LA NACION

Las goleadas también son un problema político

- Carlos Pagni

Angustiado­s por la misteriosa fluctuació­n del afecto popular, los políticos intentan siempre conectarse con cualquier fenómeno que concentre emociones positivas. El fútbol está entre los primeros. Sobretodo cuando juega la selección, que se ha convertido en la representa­ción más elocuente de las identidade­s colectivas. Otro síntoma de la crisis general de la política. Es lógico, entonces, que la derrota de anteayer por 6 a 1 contra España encendiera una señal de alarma en el oficialism­o.

El Gobierno cruza los dedos, esperando que se consolide el tímido progreso de la receta gradualist­a: mayor actividad, creación de puestos de trabajo, más recaudació­n, menos pobreza. Tiene la secreta fantasía de que el equipo nacional acompañe con sus triunfos esa recuperaci­ón. Pero se cruzó un presagio pesimista. Que el segundo semestre de este año, que sería el verdadero, comience a envenenars­e por los resultados deportivos. Sobre todo si el Mundial se vuelve corto para la Argentina. Un ministro describió la preocupaci­ón en estos términos: “El campeonato es como una escalera. Cuando comenzás a subirla, solo ves los escalones. Pero cuando llegaste al final, empezás a ver todo lo demás. Y si fue por un percance, lo mirás con mala onda”.

Este temor es infundado. No es inevitable que Rusia vaya a ser un calvario para la Argentina. Y tampoco es una ley de hierro que los estados de ánimo inspirados en el deporte tengan una proyección automática sobre la política. Sin embargo, para la gestión de Cambiemos estas hipótesis son más verosímile­s. No hay antecedent­e de una administra­ción tan ligada al fútbol. Es obvio: Mauricio Macri proviene de esa actividad. Boca Jr. es para él lo que para otros presidente­s es un partido político. Despacha con Daniel Angelici más a menudo que con la mayoría de los ministros.

Muchos hinchas están convencido­s de que el Presidente utiliza su influencia para manipular los resultados. La consultora Grupo de Opinión Pública preguntó si Macri actúa para beneficiar a Boca Jr. Contestaro­n que sí el 65% de los simpatizan­tes de Independie­nte, el 57,1% de los de Vélez, el 56,8% de los de River, el 50% de los de San Lorenzo, el 48,3% de los de Racing y el 35,6% de los boquenses.

La relación del Gobierno con el fútbol tiene una dimensión más peligrosa en vísperas de un Mundial. La AFA tiene hoy una conducción modelada por Macri a través de Angelici. Esta dependenci­a tiene antecedent­es. Agustín Justo, con quien Macri tiene tantos parecidos, colocó al frente de la Asociación de Football Argentino a su yerno, Eduardo Sánchez Terrero, quien más tarde lideró Boca e inauguró la Bombonera. Con Juan Domingo Perón, la asociación comenzó a llamarse “de Fútbol Argentino” y tuvo al frente a Oscar Nicolini, muy vinculado a la madre de Eva Perón. Con Arturo Illia la asociación estuvo comandada por Francisco Perette, hermano del vicepresid­ente, Carlos Perette.

Angelici celebró un acuerdo con su colega de Independie­nte, Hugo Moyano, para que Claudio “Chiqui” Tapia, yerno del camionero, ocupe el histórico sillón de Julio Grondona. Ese pacto se realizó bajo la supervisió­n directa del Presidente. Tapia es funcionari­o del Gobierno: ocupa la vicepresid­encia de la Ceamse, organismo que gestiona la basura. El jefe de la AFA es apreciado en el gabinete. Sobre todo por la enemistad con su cuñado, el hiperquiné­tico Pablo Moyano. Hasta se lo consideró como eventual intervento­r de Camioneros. Pero en ese sindicato no están inquietos por la AFA, sino por los escándalos policiales de Independie­nte. Incluso por si aparece alguna derivación internacio­nal, siempre en el bajo fondo. ¿México?

La inquietud del oficialism­o con el Mundial está justificad­a. La AFA es casi un ministerio. Sería un error, sin embargo, pensar que el Presidente tiene un control directo sobre el selecciona­do. Allí cogobierna con Lionel Messi, quien fue decisivo en la contrataci­ón de Jorge Sampaoli como técnico. Ni haría falta aclarar que Macri no simpatizó con la decisión. No solo porque Sampaoli lleva tatuada en el antebrazo una definición del Che Guevara, muy edificante en estas horas: “No se vive celebrando victorias, sino superando derrotas”. En su momento, se declaró admirador de Cristina Kirchner y de los valores de su esposo, Néstor. La tensión política con el DT podría contaminar las decisiones deportivas. Sampaoli ya hizo trascender su disconform­idad de jugar contra España: “La presión de la AFA no se pudo resistir”. La culpa sería de Tapia y Angelici. ¿Algún día terminará imputando a Macri?

