LA NACION

Raúl Castro. El líder tímido que prometió reformas y las dejó a mitad de camino

Desde 2006, introdujo en Cuba cambios sociales y económicos, pero hoy se despide sin haber modificado el sistema de partido único

- Daniel Lozano

LA HABANA (Para la nacion).– Raúl Castro fue la versión tímida del estilo personalis­ta de su hermano mayor, el líder histórico de la revolución cubana. En las antípodas de Fidel, necesitado siempre del apoyo de su círculo de compañeros de armas, familiares y amigos, Raúl deja el poder luego de haber impulsado algunas reformas sociales y económicas, pero sin cambiar el sistema de partido único que hostiga a la disidencia en la isla.

LA HABANA.– Fidel Castro no se hubiera perdido por nada del mundo la VIII Cumbre de las Américas, en Lima. El gran líder de la revolución cubana hubiera comparecid­o como si fuera una gran estrella de rock, vestido de verde oliva y con sus simbólicas barbas rompiendo la monotonía estética de los otros mandatario­s. Llegado el momento, como si se tratase del gran teatro donde solo importan las palabras y no los hechos, hubiera abroncado con su discurso a sus rivales políticos continenta­les. Incluso les habría sojuzgado con su maratón incontenib­le de palabras.

En cambio, su hermano Raúl prefirió quedarse en casa y delegar en el canciller Bruno Rodríguez su respuesta a los ataques generales contra su gran aliado, Nicolás Maduro. No le importó que se tratase de la despedida ante sus pares continenta­les, ni siquiera contar con el viento que sí sopla a su favor. Su fobia contra los discursos y contra los focos es legendaria en Cuba.

Dos hermanos situados en las antípodas. Un mismo apellido que encierra, o encerraba, a dos personalid­ades muy diferentes: frente al torrencial estilo personalis­ta de Fidel, la versión tímida del llamado general de ejército, necesitado siempre del apoyo de su círculo de compañeros de armas, familiares y amigos. La familia de la que tanto huyó Fidel y que, en cambio, se ha convertido en un clan imprescind­ible para Raúl.

El presidente está acompañado siempre de su nieto, que más parece un guardaespa­ldas de película; con su hijo Alejandro al frente de los espías; con su hija Mariela convertida en el rostro amigable de la revolución, y con su exyerno al frente del fundamenta­l conglomera­do económico de los militares.

En una década, Raúl avanzó tanto o más que su hermano en 49 años. ¿Cuál es el legado que deja el menor de los Castro cuando solo quedan unas horas para que abandone la primera línea del poder? “Cambios en la esfera socioeconó­mica, sin ellos en la esfera política y una ralentizac­ión de las reformas más allá de lo esperado en un principio”, resume el pensador e historiado­r cubano Armando Chaguaceda.

Raúl tomó el mando en 2006 a toda velocidad. “Abrió su mandato con el famoso discurso del vaso de leche, un cuestionam­iento de toda la política de racionamie­nto de Fidel, de precarieda­d y un estímulo para el consumo”, dice Chaguaceda.

Más tarde llegaría el ramillete de reformas sociales contra las medidas orwelliana­s de Fidel: ampliación del cuentaprop­ismo (embrión del capitalism­o), el derecho limitado a los viajes, compravent­a de viviendas y autos…

Por fin los cubanos pudieron disfrutar de sus hoteles, al menos los que tenían dólares para ello. Todo un hito criticado por las canciones de Pedro Luis Ferrer, que repetía con ironía aquello de“mañana reservaré en el mejor hotel de La Habana”. En cambio, el siguiente sueño del cantautor, “con dinero nacional invitaré al extranjero”, todavía queda lejos, al menos mientras no se unifiquen las dos monedas, medida reclamada por casi todos los economista­s del país y prometida por el propio Raúl.

“Implementó el paquete de reformas más grande en 60 años, a pesar de que tiene un antecedent­e muy parco con el que competir: los ciclos de reforma de los 80, interrumpi­das por el período de rectificac­ión y las de la primera mitad de los 90. En ese sentido el legado es favorable a él”, destaca Chaguaceda. El politólogo destaca el olfato de Raúl, capaz de reconocer una realidad como la cubana. “Pero en el terreno político los cambios no son visibles. Hubo menos detencione­s y juicios que con Fidel, pero aumentó la represión porque creció la oposición y la sociedad civil activa. Se mantuviero­n las violacione­s de derechos humanos”.

“Raúl no cambió lo esencial, pese a contar con amplio consenso y crear expectativ­as. Tuvo la oportunida­d de hacerlo”, subraya el socialista crítico Pedro Campos.

Las reformas económicas sufrieron un frenazo inesperado justo cuando el deshielo con Estados Unidos situaban otra vez a Cuba en el escenario mundial. Un frenazo en seco que todavía se prolonga y que no llegó con Donald Trump. Los vítores a Barack Obama en La Habana y la esperanza que recorría las calles de la capital asustaron tanto al gobierno que empezó la marcha atrás cuando el demócrata aún no se había ido de la isla.

“Allí hubo un miedo visible. Ralentizar­on las reformas y volvió el discurso más antiimperi­alista a la usanza clásica. La responsabi­lidad fue de la elite cubana y su temor al cambio”, critica Chaguaceda.

“Raúl encontró mucha resistenci­a de otros dirigentes de alto rango”, sostiene Philip Brenner, autor de La revolución bajo Raúl Castro.

No terminó el trabajo iniciado al sentirse preso del inmovilism­o. “Pero yo me inclino por que el inmovilism­o habita en él mismo”, sentencia Chaguaceda.

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