LA NACION

En La Patagonia Dañan fLorEs y CuLtivos

Según los especialis­tas, causan daños en flores y cultivos; advierten que se diseminará­n hasta Bolivia, Perú, Uruguay y Brasil

- Nora Bär

No necesitaro­n pasaporte ni cédula de identidad. Es más, como al agente Jason Bourne, a ellos no hay frontera que los detenga, ni siquiera las naturales. Durante más de una década, abejorros originario­s de Europa e importados comercialm­ente a Chile para ser usados como polinizado­res atravesaro­n los Andes y se expandiero­n por la Patagonia. Hoy ocupan 4000 km a ambos lados de la cordillera, llegan hasta la costa atlántica y hasta el extremo austral de Tierra del Fuego. Ya son plaga: están por eliminar al único abejorro nativo de la zona y producen daños en flores y cultivos.

“Bombus terrestris [tal su nombre científico] es una calamidad”, exclama Marcelo Aizen, investigad­or superior del Conicet en el Instituto de Investigac­iones en Biodiversi­dad y Medioambie­nte de la Universida­d Nacional del Comahue, y primer autor de un trabajo que acaba de publicarse en el Journal of Applied Ecology sobre las implicanci­as ecológicas, económicas y políticas que presenta este caso.

Los abejorros son importante­s polinizado­res en la mayoría de las regiones templadas. Desde 1980, su venta crece para satisfacer la demanda en aumento. Se usan en el campo y en cultivos de invernader­o.

El caso de Chile y la Argentina ilustra las consecuenc­ias internacio­nales que puede tener la introducci­ón de especies foráneas. Según explican Aizen y sus coautores (chilenos, canadiense­s y norteameri­canos), el país vecino permitió la importació­n de dos especies exóticas, Bombus ruderatus y Bombus terrestris, para la polinizaci­ón de sus cultivos.

Bombus ruderatus, una especie declinante en partes de Europa, fue introducid­a en Nueva Zelanda hace más de un siglo. Desde allí, cerca de 300 reinas fueron liberadas en dos sitios del sur de Chile entre 1982 y 1983. A partir de entonces, la abeja invadió más de 400 km a ambos lados de los Andes. Paralelame­nte, las poblacione­s de Bombus dahlbomii, el único abejorro nativo del sur de América, comenzó a declinar.

Pero la introducci­ón y multiplica­ción de esta abeja fue solo el preámbulo de un problema mucho mayor. En 1997, colonias de Bombus terrestris, criadas comercialm­ente en Bélgica e Israel, fueron importadas a varias localidade­s del norte y centro de Chile para la polinizaci­ón de tomates de invernader­o. En 1998 probaron también su eficacia en el cultivo de palta a campo abierto.

“El primer evento fue una introducci­ón de una sola vez: compraron 300 reinas y nunca más –explica Aizen–. Pero de Bombus terrestris se compraron 1.200.000 colonias y reinas inseminada­s. Esto encendió una de las más extensas invasiones de los últimos tiempos”.

En 2006 se observaron reinas y obreras cerca de San Martín de los Andes, en el Parque Nacional Lanín. Y durante la última década, esta especie se expandió de la punta más austral del continente, en Tierra del Fuego (a más de 2000 km de los sitios originales de introducci­ón) y de las costas patagónica­s del Pacífico a las del Atlántico. Es más, se prevé que próximamen­te llegarán a Bolivia y Perú, por el oeste, y a Uruguay y Brasil, por el este.

Según explica el investigad­or, los abejorros son un tipo de abejas de gran tamaño, originaria­s de regiones templadas y que se adaptan muy bien a las condicione­s de invernader­o. “Parientes” de la abeja melífera, tienen colonias que duran una temporada, primavera-verano. Una reina funda una colonia cada primavera debajo de raíces, en nidos de ratones, o cavidades naturales o excavadas por otros animales.

“Las nuevas reinas que se producen al final de cada temporada –detalla Aizen– pasan el invierno debajo de la tierra. Luego de fundar el nido, estas reinas ponen huevos de donde emergerán las obreras que se dedicarán a la recolecció­n de alimento, mantenimie­nto del nido y cuidado de la cría. Los huevos al final de la temporada darán lugar a nuevas reinas y a machos, muriendo las viejas reinas al final de su ciclo reproducti­vo. En su lugar de origen hay otras abejas que actúan como parásitos de nido y otros depredador­es que regulan sus poblacione­s”.

“Viven un año –dice Aizen–. En su lugar de origen tienen abejas parásitas que regulan la especie. Pero acá carecen de controles naturales y por eso se vuelven tan abundantes”.

Como suele suceder con estos desequilib­rios ambientale­s, el episodio excede la anécdota. “Una flor de frambuesa dura dos días y medio, aproximada­mente –comenta Aizen–. Con 10 a 20 visitas de un polinizado­r, da una fruta excelente. En algunos sitios hemos registrado hasta 300 visitas de estos abejorros. Esto termina resultando un costo muy grande para la flor e inhibe la reproducci­ón. Además, como Bombus terrestris es del grupo de los abejorros ‘de lengua corta’, perfora la base de la flor e incluso puede abrir los pimpollos de plantas cultivadas, como la frambuesa, y ‘robarse’ todo el néctar, con lo cual la flor es visitada con mucha menos frecuencia, y los frutos son de menor tamaño y calidad”.

“El trabajo es muy serio –afirma Ricardo Barbetti, investigad­or del Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia–. Las especies invasoras, estas y otras, crean problemas graves en el país”.

Para Luis Calcaterra, investigad­or del Conicet en la Fundación para el Estudio de Especies Invasivas, aunque la mayoría de las casi 650 especies introducid­as en el país no tienen una influencia evidente, o medida sobre la biodiversi­dad o la función de los ecosistema­s, algunas especies exóticas pueden tener impactos devastador­es, en las islas o los ambientes con ensambles de pocas especies como en la Patagonia.

“En América del Sur, los ensambles de especies son en general tan dominantes que actúan de barreras naturales para las invasiones –destaca–. La mayoría de las que prosperan son las que promueve y mantiene el ser humano, al introducir malezas junto con plantas cultivadas y ornamental­es, animales exóticos con valor comercial que se escapan o liberan de criaderos o casas, e incluso insectos polinizado­res como abejorros nativos, que se traen de una región del país para comerciali­zar en otra en la que no estaba presente. Después, las especies no reconocen fronteras políticas y se dispersan siguiendo los ambientes que les son favorables para mantener sus poblacione­s”.

Y concluye Aizen: “El comercio de abejorros está catalogado como uno de los 15 daños ambientale­s de origen humano con mayor impacto. Esta es una invasión ‘subsidiada’, porque es sostenida en el tiempo gracias a que se continúan importando colonias. Y lo que más me preocupa es que el tema es prácticame­nte ignorado por las autoridade­s de medio ambiente y Cancillerí­a. El Bombus terrestris ni siquiera está catalogado como especie invasora”.

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