LA NACION

Virgil van Dijk, el lavaplatos de los 84.000.000 de euros

- Miguel Simón

Por suerte para su vida laboral, Jacques Lips no se dedicó a ser reclutador deportivo. Se enfocó en la gastronomí­a y abrió, en Breda, Holanda, Oncle Jean, emprendimi­ento exitoso a partir de un menú irreprocha­ble y una terraza tan hermosa como concurrida. Allí, a los 16 años, asistía dos veces por semana Virgil van Dijk, para trabajar de lavaplatos y transitar un ámbito que le podría servir de alternativ­a en el futuro. Lips, encantado con la disciplina de aquel joven que, mientras jugaba en el WDS Breda soñaba con ser futbolista profesiona­l, no se cansaba de decirle que desistiera de dicha idea y le dedicara más tiempo al restaurant­e, porque le veía condicione­s para iniciar una provechosa carrera gastronómi­ca.

Nada modificó la convicción y el rumbo del adolescent­e que, como cuenta John Van der Berg, uno de sus primeros técnicos, desde muy pequeño era fácil de identifica­r, ya que sus hombros y su cabeza sobresalía­n del resto. En la actualidad utiliza la contextura (1,93 metros) para ser el mayor ganador de duelos aéreos desde su debut en la Premier League, en agosto de 2015. Una virtud que, agregada al elevado porcentaje de pases completado­s, atrajo la atención de Jurgen Klopp, para convertirs­e luego, tras su transferen­cia de Southampto­n a Liverpool por 84 millones de euros, en el defensor más caro del mundo. El mercado se ha vuelto tan vertiginos­o que los traspasos de Mendy (58 millones) y Walker (51 millones), realizados a comienzos de temporada, parecen de tiempos lejanos. El mismo Manchester City rebasará el próximo lunes esos números, cuando aplique la cláusula de rescisión de 65 millones que el zaguero Aymeric Laporte acordó con Athletic Bilbao.

“No es mi culpa que hayan pagado tanto dinero. Eso lo establece el mercado. Lo que me resta es entrenar duro”. El pensamient­o del holandés contiene absoluta lógica. No querrá, además, quedar en la lista histórica de los que portaron la misma mochila y resultaron una gigantesca decepción. En 1992, Gianluigi Lentini, pese a la resistenci­a de los hinchas del Torino, que había finalizado tercero en la Serie A y perdido la final de la Copa UEFA contra Ajax, se incorporó al poderoso Milan, por alrededor de 15 millones de euros. Tras una primera campaña aceptable, con treinta partidos y siete goles, en agosto de 1993 sufrió un grave accidente automovilí­stico a bordo de su Porsche 911, lanzado a 200 kilómetros por hora. Jamás se recuperó al cien por ciento. Nunca concretó lo que prometía y por lo que Berlusconi invirtió una cifra desorbitan­te. Otro de los que cargó con pena y sin gloria el título de “el más caro del planeta”, fue el brasileño Denílson. Betis anticipó a Barcelona y, en 1998, desembolsó 30,5 millones, superando lo que Inter había depositado por Ronaldo, y el club blaugrana por Rivaldo. En Andalucía, después de un arranque oscuro, debieron esperar que volviera de un préstamo a Flamengo, para que hiciera un aporte de cierta trascenden­cia: formó parte del plantel que consiguió el ascenso, a la sombra del goleador y estandarte Gastón Casas.

La historia de Van Dijk, en cuanto a perseveran­cia, quizá se parezca a la de muchos. La de su vida familiar tiene rasgos comunes con aquellos futbolista­s que sufrieron la ausencia paternal y crecieron impulsados por la figura materna. De hecho, en su dorsal utiliza sólo Virgil. Del papá heredó las raíces futboleras de Surinam, ex colonia holandesa, a la cual podrían haber representa­do –por lazos de sangre o lugar de nacimiento – jugadores de la talla de Ruud Gullit, Frank Rijkaard, Clarence Seedorf, Edgar Davids, Jimmy Floyd Hasselbain­k, Aron Winter, Michael Reiziger y Patrick Kluivert. Debutó con un gol en el clásico ante Everton. Simplement­e el comienzo de una larga ruta para demostrar que, en su caso, valor y precio van de la mano.

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Reuters
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