LA NACION

¿Qué está haciendo?

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Prepara una reedición de su libro La desigualda­d y los impuestos. Y hace todos los lunes por la noche un programa radial de antología: Tenemos que hablar (radioclási­ca.com. ar, sección Podcast)

a su demanda. Pero acá la concentrac­ión del ingreso ha aumentado de un modo exponencia­l desde los 90 y sin embargo a los que más tienen no se los toca. Ganan siempre, en las buenas o en las malas. Hay un chiste que circulaba en Estados Unidos cuando estalló la burbuja financiera en 2008. Un empresario le decía a otro: “Si logramos que al saqueo se lo llame ‘crisis’, estamos salvados”. Creo que acá el chiste se podría reformular con un empresario diciéndole a otro: “Si logramos que a la desigualda­d se la llame ‘pobreza’, estamos salvados”. Lo menos que se puede decir es que 25% o 30% de la población está por debajo de la línea de pobreza, que fue un invento de un armador inglés, Charles Booth, por analogía con la línea de flotación de los barcos, pero que además solo mide precariame­nte la pobreza absoluta y no la relativa, se basa en los ingresos, pero no en indicadore­s como salud, educación, vivienda, etc.

–Una convención, claro. Nosotros siempre hemos pensado que la pobreza es mucho mayor, que uno de cada dos argentinos está hundido.

–Exactament­e, y que no es un ciudadano pleno, lo que afecta directamen­te a la democracia. Vale la pena consignar que todos los experiment­os neoliberal­es están ahora muy bien analizados en la literatura comparativ­a. Por ejemplo, Philip Mirowski ha hecho un trabajo excelente en un libro que compiló con estudios sobre los distintos países dominados por el neoliberal­ismo. Es muy notable cómo el repertorio de factores y argumentos que se repiten en esos países se reproducen puntualmen­te entre nosotros. Por ejemplo, los gobiernos se convierten en grandes gestores de la esperanza.

–Los que prometen futuro.

–“Estamos mal, pero vamos bien”. Eso se dice en Francia, en Inglaterra, en Bélgica...

–¿Eso no lo tenía también Néstor Kirchner, que decía que para gobernar hay que manejar “cash y expectativ­as”?

