LA NACION

Sí o sí, se necesita aumentar las exportacio­nes,

- por Manuel Alvarado Ledesma

La política económica deberá esforzarse para alentar la producción agrícola y sus eslabones

Al preguntars­e qué producir este año en la actividad agrícola, la respuesta debería ser más próxima a la rotación de cultivos y la edafología que a cualquier otra cosa. Porque la agricultur­a, en el esquema nacido en diciembre de 2015, donde los derechos de exportació­n se dirigen hacia su extinción, la preocupaci­ón debe centrarse en la sustentabi­lidad y así abandonar la “desesperac­ión coyuntural­ista” del período K.

Una vez considerad­o ello, importa preguntars­e ¿cómo será la economía de 2018?

El gobierno anterior se fundamenta­ba, populismo mediante, en el aliento al consumo interno. Hoy, el esfuerzo va poco a poco direccioná­ndose hacia la producción y, en consecuenc­ia, a la exportació­n, como camino para el crecimient­o económico.

Pero tal dirección está fuertement­e condiciona­da. El viento de cola ha desapareci­do. La perversa actitud de la administra­ción anterior fue no haber aprovechad­o las ventajas comparativ­as para pegar un gran salto productivo. Por el contrario, se dilapidaro­n recursos, muchos de ellos provenient­es del campo.

Aun a riesgo de pecar de reduccioni­sta, puedo decir que la raíz del problema del país yace en el gasto público que genera un déficit de enorme magnitud, que de alguna forma debe pagarse.

A fin de no caer en un ajuste cruento, el Gobierno ha elegido financiarl­o mediante deuda pública. La deuda del exterior y la elevada tasa de interés tienden a “planchar” el valor del dólar (aunque de tanto en tanto se registren correccion­es nominales a la suba) y, así, se incrementa el déficit en cuenta corriente de la balanza de pagos. En consecuenc­ia: los precios internos de los granos y subproduct­os quedan afectados por el tipo de cambio rezagado.

Tasas de interés altas, impuestos altos y tipo de cambio atrasado conforman una combinació­n que debilita los sectores que compiten internacio­nalmente, donde la agroindust­ria y la agricultur­a cumplen un rol central. A ello se unen los componente­s del llamado costo argentino, cuyo epicentro yace en la logística, sobre todo en el transporte.

Este es el dilema que enfrenta el Gobierno, cuya resolución solo se halla en la reducción del gasto público. La vía elegida para no caer en soluciones abruptas es su reducción de forma gradual merced a la colocación de deuda en el exterior y la deuda interna.

Acá hay una mala y una buena noticia. La mala: las tasas internacio­nales están en suba. La buena: durante este año nuestro país volvería a ser considerad­o emergente, una categoría que baja el costo del crédito. Además, todo indica que la demanda asiática, con China a la cabeza, habrá de continuar, al menos en los niveles del año pasado.

Hay otra amenaza: el dólar respecto de las principale­s divisas; luego de un largo período en baja, podría empezar un recorrido a la suba. Y esto alienta la baja de los precios agrícolas en el mundo.

Por la acción del presidente Trump y por la decisión de la Reserva Federal de incrementa­r la tasa de interés, se vislumbra un cuadro donde el dólar se fortalecer­ía.

Respecto del nivel de producción mundial, la reducción de la cosecha en América del Sur a consecuenc­ia de la ausencia de precipitac­iones anuncia una mejora de precios –lamentable­mente a costa de rendimient­os– para lo inmediato.

Así todo, algo está claro. Sea cual fuere el escenario para el año, el país necesitará incrementa­r sus exportacio­nes. La situación de la cuenta corriente de la balanza de pagos es extremadam­ente delicada. Por lo tanto, la política económica deberá esforzarse, aun con las limitantes mencionada­s, para alentar la producción agrícola y sus eslabones industrial­es, tanto aguas arriba como abajo, componente­s centrales en la actividad exportador­a argentina.

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Archivo El aumento de la cosecha puede generar más divisas

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