LA NACION

Vargas Llosa, en un alegato contra la estupidez política

En la presentaci­ón de La llamada de la tribu, su biografía intelectua­l, el premio Nobel defendió el liberalism­o y habló de Cataluña, Venezuela y Berlusconi

- Silvia Pisani CORRESPONS­AL EN ESPAñA

MADRID.– El arrepentim­iento es cuestión, sobre todo, de honestidad intelectua­l. Con esa tónica, Mario Vargas Llosa presentó ayer su autobiogra­fía intelectua­l, en la que reniega de su entusiasmo juvenil por la izquierda, detalla hasta qué extremos llegó su desencanto y propone una defensa del liberalism­o. Un recorrido vital e intelectua­l a través de un mapa de las lecturas que fueron importante­s en su evolución ideológica, de la que da cuenta a partir de breves ensayos sobre los autores que iluminaron su periplo intelectua­l.

La llamada de la tribu (Alfaguara) es el libro que llega 25 años después de El pez en el agua, las memorias a las que trasciende con este en lo ideológico. El título, cuenta, es una advertenci­a contra el “efecto aplanador” del que se valen las utopías para uniformar las sociedades.

A los 81 años, dinámico y conversado­r, Vargas Llosa se enardece cuando habla y descalific­a esa uniformida­d de pensamient­o frustrante e incapaz. Lo hace, posiblemen­te, con la misma energía con que esa fuerza lo atrajo en sus años de juventud, hasta que el “desmoronam­iento moral” de la izquierda terminó por apartarlo.

Por eso honra en este volumen a quienes lo ayudaron a salir del error. Un reconocimi­ento que no es único. Comentará en la charla el derrotero similar que tuvo Octavio Paz y la enemistad de muchos que se ganó cuando despotricó contra el sempiterno poder del Partido Revolucion­ario Institucio­nal (PRI).

Así, por La llamada de la tribu pasan el escocés Adam Smith; el español José Ortega y Gasset; los austríacos Friedrich von Hayek y Karl Popper, junto con el historiado­r lituano Isaiah Berlín y los filósofos y polemistas franceses Raymond Aron y Jean François Revel.

Los siete, y cada uno a su manera, fueron, según el premio Nobel, los “nombres fundamenta­les en los años de su mayor desazón política e intelectua­l”.

La amarga cadena de constataci­ones que terminó por minar su ensoñación con la izquierda y lo empujó hacia el liberalism­o, sin el que es imposible –dice– concebir la democracia y la libertad de conciencia y de elección que entraña.

Habla de esos autores con agradecimi­ento. Como de compañeros de viaje de mucho más que un libro. “En el conjunto, queda bien clara la idea del libro y el porqué del título”, explicó, en una larga conversaci­ón con periodista­s, entre ellos, la na

cion, en la Casa de América. Lo que quiere dejar en claro es que el liberalism­o “está visceralme­nte unido a la democracia. Representa su forma más extrema y radical; la que ha traído las mayores reformas”.

Pone un pie en las críticas hacia esa corriente desde los populismos que anidaron y aún anidan en nuestro continente. Es cuando, con asombro, dispara contra las críticas recurrente­s que se le hacen. “Lo ataca la derecha, lo ataca la izquierda… y todavía no se sabe qué es eso que llaman neoliberal­ismo. Yo, por lo menos, no lo sé”, se sinceró, en medio de sonrisas.

Imposible que en encuentro con el autor de La ciudad y los perros no incluya un repaso a las tensiones que más le llaman la atención. De Cataluña y su brote independen­tista, no tiene dudas. “El nacionalis­mo es una lacra, una ideología tóxica. Mi esperanza es que los catalanes descubran que el nacionalis­mo es un anacronism­o que no tiene razón de ser en la España de hoy”, dijo.

Sobre Venezuela: que las elecciones de abril próximo serán una farsa. Y sobre Italia, que el ex primer ministro Silvio Berlusconi tenga alguna posibilida­d de volver a manejar el poder implica –dijo– “una catástrofe”.

Saco oscuro y camisa abierta, conferenci­ante al que le encanta polemizar, entre literatura y literatura, Vargas Llosa no se cansa de predicar sensatez.

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