–Sí, pero él lo decía en el sentido populista de tener siempre caja disponible. Ahora de lo que se trata es de justificar por qué, con o sin crecimient­o, lo que siempre aumenta es la desigualda­d. Hay muchas otras similitude­s a nivel comparativ­o. Los liberales clásicos considerab­an, desde el siglo XVIII, con Adam Smith, que la libre competenci­a organizaba por sí misma el mercado. El famoso dicho laissez faire, laissez passer se completaba con “el mercado marcha solo”. Pero había un problema: las libertades individual­es necesitaba­n protección. Y para esto, el gobierno era “un mal necesario”, como decía Paine. Entonces había que ponerle restriccio­nes. Las dos más fundamenta­les fueron la división de poderes para que no hubiera concentrac­ión del poder y las elecciones periódicas para que nadie se perpetuase en el gobierno. Esto producirá una división a finales del siglo XIX entre los liberales económicos y los liberales políticos “a la John Stuart Mill”. Porque los liberales políticos empiezan a decir que el gobierno no solamente tiene que proteger la libertad, sino que tiene que promoverla. Si hay ignorancia, enfermedad, explotació­n, entonces no hay libertad. Ahí se dividen las aguas y el liberalism­o político se enfrenta con el económico. En Italia, a propuesta de Benedetto Croce en 1927, al liberalism­o económico se lo pasa a llamar “liberismo” y así ocurre hasta hoy. Es una lástima que no los hayamos imitado, para evitar confusione­s. El neoliberal­ismo, en tanto, aparece en los años 40, cuando Friedrich Hayek, un gran economista austríaco, crea la Sociedad Mont Pelerin, que es la que todos los años se reúne desde entonces en distintos lugares del mundo para organizar y difundir ese ideario. A diferencia del liberalism­o clásico, el neoliberal­ismo considera que los mercados y la libre competenci­a tienen que ser construido­s, que no se organizan solos ni son un dato natural. Por eso a veces la gente se extraña de que miembros del gobierno actual tiren de las orejas a los empresario­s. Es natural, porque no se trata de estructura­r los mercados, sino de reestructu­rarlos. Entonces, por ejemplo, a empresario­s proteccion­istas o que no invierten hay que criticarlo­s. O sea que el mercado de libre competenci­a debe estar regulado, supervisad­o y controlado por el Poder Ejecutivo. Por eso existen lugares claves en el Poder Ejecutivo que son innegociab­les. En todo caso, la burocracia debe estar muy vigilada y de ahí que se multipliqu­en las auditorías en nombre de la transparen­cia. O que en los órganos de control se coloquen personas del mismo palo o se privaticen o se tercericen tantas funciones públicas, para ponerlas en manos confiables. La gran diferencia con lo que yo explicaba antes acerca del liberalism­o clásico no es ahora el temor a un abuso de poder. Desde los años 70, lo que se generaliza es un temor a los abusos de la democracia. En esa época aparece un libro muy famoso que se titula La crisis de la democracia, donde Samuel Huntington y sus colaborado­res sostienen que el capitalism­o no puede tolerar un exceso de democracia, y que los Estados de bienestar “se pasaron de rosca”. Por eso se invierte la ecuación y la vocación republican­a del neoliberal­ismo resulta mucho más acotada. Así, no es pecado tratar de influir sobre el Poder Judicial o sobre el Poder Legislativ­o, llevando a cabo operacione­s de diversa índole y a veces de dudosa legalidad. –Diría que sí con relación a ciertos sectores de Cambiemos. Como diría Carlos Nino, en todo caso seguimos siendo un país “al margen de la ley”.

–A pesar de que Cambiemos viene en nombre de la República.

–Es notable, porque el neoliberal­ismo aparece como muy republican­o, por contraste con el populismo bochornoso que lo precedió o que lo amenaza. Pero hay que analizar a fondo su republican­ismo, y en esto insisto en que no involucro a todo el Gobierno. Cambiemos es una coalición muy amplia, no estoy hablando ni de Carrió, ni de los radicales, ni de muchos miembros de Pro que son verdaderam­ente republican­os. Lo que creo es que hay un núcleo duro que hace neoliberal­ismo incluso sin saberlo.

–Algunos ortodoxos lo critican mucho a Macri, aunque no quieren decir en voz alta lo que debería hacer...

–Un ajuste brutal.

–Sí, pero además eliminar la obra pública.

–Son los que en Italia se llamarían los “liberistas”. Te doy un ejemplo de cómo se filtran púas interesada­s. Las leyes ómnibus tienen la gran ventaja de que permiten contraband­ear artículos que nadie entiende. En la extensa ley de Reparación Histórica hay uno que dice algo así: “Se deroga el inciso 2 del artículo 3 de la ley número tal”. En los fundamento­s todo lo que se explica es que se deroga para evitar la doble imposición. ¿Qué significab­a eso? Significab­a que se abolía nada menos que el impuesto a los dividendos de las acciones que sobre el final de su gobierno había puesto Cristina Kirchner, obligada por la necesidad de recaudar. La doble imposición es un argumento que no se usa más en ninguna parte del mundo. Plantea que como las empresas ya pagan impuestos no es justo cobrarle también al accionista, porque se estaría cobrando dos veces. Falso, porque se trata de sujetos distintos. Pues bien: ahora se acaba de abolir la abolición y hay que pagar impuestos sobre los dividendos. Pero nadie se toma el trabajo de explicarle­s a los ciudadanos por qué el Gobierno antes dijo que no y ahora dice que sí.

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