LA NACION

ernesto romero fue entrenador de notables caballos

Falleció a los 75 años, después de seis décadas en la profesión en la que fue uno de los mejores

- Gustavo S. González LA NACION

Ernesto Romero fue un entrenador de tanto éxito, clásico, de los que sabían llevar un caballo a las distancias de las carreras más importante­s, que uno mismo se sorprende porque al saber de su muerte, a los 75 años, lo primero que le viene a la mente es su amabilidad de pocas palabras pero sonrisa infaltable, su “¿cómo le va?” respetuoso, por el cual el tuteo se volvía imposible, el respeto que le hacía sentir al que se lo cruzaba.

Después sí, claro, surgen los nombres que muestra su historia, los que lo hicieron eficaz y dieron testimonio de lo seguro que el correntino era cuando tenía una herramient­a valiosa. Acaso Algenib fue su obra cumbre. Ganador del Jockey Club y el Nacional, el caballo de Horacio Bauer, que crió Comalal y montó Miguel Sarati, fue un prodigio en 1990, un año de grandes sangre pura de carreras. “Algenib fue el mejor que tuve. Un caballo alado. Sólo mereció ganar más en el exterior. Resultó una gran satisfacci­ón en mi carrera porque lo elegí y fue el Caballo del Año”, supo reconocer el cuidador.

Cuatro veces ganó el Gran Premio República Argentina, Ernesto: Maipo Fitz (2001), Mr. Redford (2004), Lingote de Oro (2010) y Star Runner (2011). “Me gusta la distancia, las carreras largas. Siempre trato de no obligar al caballo con un debut temprano. No todos pueden debutar a los 2 años, muchos quedan en el camino. Suelo decirles a los patrones que es mejor esperar, porque tienen más futuro”, dijo alguna vez. Un credo.

Quiso ser jockey en el hipódromo San Martín, en Corrientes, a los 15 años, mientras empezaba como peón porque “había que ganarse la vida”. Ramón Núñez lo trajo a Buenos Aires, cuando ya el peso le había puesto una barrera al jinete. Después fue capataz de Felipe Costa, en San Isidro. “Fue duro, tuve que pelearla, pero no puedo quejarme de la suerte, porque me ayudó a estar donde estoy”. Cuando soltó aquella frase sus ojos se cristaliza­ron. Ese rasgo es el que más resaltó en este momento.

Por eso no extrañaba que junto con los buenos caballos siempre destacara a los propietari­os que confiaron en él. Jorge SteimbergL­ord Card; Carlos Monayer-Todo un Amiguito y Mi Amiguito; Carlos Felice-Lingote de Oro, entre otros. He Runs Away, ganó el Nacional y le dio la última gran victoria, cuando la enfermedad ya lo estaba acorraland­o.

Formar a sus hijos Gustavo y Mariano en la profesión “desde abajo”, casi como él mismo se inició, fue su orgullo, solía decir. Tal vez sea su mejor legado.

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