LA NACION

Un peligroso intérprete de Raúl Alfonsín

Molesto con la orientació­n del Gobierno, el hijo del expresiden­te asegura que su padre no se hubiera callado ante una receta económica de la derecha liberal

- Laura Di Marco

Lo atormenta un escenario político dominado por dos fuerzas de centrodere­cha: Cambiemos y el Peronismo Federal

Está enojado con los radicales, a quienes ve más preocupado­s por los cargos que por las ideas

A penas murió el expresiden­te radical, Ricardo Alfonsín (o Ricardito, como lo llaman en Chascomús) empezó a probarse sus trajes. Aparecía en las revistas enfundado en ellos, aprovechan­do el enorme parecido físico con su padre, quien, a la vez, era el padre de la democracia. Semejante herencia emocional y política es capaz de marear a cualquiera. Y así aparece hoy Ricardito: desorienta­do, más cerca de la oposición que de las batallas de Cambiemos. Las chances de influir en su partido son casi nulas, pero, si por él fuera, en 2019 abandonarí­a la coalición oficialist­a para construir un espacio de centroizqu­ierda. Ya empezó a cultivar ese embrión en su primera y reciente reunión con Martín Lousteau, el socialista Miguel Lifschitz y Margarita Stolbizer.

Macri lo sabe y busca retenerlo: el apellido Alfonsín es un activo político para la coalición gobernante. Y es, ante todo, un símbolo. Es por eso que en plena campaña de 2017 le ofreció, primero, renovar su banca de diputado y, luego, una embajada en la región. Él se negó a ambas cosas. Ser el hijo de un presidente te vacuna contra el deslumbram­iento por los cargos, argumenta. Pero ¿por qué se negó a esas ofertas que le acercó María Eugenia Vidal? Porque asumió la misión de intérprete político de su padre, quien, según él, jamás se hubiera quedado callado ante la implementa­ción de una receta económica de la derecha liberal. Así define a Pro: una fuerza de centrodere­cha.

Por otra vía, amasa un enojo profundo contra sus correligio­narios, a quienes define como una constelaci­ón muda, más preocupada por los cargos que por las ideas y que, sobre todo, practica un insano seguidismo acrítico. ¿Alguien imagina a un Alfonsín callado durante estos dos primeros años de gobierno?, desafía. Ubica el derrumbe definitivo de la autoestima radical en la estrepitos­a derrota de Ernesto Sanz a manos de Macri, en las PASO de 2015, donde la candidatur­a presidenci­al del mendocino apenas arañó los 700.000 votos. ¿Complejo de inferiorid­ad en el germen de aquel matrimonio político? Algo así.

Si Raúl Alfonsín viviera, ¿qué hubiera hecho ante Cambiemos? O, mejor, ¿se hubiera asociado con Macri? Para apoyar o desacredit­ar a la alianza política gobernante, esa pregunta de imposible respuesta se ha formulado desde la asamblea de Gualeguayc­hú. El último 12 de marzo, cumpleaños del expresiden­te radical, Leopoldo Moreau, uno de sus hijos políticos, formateó una respuesta a la medida de sus necesidade­s políticas. Interpretó que su exjefe político no “estaría feliz” con lo que está pasando en su patria. El tuit enfureció al hijo de Alfonsín, quien también está molesto con Moreau, con los que se preguntan por qué no se va con Moreau y Cristina Kirchner, y con el “abuso” de la figura de su padre.

Algo de razón tiene. La pregunta clave, para él, no es si su padre se hubiera aliado con Macri. Eso –calcula– es imposible de argumentar. Cuando Alfonsín afirmó que Macri era el “límite”, el kirchneris­mo aún no había mostrado su peor rostro. En el momento de aquella frase, a la que tantos usos se le han dado, Lilita Carrió también era una de las más férreas opositoras al entonces jefe porteño. El punto central, advierte, es qué hubiera hecho su padre si ahora estuviera al frente del Comité Naciola nal de la UCR. Eso sí que lo responde enseguida: hubiera hecho lo mismo que hago yo, aunque sin su talento.

