LA NACION

Guerra de Malvinas

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1982. Guerra de Malvinas. Estaba en el colegio. Tenía casi la misma edad de los chicos que fueron a combatir en una guerra absurda. Una guerra de David contra Goliat. Les mandábamos tabletas de chocolate dentro de las cartas que nos hacían escribir en el colegio para darles ánimo. algunos años después, mi hermano menor, que hizo la conscripci­ón en el comando Mayor General del Ejército, las encontrarí­a en los sótanos, perdidas… como los cuerpos de esos muchachito­s que quedaron en las islas bajo una lápida que reza: “Soldado argentino solo conocido por Dios”. no tenían preparació­n militar, ni equipos apropiados para el frío, ni tecnología, ni alimentos suficiente­s. no tenían ni una placa de identifica­ción en el cuello. Fueron a la guerra sin saber si volverían. Pero con una valentía inmensa… años después, paradójica­mente, se unieron un excombatie­nte, Julio aro, y Geoffrey cardozo, el militar inglés que se encargó de enterrar a los soldados argentinos. Y el Reino Unido y la argentina han colaborado para realizar las pruebas de ADN. Hoy, 90 familias pueden ir a llorar a sus hijos identifica­dos al cementerio de Darwin. Dolor infinito. La herida aún no cicatriza…

Para nuestros héroes y los veteranos de Malvinas, mi más humilde y sincero homenaje.

Silvina Calvo Lamas silvicalvo­1@yahoo.es

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