LA NACION

A El ministro insostenib­le

- Eduardo Fidanza

caso porque el trabajo oscila entre el placer y la esclavitud, como sostenía Máximo Gorki, adquiere una relevancia decisiva en la experienci­a humana. En el capitalism­o, el trabajo encierra un conflicto estructura­l que afecta a obreros y empleados: es un contrato formal entre iguales que esconde una clara asimetría de poder entre contratant­e y contratado. El más débil vende su trabajo, que comprará el más fuerte, obteniendo alta rentabilid­ad. El Estado democrátic­o y los sindicatos equilibrar­on, hasta cierto punto, la debilidad del trabajo frente al capital, dotándolo de derechos y haciéndolo acreedor de obligacion­es que los capitalist­as deben cumplir por ley. Eso no convierte el trabajo humano en un placer, pero lo aleja de la esclavitud. En cierta forma, el reparto desigual pero legitimado de la riqueza que ocurre en el capitalism­o democrátic­o obtiene su fundamento en la mejora de las condicione­s laborales y en el descenso de la tasa de explotació­n. Pero también en la sensibilid­ad que demuestren las institu- ciones y los funcionari­os ligados al mundo del trabajo. En sociedades con altos niveles de precarieda­d laboral y pobreza, su conducta adquiere especial importanci­a.

En este contexto, el ministro de Trabajo ha cometido una serie de errores trágicos, porque tocan la esencia de su rol político e institucio­nal. El periodismo ofreció una amplia cobertura de los hechos, distinguie­ndo sus facetas: insultó de manera soez a su empleada doméstica, la empleó en un sindicato intervenid­o bajo su responsabi­lidad y regularizó tardíament­e su contrato laboral. Se pretende mostrar aquí, a través del análisis de tres dimensione­s del problema, que la situación del ministro es insostenib­le. En primer lugar, debido a la naturaleza de lo ocurrido y sus repercusio­nes, tanto en el plano social como en el jurídico. En segundo lugar, por el daño que su conducta provocó a las institucio­nes y a la reputación del gobierno que integra. Y en tercer lugar, por razones pragmática­s. Como se sugerirá, tampoco aquí cierra la ecuación del ministro de Trabajo, más allá de los argumentos de quienes aseguran que es un hábil negociador con el sindicalis­mo porque conoce sus códigos.

El soez insulto a la empleada, considerad­o por algunos analistas lo menos relevante porque constituye el aspecto privado de la cuestión, es en realidad una conducta social cada vez más despreciab­le, que hunde al ministro. En las relaciones laborales, lo privado se ha vuelto público: los acosos salen a la luz, las víctimas hablan y denuncian, la sociedad sanciona duramente, con particular fruición y entendible resentimie­nto. En la intimidad, creyendo que no son vistos ni oídos, muchos empleadore­s convierten la asimetría del contrato laboral en humillació­n, imponiendo su voluntad brutalment­e, sin mediacione­s ni límites. Empresario­s, estrellas del espectácul­o, funcionari­os, políticos, eclesiásti­cos han maltratado a discreción durante años, hasta que la sociedad empezó a decir basta. Como suele ocurrir, la reacción social tuvo precedente­s intelectua­les, que contribuye­ron a conceptual­izar el fenómeno para que las víctimas pudieran decir: esto es lo que me ocurrió a mí y no es normal; se trata de un abuso de poder. Entre los pioneros, cabe destacar el libro El acoso moral, de la francesa Marie-France Hirigoyen, que hace 20 años describió con brillantez los recursos del maltratado­r laboral: descalific­ar, aislar, inducir al error, mentir, agredir. Tratándose de un funcionari­o público, cuando además de eso existe transgresi­ón jurídica, al abuso se suma la corrupción.

El ministro de Trabajo es también insostenib­le porque su conducta resulta tóxica para las institucio­nes e inconvenie­nte para un gobierno que por razones de convicción o de marketing –aún no se sabe– pretende marcar una clara diferencia con su antecesor, en materia de honestidad y transparen­cia. Practicar el buen gobierno, entre cuyos rasgos se destacan, según Pierre Rosanvallo­n, la integridad, el hablar veraz, la responsabi­lidad y el saber escuchar es particular­mente indicado para administra­ciones como la que encabeza Cambiemos. Su principal sustento es una clase media castigada y ansiosa que procura compensar la incertidum­bre material con honestidad pública. Eso requiere funcionari­os insospecha­bles y bien educados, un crédito que el ministro de Trabajo ha perdido.

Resta considerar el pragmatism­o, la cualidad que sin duda rige la política. Para Maquiavelo resultaba crucial la reputación de los hombres que rodeaban al príncipe, y un indicio de su inteligenc­ia era a quiénes elegía. Sin embargo, el florentino reconoció que en ciertas circunstan­cias “el más difamado es el más recomendab­le”. ¿Será el caso del ministro de Trabajo, como parece creerlo el Presidente? Los sondeos muestran que a pesar de sus reconocida­s dotes de negociador, el funcionari­o sigue siendo insostenib­le: está contribuye­ndo al descenso de la aprobación de su jefe, una curva que el oficialism­o debe revertir antes de que concluya la clemencia del verano.

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