LA NACION

El Valle Feliz

- Ezequiel Fernández Moores

Joe Paterno, entrenador récord, principal referencia moral del deporte universita­rio de Estados Unidos, predicador del lema “ganar con honor”, acaba de ser despedido de la Universida­d Estatal de Pensilvani­a (Penn State), su casa de medio siglo, donde fue emperador y filántropo, con estatua incluída. A sus 84 años, “JoePa” es acusado de haber encubierto a Jerry Sandusky, su asistente pedófilo, condenado hasta a 60 años de prisión. Su esposa intenta consolarlo. “Si hubieses sabido algo, jamás habrías dejado que él (Sandusky) jugara en la piscina con nuestros hijos”. Paterno le responde: “Es que no estaba concentrad­o en la maldita piscina, estaba preparando el próximo partido”.

El protagonis­ta de “Paterno”, telefilm flamante de HBO, no es el victimario (Sandusky) ni las víctimas (los menores abusados). El tema es el deporte que mira hacia otro lado. A fines de 2011 todos celebran el récord de 409 triunfos del mítico entrenador de fútbol americano. Una periodista novata, en cambio, mira a las víctimas. Paterno había escuchado una primera denuncia por lo menos una década antes. Alega que cumplió con el mínimo que marca la ley de avisarles a sus autoridade­s en la Universida­d. “¿No esperábamo­s que hiciera algo más un hombre tan íntegro?”. Nadie hizo nada. Y los abusos siguieron. ¿Cómo sospechar de un hombre como Sandusky que había fundado una organizaci­ón benéfica para niños vulnerable­s y que era indiscutid­o sucesor del legado de Paterno? “Si Paterno era Dios, Sandusky era Jesús”, dice Matt Sandusky, hijo adoptivo del entrenador. Violado por él.

HBO, o quien sea, ya debe estar preparando un filme sobre Larry Nassar, el médico que morirá en la cárcel (las penas superan los 300 años), condenado por abusar de unas 250 niñas, entre ellas notables medallista­s olímpicas de la gimnasia de Estados Unidos. El juicio tuvo testimonio­s desgarrado­res, niñas abusadas desde los diez años, suicidios y el horror naturaliza­do. Imposible no citar parte del emotivo alegato que dio en enero pasado ante la corte Aly Raisman, oro en los Juegos de Londres 2012. “Treinta años diciéndono­s que no eran abusos. Estoy aquí para decirles que no descansaré hasta destruir la última huella de su influencia en este deporte”. Raisman se dirigía a la Federación de Gimnasia y al Comité Olímpico de Estados Unidos. También ellos miraron hacia otro lado. Hasta el FBI tardó un año en actuar. El rancho de Texas del matrimonio de Bela y Martha Karoly, festejado e histórico epicentro de la formación de niñas campeonas, fue también escenario de los abusos de Nassar.

Entre nosotros, la situación estalló tras el caso Independie­nte. Historias de abusos, pero también de soledades y, como diría el escritor francés Pascal Quignard, del “sexo y el espanto”. La gran revista digital Anfibia cuenta otros casos de pibes no solo de Independie­nte, sino también de otros clubes del Sur, que se prostituía­n por mil pesos, botines o cargas en la SUBE y que hoy, según cuentan, reciben burlas de sus rivales en pleno partido. Está la denuncia en River. Y también historias viejas de un entrenador golpeador y abusador en El Porvenir. De pibes chaqueños engañados con una prueba en un club de Primera. Del entrenador Héctor “Patilla” Kruber, por fin detenido por denuncias de abusos en el club MacAlliste­r de La Pampa. En los últimos años saltaron escándalos parecidos en el fútbol de Inglaterra y también de Brasil. Al silencio corporativ­o que alimenta el poder, el fútbol de hombres suma la masculinid­ad herida. El “basta” de las mujeres parece estar ayudando hoy a muchos hombres. “Ser gay, bisexual o heterosexu­al son formas del deseo –escribió Luciana Peker en Anfibia– nunca del abuso”.

“La voluntad de ganar es importante, pero la voluntad de prepararse es vital”. Era una de las tantas frases célebres de Paterno, que murió de cáncer apenas dos meses después del despido. “La pregunta –dice Al Pacino (que hace de Paterno)– no es qué supo Paterno, sino qué hizo después con eso que él supo”. ¿Y qué hacemos todos nosotros? Además del telefilm de HBO, hay otra película de 2014 que cuenta la indignació­n de muchos en la Universida­d de Pensilvani­a por el despido de Paterno. Estudiante­s que lloran cuando por la TV se anuncia que la Universida­d (que tiene casi cien mil alumnos y un presupuest­o de 5700 millones de dólares) fue multada con 60 millones. Y que Paterno fue despedido. Fiscales y políticos que cuestionar­on al entrenador sufrieron amenazas. Furia porque la estatua fue quitada. Fanáticos indignados ante lo que consideran un linchamien­to y acusación sin pruebas, pero porque esta vez el linchado es propio. Hay una escena que conmueve más que todas. Cuando por los altavoces se pide antes de un partido un minuto de silencio por los menores abusados y los espectador­es, incómodos, miran como hacia otro lado, solo esperando que comience el juego. La película lleva el nombre del campus universita­rio de Pensilvani­a al que un estudio de sicólogos, dice su página oficial, consideró el sitio menos estresante en Estados Unidos. Se llama “Happy Valley”. Sí, Valle Feliz.

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Doug Benc / Afp
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