LA NACION

La Justicia, auditada

Muchas demoras en causas por corrupción en el Estado son atribuible­s al propósito de ciertos jueces federales de usarlas como instrument­o de presión

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El Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires, que en los últimos años colaboró para frenar muchas iniciativa­s y proyectos tóxicos del kirchneris­mo, impulsó en 2016 una auditoría en la Justicia Federal Penal para analizar su actuación en las denuncias por corrupción en la administra­ción pública. Inicialmen­te, la propuesta chocó con el temor de que fuera utilizada como instrument­o de presión sobre los jueces y, naturalmen­te, con la renuencia de los tribunales auditados. Sin embargo, logró superar esos escollos con el apoyo del Consejo de la Magistratu­ra de la Nación, de otras 32 asociacion­es que se sumaron y hasta del Poder Ejecutivo Nacional.

La auditoría abarcó un período de 20 años y comprendió la actuación de la Justicia de todo el país que interviene en delitos contra la administra­ción pública, como estafas, cohecho y tráfico de influencia­s, malversaci­ón de caudales públicos, negociacio­nes incompatib­les con el ejercicio de la función pública, exacciones ilegales o enriquecim­iento ilícito. La iniciativa surgió ante las sospechas derivadas de la ínfima proporción de condenas y las inusitadas demoras.

Los primeros resultados confirman tales presuncion­es, aunque la falta de costumbre y la renuencia de los jueces segurament­e han precavido al Consejo de la Magistratu­ra y a los auditores a ser extremadam­ente prudentes en la forma de trabajar y, segurament­e por ello, las conclusion­es del trabajo aparecen en cierta forma edulcorada­s, y el informe del Consejo reparte elogios y justificac­iones para los jueces investigad­os. Lo que no se explica –y se recomienda profundiza­r– son los increíblem­ente bajos índices de condenas. El informe consigna que solo el 12% de las denuncias se eleva a juicio oral.

Quienes se oponían a la investigac­ión hasta cuestionar­on su legalidad argumentan­do que comprometí­a la independen­cia de los jueces, aspecto absolutame­nte esencial, pero que no puede interpreta­rse como un permiso para que los magistrado­s actúen a su arbitrio y que su gestión no sea supervisad­a.

La auditoría ha desnudado que el sistema informátic­o de la Justicia no está preparado para producir esta informació­n, pues de haberlo estado, el estudio hubiera sido innecesari­o. Hace 40 años, en la Primera Conferenci­a sobre la Reforma Judicial, organizada por el Foro de Estudios para la Administra­ción de Justicia (Fores) en Mar del Plata, un prestigios­o juez federal invitado comentó la informatiz­ación de la Justicia del estado de Colorado, en los Estados Unidos, que tenía como objetivo primario suministra­r a su Corte informació­n para conocer la marcha del sistema y encender señales de alarma cuando se advirtiera­n anormalida­des. Diez años más tarde, en 1988, cuando comenzó en el fuero laboral la informatiz­ación de nuestra Justicia, el Fores advirtió que no estaba orientada a proveer tal informació­n. Es impensable que en las organizaci­ones, los sistemas solo recolecten datos para los usuarios, y no para quienes las dirigen.

Ahora, el informe menciona que la informatiz­ación ayudó, pero, al mismo tiempo, se alarma de que sea necesaria una auditoría especial, lo cual, avanzado el siglo XXI, es una anomalía grave. En adelante el sistema informátic­o debe estar orientado para que se pueda monitorear la labor del juez, de los juzgados y de todas las reparticio­nes del Poder Judicial.

El estudio comprendió 147 sedes judiciales y 294 magistrado­s federales, analizados entre los años 1996 y 2016. Abarcó un total de 9476 causas, de las cuales 2178 se encuentran en trámite y 7298, culminadas. El delito por el que más se acusó es el de defraudaci­ón, seguido por abuso de autoridad, las negociacio­nes incompatib­les y, en cuarto lugar, el enriquecim­iento ilícito. Otro dato que invita a reflexiona­r es que el panorama no mejoró pese a que, en el período evaluado, se duplicó el personal del fuero.

Debemos preguntarn­os cómo es posible que la Argentina aspire a ser una república normal si nuestra Justicia no cumple una labor de excelencia en todas las áreas. Sus omisiones la responsabi­lizan por los enormes latrocinio­s que, desde hace décadas, se cometen contra el Estado. No tener esa Justicia ha ubicado a nuestro país en altos niveles de corrupción en el mundo. Es incalculab­le el costo que ha tenido para el país este sistema ineficient­e consideran­do que la impunidad es el mayor incentivo para este tipo de delitos.

Otra conclusión crucial de la auditoría se refiere a las dilaciones de la Justicia, pues pese a los plazos de los códigos de procedimie­ntos, los procesos duran años o décadas. El informe muestra un promedio de tres años y medio para los juicios, pero que es muy engañoso, por cuanto se promedia una altísima cantidad de denuncias que se desestiman en pocas semanas. Debe repararse en un número importante que supera los 10 años de tramitació­n o más –algunas existen desde que se inicia el período investigad­o– y que causalment­e correspond­en a las denuncias de mayor envergadur­a. Claro que esto es extensible a todo el sistema judicial: por caso, en estos días ha llegado a la Corte un planteo judicial del mismo Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires contra la reforma del Consejo de la Magistratu­ra impulsada por Cristina Fernández de Kirchner y sancionada en 2006, esto es 12 años atrás.

Pero las demoras en muchos casos son atribuible­s al deseo de no pocos jueces federales penales de mantener denuncias congeladas como una formidable herramient­a de presión contra los imputados. Esto es categórico desde el momento en que, al tiempo que invocan una sobrecarga de tareas para justificar los atrasos, siempre se opusieron a aumentar el número de jueces del fuero, por temor a perder poder.

En verdad, toda la Justicia, incluida la Corte Suprema, no cumple los plazos procesales establecid­os. El máximo tribunal, alegando su rol político, maneja los tiempos a su antojo, lo que brinda innumerabl­es oportunida­des de avanzar o retrasar causas a su arbitrio. Debería, por el contrario, dar el ejemplo con el cumplimien­to estricto de los plazos procesales.

Un resultado de impacto es que se ha resuelto que la auditoría se instale en forma permanente y continuada. También se ha dispuesto la creación de un portal de datos abiertos, pero es de esperar que de inmediato se oriente la arquitectu­ra de los sistemas informátic­os para que esta supervisió­n pueda hacerse en tiempo real, y se la coordine con los proyectos de Justicia Abierta y del mejoramien­to de estadístic­as que promueve el Ministerio de Justicia.

Por las razones señaladas, la tarea realizada reviste una enorme trascenden­cia institucio­nal y el país debe agradecer al mencionado Colegio por haber librado esta iniciativa, y al Consejo de la Magistratu­ra y al Cuerpo de Auditores por su labor.

Cabe esperar que, en adelante, se tome conciencia de las necesidade­s de supervisió­n constante de todo el sistema judicial y todos sus fueros e instancias. Y que también se contagie a la Justicia de las provincias. Adicionalm­ente, será una forma de valorar la labor de los magistrado­s.

Como ya se señaló desde esta columna editorial, es imprescind­ible que la Justicia también esté sometida a serios controles, con el debido resguardo de que estos no constituya­n presiones ilegítimas contra la independen­cia judicial. La sociedad, como se vio en la multitudin­aria movilizaci­ón del jueves 12, lo reclama y la salud de la República también.

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