Estafa a Cataluña
Dos meses después de las elecciones autonómicas catalanas, ha quedado acreditado que el único programa de gobierno del independentismo es la agitación. De ahí que solo se pueda calificar como de burla a la ciudadanía y la democracia la última pirueta de los defensores de la causa, retirando en el último momento el apoyo a la declaración unilateral de independencia, renunciando ¿provisionalmente? a investir a Carles Puigdemont, pero avalando su legitimidad y el resultado de ese llamado referéndum del 1° de octubre, ilegal y realizado sin garantías de transparencia e imparcialidad.
Es evidente que la táctica del bloque independentista, tan apegado a los discursos de la legitimidad, el mandato popular y las reglas, no hace más que erosionar las instituciones catalanas que garantizan el autogobierno.
El último sondeo catalán demuestra que el independentismo pierde fuelle, y ello podría indicar que muchos de los que depositaron su confianza en él empiecen a sentirse víctimas, también, del mismo fraude. Porque si es tan doloroso que el gobierno central intervenga la autonomía, peor es que su entramado institucional sufra el descrédito de su total inoperancia en nombre de un proyecto político vacío de contenido y construido por líderes que no respetan las normas básicas de convivencia democrática.