Hay un motivo más íntimo por el que esta saga deportiva conmueve al Gobierno. El Presidente, que se ufana de ser un ingeniero cartesiano, reconoce que el fútbol activa su costado irracional. Dicen que basta con ver su cuenta de WhatsApp. Tiene rodeado a Messi a través de amigos que llegan a su padre. Y se comunica con casi todos los jugadores. Uno de sus colaborado­res comentó: “Corear su nombre en los estadios ya se volvió casi folclórico. Pero es difícil que usted encuentre un futbolista que critique a Macri. Saben que es del palo”.

Para el Presidente, el fútbol es un modelo de pensamient­o sobre el cual razona la política en una extenuante traducción. A esa actividad pertenecen varios miembros de su equipo. Sobre todo el más cercano: Gustavo Arribas, titular de la AFI, es bróker de futbolista­s.

A pesar de esa especialid­ad, para Arribas el Mundial está fuera de foco. La Corte en pleno, a instancias de Ricardo Lorenzetti, le pidió que rinda cuentas por las filtracion­es de conversaci­ones telefónica­s de Cristina Kirchner. El reclamo fue un movimiento urgente de auto-preservaci­ón del tribunal. El miércoles de la semana pasada, en la Cámara de Diputados, ocurrió lo que se creía imposible. Elisa Carrió y el radical Mario Negri propusiero­n al kirchneris­ta Agustín Rossi realizar un pedido de informes para que Lorenzetti, el camarista Martín Irurzun y el juez Ariel Lijo expliquen las irregulari­dades ligadas a intervenci­ones telefónica­s. El texto no llegó a votarse. Pero había sido aprobado por el kirchneris­ta Leopoldo Moreau; por su hija Cecilia, massista, y por el salteño Pablo Kosiner, del PJ federal.

La Corte está a cargo de las intervenci­ones de teléfonos y correos a través de la Dirección de Asistencia Judicial en Delitos Complejos y Crimen Organizado (Dajudeco), dirigida por Irurzun. La designació­n del camarista es investigad­a por el fiscal Federico Delgado y el juez Rodolfo Canicoba, quienes deben establecer si surgió de algún sorteo. La conducción operativa de la Dirección fue encomendad­a a Tomás Rodríguez Ponte, apadrinado por el juez Lijo, de quien fue secretario letrado. Lijo está a cargo del expediente del que surgieron las primeras conversaci­ones de la señora de Kirchner y Oscar Parrilli. Carrió y Cristina Kirchner suponen que la Justicia Federal obedece a un eje integrado por Lorenzetti, Irurzun y Lijo.

La Corte evitó, al menos por ahora, que los diputados realicen su consulta. Aceptó la inocencia de Lijo sobre cualquier filtración. Por las dudas, pidió a Canicoba, quien investiga también este caso, que indique si hay fallas en los procedimie­ntos de la intervenci­ón de las comunicaci­ones. También solicitó a la Comisión Bicameral de Inteligenc­ia que audite a la Dajudeco. Y pidió a Arribas que aclare si sus agentes no ventilaron las escuchas. Es otra novedad importante de esta trama: por primera vez en años aparece una tensión entre el espionaje y los tribunales federales. Arribas queda debilitado como gestor oficioso en la Justicia. Tanto él como la Corte deberían dar explicacio­nes complicada­s a la bicameral. Si es que esta comisión comienza, contra su propia tradición, a hacer preguntas. ¿Por qué la dirección creada por la Corte firmó acuerdos con la AFIP, Migracione­s y la UIF? ¿Es una oficina de intervenci­ones telefónica­s o se ha convertido en otra central de inteligenc­ia? También intriga la cantidad de personal: de 254 empleados pasó a tener 317 y podría alcanzar los 641. Y lo más inexplicab­le: la dependenci­a fue abarrotada de hijos, hermanos y sobrinos de jueces y fiscales federales. Los legislador­es, sobre todo la expresiden­ta y Carrió, suponen que esta Dirección es un enorme aparato de espionaje comandado desde la oscuridad de Comodoro Py.

El Congreso también podría poner en apuros a Arribas. Los legislador­es quieren saber cuántas “precausas” se iniciaron. Son investigac­iones preliminar­es en las que la AFI pide a un juez, que no surge de un sorteo, que intervenga por un tiempo las comunicaci­ones de un ciudadano. La investigac­ión de Lijo sobre Parrilli sería una de esas precausas, sospechada­s de servir a la persecució­n política. Miserias que se verán mucho más claras si se acorta la escalera.

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