LA NACION

En Washington, poca expectativ­a de que el vínculo mejore

Con Trump en el poder y la vieja guardia cubana aún con influencia, los expertos creen que no habrá cambios

- Rafael Mathus Ruiz CORRESPONS­AL EN EE.UU.

WASHINGTON.– Cambiar para que nada cambie. Esa paradoja cae ahora sobre Cuba con el histórico traspaso de la presidenci­a de Raúl Castro a –se prevé– Miguel DíazCanel, un salto generacion­al con el sello de la vieja guardia.

“Va a haber una transferen­cia del cargo, pero no necesariam­ente una transferen­cia de poder”, advirtió Peter Hakim, del Diálogo Interameri­cano.

En Washington nadie espera que Raúl Castro suelte las riendas, o, por caso, que el recambio que despunta en La Habana inaugure una perestroik­a en la isla, empiece a dejar en el pasado el modelo socialista y sepulte el monopolio político del Partido Comunista. Menos aún que altere el vínculo con Estados Unidos.

“Yo no esperaría un Gorbachov”, graficó Peter Schechter, analista político y exvicepres­idente del Atlantic Council, en referencia al presidente ruso, Mikhail Gorbachov, quien lideró la apertura de la ex Unión Soviética en los 80.

“Raúl no se va a ir a su casa, va a mantener un estrecho control y como consecuenc­ia esto crea una situación donde el próximo presidente tendrá las manos muy atadas para hacer cualquier cambio profundo”, agregó.

Ante esa realidad, las expectativ­as de un giro en la rivalidad entre Cuba y Estados Unidos son nulas. Sin un cambio real en La Habana y con Donald Trump en la Casa Blanca, que ha desplegado un lenguaje y una política mucho más duros hacia la isla y ha revertido de manera parcial el descongela­miento que había orquestado Barack Obama, la grieta histórica persistirá.

“Todas las figuras han dejado clarísimo que el modelo comunista cubano no está en discusión, que la revolución no va a revertirse y que el sistema de partido único no va a modificars­e de ninguna manera”, apuntó Juan Carlos Hidalgo, analista del Instituto Cato, un centro de estudios libertario. “En tanto eso ocurra, no podemos ver ningún tipo cambio en la relación entre Washington y La Habana, por lo menos mientras Trump permanezca en el poder”, agregó.

Más allá del nombre del nuevo presidente, quienes siguen de cerca la política cubana llevan la mirada a los ocupantes de otros cargos que concentran parte del poder en la isla, que auguran continuida­d para la dinastía de los Castro. Raúl mantendrá el control del partido; su único hijo varón, Alejandro Castro-Espín, coronel del Ministerio del Interior, controla los servicios de inteligenc­ia, y su yerno Luis Alberto López-Callejas maneja el grueso de la economía desde el poderoso Grupo de Administra­ción de Empresas de las Fuerzas Armadas Revolucion­arias (Gaesa).

“El escenario no cambia debido a que Raúl en los últimos años de su mandato ha puesto las fichas en su lugar de tal forma que se cree una nueva estructura de mando dentro del Partido Comunista y dentro del ejército cubano, en donde miembros de su familia mantendrán el poder fáctico”, describió Hidalgo.

Castro-Espín, para muchos, es el hombre a seguir porque está siendo “preparado”, en las palabras de Hidalgo, para hacerse cargo una vez que Raúl Castro salga definitiva­mente de escena.

Por todo esto, Hakim equiparó la transición cubana a, por ejemplo, la rotación entre el presidente ruso, Vladimir Putin, y el primer ministro, Dimitri Medvedev, o la entrega del bastón presidenci­al de Néstor a Cristina Kirchner en la Argentina.

“Lo único que le gusta a la elite política de Cuba es la continuida­d y el control”, afirmó el experto. “En el mejor de los casos –continuó–, será una transición suave con cambios modestos en los primeros años hasta que se defina quién está a cargo”.

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