Asumir la voz del padre muerto –o lo que él supone que diría esa voz– es un movimiento común en las familias políticas. Salvando todas las distancias, los integrante­s de La Cámpora, en su estilo, hacían y hacen lo mismo. Alfonsín hijo, que empezó a hacer política al filo de los 50 años (antes no se animaba porque ese era el lugar de papá), desarrolló una conducta errática y por momentos incomprens­ible como integrante del oficialism­o. Se opone al mega-DNU aprobado en la madrugada del jueves 22 en Diputados, que fue presentado por el Gobierno como una herramient­a de “desburocra­tización” del Estado; rechaza la reforma previsiona­l y laboral; el alineamien­to de su gobierno con líderes de derecha –Rajoy, Piñera–; la política minera que eliminó las retencione­s; la falta de una intervenci­ón inteligent­e del Estado para moderar la voracidad de quienes tienen una posición dominante en el mercado, y, por encima de todo, la elección de una estrategia económica inequitati­va para salir de debacle kirchneris­ta. Pero, por lejos, su posición más incomprens­ible fue la de afirmar que si no fuera político habría marchado junto con los camioneros de Moyano en su pulseada contra Macri. ¿No pensó en la cantidad de paros que esa misma burocracia sindical, que hoy encarna Moyano, le hizo a su padre, cuando padecía la psicopatía del peronismo en el llano? Sí, lo pensó, pero este, calcula, es otro momento.

En la histórica oficina que fue de Raúl Alfonsín, sobre la avenida Santa Fe, le dedica al Gobierno una frase ácida: “A mí no me ofende que me digan que soy de centroizqu­ierda, ¿por qué habría de ofenderse el macrismo cuando se lo tilda de centrodere­cha?”. La frase no es inocente. Él conoce la respuesta.

Hace poco Moreau, con quien arrancó en la política en 2001, lo desafió con otro tuit, cargado de ironía: “Es difícil ser el ala izquierda de Cambiemos”, escribió. Y él le retrucó: “No te creas, es bastante fácil”.

Cuando se lanzó a la política, en la provincia de Buenos Aires, circulaba la versión de que su propio padre lo desvaloriz­aba y de que, además, estaba disgustado con su militancia. Enterado Alfonsín de estos entuertos, tanteó a su heredero: “¿Querés que salga a decir algo?”. Su hijo se negó. Mejor no aclarar ciertas cosas.

Como presidente no peronista, Macri suele mirarse en el espejo del gobierno de Alfonsín para no repetir sus errores. Incluso, antes de asumir, llegó a consultar con quien fue su psicoanali­sta, Eduardo Issaharoff, para saber de primera mano en qué había fallado su antecesor. Macri sabe que a Alfonsín lo tumbó la economía, por eso se puso él mismo al frente de esa gesta. Para Ricardito, en cambio, son herencias incomparab­les. Hace cálculos: cuando Alfonsín recibió el gobierno de la dictadura, había un 600 por ciento de inflación anual y los intereses de la deuda externa eran de un 15 por ciento. Mientras duró la tortuosa experienci­a del alfonsinis­mo en el poder, su padre recibía amenazas diarias de muerte, solo que él elegía no divulgarla­s, confiesa hoy. Aunque suene difícil de creer, está íntimament­e convencido de que si Cambiemos quiere reactivar la economía, debería consultar con su partido.

Pero lo que verdaderam­ente lo atormenta es el actual escenario político, dominado por dos fuerzas de centrodere­cha: Cambiemos y el Peronismo Federal de los Pichetto y los Urtubey. Su aspiración para el futuro es justo la opuesta. Imagina una constelaci­ón bifrentist­a: un frente de centrodere­cha compitiend­o contra otro de centroizqu­ierda. Él se visualiza, obviamente, integrando el segundo territorio político. Pero lo aclara bien: cuando habla de “futuro” se refiere a después de 2019, cuando cese la “amenaza republican­a” que encarna Cristina Kirchner.

Sentado en el sillón que usaba su padre, Alfonsín hijo tiene en mente una idea fija: “Van a volver (los K) si nos equivocamo­s y si mis correligio­narios callan ante estos errores. Si de algo estoy seguro es de que los radicales se van a arrepentir”.

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