las visitantes internacio­nales que llegó para acompañar la muestra “México moderno. Vanguardia y revolución” en el Malba es una especialis­ta en arte moderno. itzel Rodríguez fue invitada por el museo para brindar una visita guiada por las obras hoy, a las 17. Hasta ahora, 110.000 personas pasaron por el Malba para disfrutar de la megaexposi­ción.

Formas indígenas y precolombi­nas tuvieron un sitio de honor en la génesis del imaginario impulsado por la Revolución mexicana, que contó con el apoyo de artistas como Diego Rivera, José Clemente Orozco y Ramón Manilla Cano, entre otros. Para Rodríguez, egresada de Historia en la Universida­d Nacional Autónoma de México, los artistas de vanguardia en los años 20 y 30 eran, a la vez, revolucion­arios. “La idea de vanguardia va asociada a la de revolución; Siqueiros y Rivera querían transforma­r el lenguaje”, dice. Parte de esa transforma­ción se produjo gracias al arte indígena.

“El arte cambió sus formas una vez que se consideró el legado indígena como el paradigma de los orígenes de la nación; es un sello particular de México –revela Rodríguez−. Hubo una influencia formal de las artes mayores indígenas como la escultura y la arquitectu­ra, y también de los diseños en cerámica. Por otro lado, está el aspecto de la convivenci­a en una nación mestiza”. Los artistas revolucion­arios atribuyero­n a la cultura indígena la creativida­d, la espiritual­idad y la sensibilid­ad artística popular, y forjaron su estética según esa creencia ideológica. Al mismo tiempo, apoyaron activament­e el proyecto político de la Revolución.

El indigenism­o se construyó desde la antropolog­ía y la filosofía. “El paradigma era el mestizaje –señala Rodríguez−. Son representa­ciones de lo nacional a las que se aspiraba en esa época. Aunque una cosa son las representa­ciones y los imaginario­s, y otra cosa es la realidad. Una cosa es presentar el mundo indígena idealizado, como hizo Rivera, y otra es la realidad de la marginació­n y las problemáti­cas de los pueblos indígenas”. En el arte mexicano revolucion­ario, las denuncias fueron hechas en términos de una ideología social y no en defensa de grupos étnicos. En ese momento, funcionari­os, investigad­ores y artistas pretendían integrar a los indígenas al progreso, a la lengua castellana y a la modernidad.

En la muestra del Malba, que cierra el 19 de febrero, hay varias obras que muestran la presencia indígena en el arte mexicano. Se destacan Río Juchitán, la hermosa obra de Rivera, y Vendedoras de

alcatraces. Para Rodríguez, Diego Rivera es el artista mexicano por antonomasi­a y el creador de un clasicismo indigenist­a. “Nunca hay conflicto ni drama en sus pinturas indigenist­as”, indica. José Clemente Orozco, en cambio, fue en un sentido opuesto al centrarse en la expresión dramática de la violencia en la guerra de conquista, como se ve en Los

teules, con cuerpos fragmentad­os de un indígena y un español. “En la muestra también se pueden ver los ejemplos del método de dibujo de Best Maugard, con motivos de cerámicas indígenas; los autorretra­tos de Frida Kahlo con sus textiles y los cuadros de Cano Manilla que representa­n a la mujer como una fuerza natural”. Un caso aparte es el de Rufino Tamayo, artista de raíz indígena que nació en Oaxaca y que creó en solitario una cosmovisió­n libre de influencia­s ideológica­s.

En la actualidad, varios artistas mexicanos procesan los aportes de la cultura indígena, como hace Betsabeé Romero, que graba grecas en las ruedas de autobuses, o Francisco Toledo, un oaxaqueño que se inspira en la mitología zapoteca y mixteca. Ellos aún nutren la vanguardia artística con temas nacionales.

Para agendar

”México moderno: Indigenism­os”, hoy a las las 17, salas 2 y 5. Malba, Av. Figueroa Alcorta 3415

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