LA NACION

ÉPICA DE LA BANDA QUE MARCÓ UNA ERA

El grupo inglés volvió a presentars­e en el país a una década de su debut porteño, con un espectácul­o que reafirma su búsqueda estética y sonora, entre la vanguardia y la canción

- Sebastián Ramos LA NACION

¿Cómo se llama la obra? una montaña rusa emocional o cómo hacer rock minimalist­a para estadios. Por ahí va la versión 2018 de radiohead, que volvió a aterrizar en el país a casi una década de su debut porteño, con un espectácul­o improbable, que maneja tiempos y humores a su antojo, con más de dos horas de experiment­ación sonora y en el que cada canción tiene tratamient­o de pieza musical, construyen­do y destruyend­o un universo propio cada cuatro o cinco minutos, para después volver a crear desde cero.

un show que comenzó con el delicado piano en loop de “daydreamin­g” y Thom Yorke reconocien­do aquello de que los soñadores nunca aprenden, con partículas de polvo brillantes flotando desde las pantallas, etéreas, y que cerró, dos horas y media más tarde, con la abrasiva y esquizofré­nica “Paranoid android”, con juegos de luces hipnóticos, conjurando contra la ambición y el poder.

entonces, agradecien­do el fervor de las cerca de 40.000 personas que parecieron sobrepasar la capacidad del espacio cedido dentro del predio de Tecnópolis para este concierto, como en aquella noche de 2009 en el Club Ciudad, la banda regaló “una más” por fuera de la lista, esa que los más nostálgico­s estaban deseando escuchar, más allá de que los músicos hayan demostrado lo poco que los representa por estos días. “ustedes están locos”, dijo Yorke antes de conceder y abalanzars­e sobre los versos de “Creep”.

entre una y otra punta del concierto, con una pirámide lumínica delimitand­o el escenario como idea escenográf­ica rectora, radiohead paseó por toda su discografí­a, haciendo especial hincapié en la estructura cancioníst­ica de In Rainbows y en esa ópera de rock volado y progresivo de fin de siglo que cambió para siempre el rumbo de la banda: OK Computer.

así, pasan de la quebradiza “15 step” al más floydeano “Lucky”, con Greenwood jugando a ser david Gilmour, con la deforme “Myxomatosi­s” como puente sin salida. Cada tema, un trabajo conceptual diferente, con arreglos y remezclas en vivo que desubican y sorprenden hasta al más avezado fan.

Y si la banda resulta un ensamble perfecto que se mueve con naturalida­d entre la interpreta­ción clásica y el caos controlado, la voz de Thom Yorke se las arregla para ocupar el cincuenta por ciento del espacio sonoro sea donde sea.

Yorke ríe fuera de registro, se mueve espásticam­ente, baila con pasitos cortos y desalinead­os, demostrand­o una vez más ser un líder especial.

a su lado, Jonny Greenwood se entretiene cambiando de instrument­os, de la guitarra a los sintetizad­ores y de una batería electrónic­a (que suma a las dos baterías que ya tiene radiohead en escena) al arco de violín con el que desarma y sangra “Pyramid song”.

Las distintas intensidad­es que maneja el grupo a lo largo del concierto suelen ir de abajo hacia arriba (la monumental versión de “everything in its right Place” puede dar cuenta de ello), aunque en ciertas ocasiones incluso el mood comienza arriba, para terminar más arriba aún (como en el tremendo “Feral”, una suerte de funky futurista descontrol­ado para pistas de baile retorcidas o la tracción punk de principio a fin de “bodysnatch­ers”).

si bien el predio quedó cuando menos chico e incómodo para la multitud que congregó el concierto (las colas en los baños resultaron interminab­les y era muy difícil poder ver bien el escenario sin apiñarse adelante), el sonido para esta orquesta de rock sin límites fue de excepción.

sin embargo, tras una primera hora de rápido precalenta­miento y luego de uno de los pasos más nostálgico­s con “iron Lung” (incluido en The bends, de 1995), al inicio de “The Gloaming” Yorke tuvo que parar a la banda en seco al ver que había problemas en una valla de contención. el parate duró quince minutos, en los que los músicos, sin mucho que hacer, hablaron entre sí y deambularo­n de un lado a otro, mientras el público intentaba no aburrirse tomando protagonis­mo a puro cantito futbolero. Yorke probó cantar a capella el verso central de “The Gloaming” y luego volvió a pedir que todos “dieran un paso atrás”, para que nadie saliera lastimado.

una vez resuelto el problema, “The Gloaming” sonó finalmente con su hipnótico fraseo y alisó el camino para el primer final: “i Might be Wrong”, la vuelta a la canción más tradiciona­l con “Weird Fishes/ arpeggi”, el simbronazo de “Feral” y “bodysnatch­ers”.

La suma de las partes

Con varios cambios respecto de la lista de temas que presentó el miércoles pasado en su primer show de esta gira sudamerica­na, en Chile, el regreso de radiohead al escenario fue con el lamento de “desert island disk” y el climático “Climbing up the Walls”.

en las pantallas, más allá de las líneas y dibujos geométrico­s de alto impacto, los rostros de los músicos aparecen fragmentad­os, en una especie de mosaico con forma de óvalo, reforzando la idea primal de este grupo en el que la suma de las partes logran un todo sin recetas preestable­cidas.

radiohead suena clásico hasta cuando no lo desea y por eso los tambores de “There There” parecen marcar la melodía de una canción pop sin siquiera arañar el concepto. de allí, al segundo final con “idioteque”, el tema emblema de esa cumbre creativa repleta de riesgos artísticos que significó Kid a, quedó lugar para la asfixiante “exit Music (for a Film) y la frenética “The national anthem”, regalando dos caras de una moneda poco corriente.

si alguna vez el público argentino fue reconocido por “corear los riffs de guitarras”, aquí se palmean los beats atonales y se baila el ruidismo. ¿Cómo una banda como esta logró convencer a propios y extraños de que el camino más extremo es también el más confortabl­e? La respuesta esta noche sopla en el viento y en este grupo de músicos que es signo de los tiempos, llegando al final muy pero muy lejos de donde partió.

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DIEGO SPIVACOW / AFV Thom Yorke, al frente de una agrupación que marcó a una generación y sigue cautivando nuevos fieles
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 ?? Fotos DIEGo sPIVACoW / AfV ?? En trance, el guitarrist­a Jonny Greenwood, uno de los pilares de la monumental estructura sonora del grupo
Fotos DIEGo sPIVACoW / AfV En trance, el guitarrist­a Jonny Greenwood, uno de los pilares de la monumental estructura sonora del grupo
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Yorke, un maestro del swing en una orquesta sin límites

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