LA NACION

El Poder Judicial, bajo la lupa

- Ricardo A. Guibourg

En estos días, el Poder Judicial se halla en el ojo de la opinión: hay críticas, proyectos y propuestas. Llama la atención que casi todas ellas se refieran exclusivam­ente al sistema penal, que, más allá de sus indudables peculiarid­ades, comparte defectos y virtudes con el resto de la administra­ción judicial. Las inquietude­s pueden resumirse en cómo satisfacer el punto de vista de las víctimas, evitar o reducir excarcelac­iones y liberacion­es anticipada­s, habilitar más tribunales e impulsar la oralidad. Son ideas justificad­as, pero en su conjunto no obedecen necesariam­ente a un enfoque unificado del problema.

Las víctimas son respetable­s, pero la historia del derecho ha tendido a expropiarl­es la iniciativa para asegurar las garantías. Las garantías redundan a menudo en delincuent­es sueltos, pero la construcci­ón de cárceles va por detrás de la cifra de procesamie­ntos y condenas. Los tribunales están colapsados, a tal punto que una razonable propuesta provincial busca desdoblar los tribunales laborales colegiados (un pilar de la oralidad) para tornarlos unipersona­les. Así, cada avance que se propone en un aspecto corre el riesgo de generar un retroceso en otro, ya que “del mismo cuero salen las correas”.

Es preciso encarar la reforma judicial en términos más amplios, menos centrados en expectativ­as políticas y mucho más técnicos, operativos y desprejuic­iados. La justicia es un servicio, con oferta y demanda. La demanda es volátil; la oferta es rígida y costosa. Pretender que la oferta alcance a la demanda es perder una carrera de meta indefinida. Restringir la demanda es contrario a los ideales republican­os. Pero sí es posible hacer que las controvers­ias no surjan sin una razonable necesidad. El centro de la cuestión está en la seguridad jurídica: si el deudor y el acreedor saben por igual cuánto se debe, si las partes conocen de antemano la naturaleza de la obligación y las consecuenc­ias de infringirl­a, si el delincuent­e en ciernes sabe, aproximada­mente, qué costo tendrá para él el acto que está proyectand­o, es probable que esos casos se resuelvan solos.

Durante años, la seguridad jurídica ha sido erróneamen­te denostada como rival de la Justicia, pero es indispensa­ble para la convivenci­a. Sus requisitos son dos.

El primero, que la Justicia esté a cargo de buenos jueces. Esto implica organizar concursos serios, donde el ganador no esté designado de antemano como a veces sucede; y no solo para los cargos de juez, sino para todo el escalafón judicial. Eso ayudaría a desalojar la influencia política, que es un componente letal en este campo y principal fuente de desprestig­io judicial.

El segundo tiene dos partes. Primero, dejar de sancionar leyes abiertas, dependient­es del criterio de los jueces, y procurar que las consecuenc­ias legales sean tan precisas y calculable­s como sea posible: esto requiere revertir una ingenua tendencia legislativ­a actual. Segundo, pedir a los jueces analizar y hacer públicos los criterios generales con los que juzgan sus causas. Esto choca con prejuicios judiciales, pero ya se ha hecho experiment­almente y puede hacerse con buen éxito. Se ahorrarían así decepcione­s, conflictos, lágrimas y mucho, mucho dinero. Y se afianzaría la Justicia en términos verdaderam­ente operativos.

Director de la Maestría en Filosofía del Derecho (UBA)

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