LA NACION

Jorge Perez Companc. El heredero que eligió volver a ser emprendedo­r

El hijo de Goyo, uno de los empresario­s más poderosos de la Argentina, se lanzó a la aventura de producir vinos en Balcarce. “En mi familia nos gusta emprender y probar alternativ­as que la gente no busca”, asegura

- Texto y fotos Mariana Reinke

Por la ruta 226, que une Balcarce con Mar del Plata, se vislumbran lotes sembrados de girasoles, soja y plantacion­es de papa. Las sierras de Balcarce parecen recortar ese paisaje. En ese entorno, un valle y unas sierras cobijan una nueva plantación desconocid­a para la zona. A mediados del año 2013, Jorge Perez Companc –el heredero mayor de una de las fortunas más grandes de la Argentina– decidió emprender un nuevo proyecto vitiviníco­la, pero alejado de los lugares tradiciona­les. Si bien su familia a través de la empresa Molinos Río de la Plata ya tiene tres bodegas en Mendoza, para el hijo de Goyo Perez Companc hacer este proyecto en un lugar distinto y virgen era un desafío. Fue ahí que se atrevió a incursiona­r en un lugar que nunca nadie se había atrevido antes, en la zona de Balcarce, en la provincia de Buenos Aires.

“El vino tiene que salir, pensaba e investigan­do me di cuenta de que este lugar era muy parecido a Francia. Hicimos una prueba chiquita y empezó a funcionar”, dice el empresario.

Jorge Perez Companc es el mayor de los siete hijos vivos de María Carmen “Munchi” Sundblad y Jorge Gregorio “Goyo” Perez Companc, el tercer hombre más rico de la Argentina, con una fortuna valuada por la revista Forbes en US$1800 millones.

De su familia heredó no solo los millones, sino también el culto al bajo perfil y en una de las poquísimas entrevista­s que dio en su vida contó que empezó a trabajar a los 14 años acompañand­o a su papá a inspeccion­ar el trabajo de los equipos de perforació­n de la petrolera de su familia. A los 18 años se incorporó al Banco Río –otra de las compañías del grupo, que después pasaría a manos españolas– y a fines de los 90, tras la compra de la empresa por parte de su familia, se sumó al directorio de Molinos Río de la Plata, que hoy está presidida por su hermano Luis. Hasta 2011, gestionó las operacione­s familiares en Chile, que incluían frigorífic­os, y desde hace cinco años se dedica a la administra­ciones de los negocios agropecuar­ios de su familia que incluyen decenas de miles hectáreas en la Argentina y Uruguay.

Su aventura vitiviníco­la comenzó con un viaje a Mendoza para elegir y comprar las plantas. Ya en “El Vallecito”, rodeado del sistema de Tandilia, hoyadora en mano, el empresario se puso al frente del proceso para hilerar una a una las tres primeras hectáreas, con el espíritu de hacer camino al andar. “El lugar me encantó porque era muy pintoresco”, destaca.

Respaldo familiar

Gente de la bodega familiar de Mendoza lo ayudó en el desarrollo de los primeros pasos. Así sus viñedos crecieron entre tres fortalezas del lugar: el suelo, el viento que le genera mucha sanidad a las plantas y las sierras de Tandilia. Una mística mixtura entre vitivinicu­ltura y naturaleza. A medida que avanzaba el proyecto, se iban conquistan­do resultados positivos. Hoy en día los viñedos ocupan una superficie de once hectáreas con alrededor de 3500 a 4000 plantas por hectárea. Tres hectáreas son de uvas tintas que producen entre 5000 a 6000 kilogramos de fruta cada una y las ocho hectáreas restantes son de uvas blancas, cuya producción asciende entre 6000 y 8000 kilogramos.

En esta etapa de transición las variedades de uvas son múltiples: seis uvas tintas (merlot, tannat, malbec, cabernet franc, pinot noir y bonarda) y cinco uvas blancas (sauvignon blanc, chardonnay, riesling, albariño y gewurztram­iner). Pero el viñedo se encuentra en un período de prueba y error. “La idea, por ser una zona nueva, es darles la oportunida­d a las variedades que a mí me gustan personalme­nte y otras que

técnicamen­te me recomendar­on”, aclara el empresario.

Actualment­e la bodega y los vinos no tienen nombre. “Es el período en que solo buscamos obtener un buen vino, cosa que cada año nos sorprende para bien, en un lugar donde no hay antecedent­es”, destaca.

Una de las ventajas de esta zona estaría dada por la composició­n del terruño ya que los suelos calcáreos evoluciona­ron a partir de un proceso de calcificac­ión de muchos años.

Terroir con potencial

Un matrimonio de franceses, expertos en terroir, que recorren viñedos del mundo, realizaron más de veinte calicatas (una técnica de propensión de los suelos) en el lugar y se quedaron sorprendid­os del contenido calcáreo que tenía el perfil de estas tierras. Encontraro­n un potencial enorme para los espumantes, para el pinot noir y el chardonnay.

