El gradualismo es un sueño electoral
Dicen los que van que, a veces, las reuniones de trabajo en Olivos o en la Casa Rosada parecen una puesta en escena. Que, apenas Mauricio Macri empieza a envalentonarse con una reforma más o menos drástica o abrupta, que podrá ser económica, administrativa o social, el jefe de Gabinete la atenúa. Gradualismo teatral. Como si todo estuviera preparado. Son lucubraciones de quienes conocen ese vínculo, que agregan que Macri tiene en tan alta estima a Marcos Peña que lo considera el político más sagaz de la Argentina. Cualquiera que haya desafiado últimamente esa autoridad o, peor, cuestionado el esquema de ministerios entenderá que son batallas perdidas de antemano: el Presidente está convencido de la eficacia del trío que integran Peña y sus dos colaboradores económicos, Gustavo Lopetegui y Mario Quintana. Él mismo lo hizo explícito hace más de un año, durante la última reunión de gabinete ampliado de 2016: “Ellos son mis ojos y mi inteligencia; cuando ellos piden algo, lo estoy pidiendo yo”.
Esta configuración repercute no solo en el gabinete, sino también sobre los agentes de poder en general e, inevitablemente, en la dinámica de administración. En noviembre, ejecutivos de fondos de inversión le transmitieron en Nueva York al Presidente dudas sobre el ritmo que les estaba dando a ciertas reformas y este les contestó que compartía los planteos de fondo, pero que había decidido aceptar de su entorno el consejo de no ir a más allá de la velocidad que la sociedad argentina estuviera dispuesta a tolerar. El verdadero Macri, el íntimo, es tan locuaz y poco gradualista que orilla la incorrección política. Lo cuentan sus propios amigos.
La suya fue entonces una elección de gobierno, de la que se fue convenciendo con los meses. Aunque lo aleja de soluciones económicas concretas, este modo de avanzar delimita al mismo tiempo su campo de acción y sus enemigos. Es probable que, si tiene éxito, al cabo de 2019, Macri no haya sido más que un ordenador de la herencia. Su única transformación, si ocurre, será en todo caso cultural: cada vez que, suelto de cuerpo, habla en confianza de su famosa lista de 562 referentes del círculo rojo a quienes quisiera enviar en un cohete a la Luna, como trascendió, está pensando más bien en derribar una Argentina históricamente corporativa que, contradicciones de origen, lo incluye como miembro de un grupo familiar contratista del Estado. En ese listado hay políticos, pero principalmente sindicalistas y empresarios.
Desde esa posición, la del Presidentehombre de negocios, el contrapunto que menos lo incomoda es el que libra con el sindicalismo. Ahí es el Macri de siempre, el menos gradual. No es algo irrelevante para el establishment: aquel viejo fantasma de un presidente cercado por Hugo Moyano entre bloqueos de plantas, amenazas, calles cortadas y presto a subirse a un helicóptero se disipó con la última marcha camionera. Asistido por las investigaciones judiciales y la escasa legitimidad de los gremios, el Presidente está más cerca que hace un año de ganar esa puja.
Su gran desafío son, en cambio, sus pares. Que lo conocen y hasta, en algún caso, han sido socios. No es casual que, a diferencia de lo que ocurría en los tiempos de la gestión porteña, su amigo Nicolás Caputo haya decidido tomar distancia como consejero presidencial. Accionista de Mirgor y Sadesa, hace tiempo que Caputo se rehúsa, por ejemplo, a gestiones que le piden sus conocidos.
Es cierto que Macri encara esta pelea de un modo sinuoso, eligiendo con quiénes confrontar. Acaba de hacerlo con la Unión Industrial Argentina. Y está en plena negociación con los laboratorios, muchos de los cuales tienen con él relaciones casi de amistad o han contribuido a Pro con fondos de campaña. Es un sector de excelentes lobbistas que, de tanto trajinar pasillos oficiales, conocen los puntos sensibles de los gobiernos. “Yo no voy a trabajar para favorecer los intereses de Mario”, les contestó de mal humor Gustavo Lopetegui en una de sus últimas reuniones. Se defendía de la acusación que pretende deslegitimar el pedido de rebaja en las compras que hacen el PAMI, IOMA o el Ministerio de Salud recordando las acciones que Quintana tiene todavía en Farmacity, empresa de la que los laboratorios son proveedores.
El Gobierno pretende un sendero de baja de precios para los medicamentos ambulatorios y, para los especiales, incluidos los oncológicos, descuentos y licitaciones que lanzaría uniendo en la operación a varias instituciones públicas. Es decir, que el Estado se cartelice para comprar, no los privados para vender. No es sencillo porque el PAMI compra el 40% de lo que producen los laboratorios, está en juego el abastecimiento a jubilados y se habla en términos duros. Siempre fue así. Hay empresarios que recuerdan el tono con que, hace años, durante un encuentro con Ricardo Alfonsín, entonces candidato presidencial, Eduardo Macchiavello, CEO de Roemmers, le reprochó al radical la política para la industria que había aplicado su padre como jefe de Estado.
Macri confía en que el paso del tiempo y la mecánica mundial volverán vetustas algunas de estas contiendas. Por tratados como el de Unión Europea-Mercosur, porque la tecnología suele derribar barreras que parecen infranqueables y hasta por razones biológicas: si logra cambiar el paradigma, supone, vendrán generaciones más habituadas a competir.
Que esta transformación, si sobreviene, surja de un ex-Socma tendrá sin dudas un impacto cultural. Será el logro visible de una administración que, contra los reclamos de soluciones de fondo, no parece tener apuro. Al contrario. Hasta el núcleo macrista laboral, que durante la campaña de 2015 conformaban Peña, Nicolás Caputo, Gabriela Michetti, Jaime Durán Barba y Horacio Rodríguez Larreta, se redujo hace tiempo a un pequeño círculo que administra poder: María Eugenia Vidal, Peña y Rodríguez Larreta. Los tres tienen aspiraciones presidenciales y, para cumplirlas, deben aguardar que Macri no arriesgue con una política shock. Es esa espera la que los despoja de urgencias: hacia adentro de Pro, el gradualismo es al mismo tiempo resguardo anticrisis y necesidad electoral.