El genio de Leonard Bernstein, en toda su amplitud
orquesta filarmónica de buenos aires
★★★★ muy bueno. director: Enrique Arturo Diemecke. solista: Claire Huangci, piano. programa: Leonard Bernstein: Sinfonía N° 2, La edad de la ansiedad, tres danzas de On The Town y danzas sinfónicas de West Side Story. teatro colón.
Siempre concita una atención especial el primer concierto del año, el que rompe con ese largo y categórico silencio que se extiende irrevocable a lo largo de un verano que, en otros tiempos, solía tener algún tipo de actividad musical. Pero hubo, esta ocasión, una atracción agregada: la Filarmónica, de las manos de Diemecke, su motivadora locuacidad y su reconocido histrionismo, ofreció un programa con obras de Leonard Bernstein y el concierto anduvo muy bien.
En primer lugar, por la propia esencia altamente musical y artística de las obras, y en segundo término, porque este tipo de repertorio no se hace casi nunca aquí. Y aun cuando parecería que no es necesario, siempre conviene recordar que Bernstein fue un compositor, director y pensador extraordinario, una de las personalidades musicales más trascendentes y admiradas de la segunda mitad del siglo pasado. Además, y esta es la razón principal para que se concibiera este concierto, este año se cumple el centenario de su nacimiento.
Diemecke eligió tres obras de Bernstein que dan cuenta de su amplitud de pensamiento y la enorme sabiduría para poder articular discursos diferentes y que, a su vez, contribuyen a testimoniar sobre su desprejuicio ante ciertas corrientes estéticas que podrían ser considerados menores o ajenos para el erudito mundo académico.
En la primera parte del concierto, con la muy buena participación de la pianista Claire Huangci, se pudo escuchar la Sinfonía Nº 2, La edad de la ansiedad, y después del intervalo, la orquesta trajo dos suites de obras escritas para el muy mundano Broadway, dos creaciones fascinantes en las que Bernstein manejó como los dioses e hizo fundir de manera milagrosa todos los recursos propios de la tradición de la música escrita del siglo XX con los elementos más caracterizados de la música popular urbana neoyorquina.
Basada en un poema de W. H. Auden, Bernstein siguió la estructura del texto y articuló una sinfonía en tres segmentos, un Prólogo inicial y dos partes, “Las siete eras” y “Las siete etapas”. Sin ningún recurso banalmente descriptivo, la sinfonía se desarrolla bajo el formato de las variaciones que, en este caso, no son sino episodios que se suceden sin atenerse a ningún tema musical inaugural. Las variaciones reflejan estados de ánimo, vivencias, diálogos e impulsos de cuatro personas que reflexionan sobre sus propias vidas. A través de cambios de tempo, de modo, de texturas y con un piano que se complementa y se opone a la orquesta, la sinfonía es de una belleza superior, por lo demás, lejana a cualquiera de las experiencias vanguardistas propias del tiempo posterior a la Segunda Guerra Mundial.
Con Claire Huangci, una pianista muy expresiva y técnicamente muy solvente, y con las certezas que le dan sus músicos, Diemecke dirigió una muy buena versión de esta obra que merecería más oportunidades de ser presentada en nuestro país. Fuera de programa, muy etérea, Huangci tocó “Oriental”, la segunda de las Danzas españolas, de Granados.
En la segunda parte, Diemecke trajo al Bernstein que conocía todos los secretos e intimidades de la música popular neoyorquina. La Filarmónica tocó dos selecciones orquestales de On The Town y las danzas sinfónicas de West Side Story. Con la muy buena participación de los solistas de la orquesta y el oficio reconocido de la Filarmónica, todo sonó muy bien.
Con todo, hay respiraciones, vivencias y sentires propios del jazz y del musical que solo la pueden hacer como corresponde aquellos que lo han vivido en el lugar de origen. Así como es improbable que ningún bandoneonista de cualquier rincón del planeta toque un tango de Piazzolla, aun con la partitura totalmente detallada, con las inflexiones y los modos del mismo Ástor, la muy buena interpretación de la orquesta porteña de estas obras tan neoyorquinas de Bernstein carecieron de ese plus que, como ninguna otra, podía ofrecer la Filarmónica de Nueva York cuando la dirigía el mismo Bernstein. No obstante, nada menoscaba lo ocurrido: el primer concierto del año de nuestra Filarmónica sonó de maravillas.