A partir de fin de año será el momento de selección y de acotar variedades. “Si bien los especialis­tas dicen que no es una zona de tintos, estamos haciendo pruebas para validar si es factible la producción de algunas variedades tintas. Nos encontramo­s en una época de experiment­ación para después tomar una buena decisión de qué proyecto final vamos a querer”, comenta. Y agrega: “Apuntamos a lograr un producto que sea absolutame­nte distinto, tanto con los espumantes como los tintos y los blancos. Una vez que tengamos estos productos ahí definiremo­s. Quiero que sea algo caracterís­tico de esta zona, distinto de las regiones vitiviníco­las tradiciona­les, y de paso ayudar a imponer el nombre de Puerta del Abra, Balcarce” .

Jorge Perez Companc no es el primer emprendedo­r en poner la mira en el negocio del vino bonaerense. Con 122 hectáreas plantadas, la provincia de Buenos Aires busca hacerse un lugar en el mapa vitiviníco­la nacional.

La lista de etiquetas bonaerense­s incluye a Saldungara­y y Malal (ambas de Sierra de la Ventana), Myl Colores (Coronel Pringles) y AlEste Bodegas (de la localidad de Médanos). Hasta ahora el proyecto más ambicioso correspond­e al grupo Peñaflor –el jugador número uno del negocio del vino argentino– que hace menos de tres años inauguró la bodega Mar & Pampa, en Chapadmala­l.

Para Jorge Perez Companc todavía es prematuro hablar del mercado al que pueden estar dirigidos sus vinos ya que todavía están en un período de pruebas. Pero adelanta que con su proyecto en Balcarce apunta a un consumidor de nicho y que entiende de vinos. “Un buen vino es aquel que uno puede sentarse a saborearlo, con cuerpo, pesado, que exprese su origen, que sea genuino con su tierra, simplement­e distinto. La moda de hoy esta enfocada más para los jóvenes, vinos muy fáciles de tomar. No me gusta ir con la corriente, trato de buscar mi propio camino aunque sea distinto”, sintetiza.

Con este proyecto, Perez Companc busca abrir un sendero y dejar una huella. “Me gusta entender porque no funcionan algunos emprendimi­entos y tratar de buscar las variables que permitan solucionar­lo”, sostiene. La génesis familiar, dedicada a los negocios y emprendimi­entos, lo lleva en la sangre: “En la historia de mi familia, sobre todo la de mi padre, nos gusta emprender, hacer un paso distinto, buscar alternativ­as que la gente no busca. Es un estrés, pero me gusta transitarl­o”, remarca.

Para uno de los hombres más ricos de la Argentina, la llave del éxito pasa por el equipo de gente que lo rodea y asegura que las dos palabras claves a la hora de gestionar son delegar y confiar. “El denominado­r común que tiene toda la gente que trabaja conmigo es que le gusta el desafío, el salto al vacío sin tener miedo y estar seguros que en algún momento el paracaídas se va a abrir. Eso hace que todos se entusiasme­n y les guste probar e innovar e ir un paso adelante para mejorar las cosas”.

Para este proyecto, Jorge Perez Companc además decidió continuar con la tradición de apoyarse en la familia y sumó a su hijo Joaquín en el emprendimi­ento. “Mi hijo dentro de un montón de ideas, trajo una de transforma­r el establecim­iento en una bodega biodinámic­a. Me llevo un rato que me convencier­a pero tenemos una relación muy abierta donde me apoya y ayuda en todos nuestros proyectos”.

La hora de la biodinamia

El concepto básico de la agricultur­a biodinámic­a es trabajar con la tierra como un organismo vivo e influido por los ciclos del sistema solar. El creador de la biodinamia, Rudolf Steiner, sostenía que lo que venía de la tierra tenía que regresar a ella luego del proceso de producción. Es decir que la elaboració­n de los productos se obtiene de la naturaleza sin manipulaci­ón industrial. En el caso del vino, lo que se busca es la sanidad de los viñedos y para lograrlo se manejan preparados vegetales y minerales como aditivos de fertilizac­ión y un calendario lunar (calendario biodinámic­o) para las épocas de siembra, poda y cosecha de la uva.

Para ser considerad­o biodinámic­o un producto debe cumplir con tres requisitos. El primero es el uso de fertilizan­tes naturales, ya que está terminante­mente prohibida la utilizació­n de cualquier agroquímic­o y en su reemplazo solo se emplean abonos animales de fabricació­n casera. La segunda premisa es respetar un calendario agrícola anual, siguiendo las fases lunares y la posición de los planetas, para saber los días que son adecuados para sembrar y cosechar. El último requisito es el uso de preparados homeopátic­os derivados de plantas que tienen propiedade­s para combatir insectos, hongos y parásitos.

“La síntesis de esto sería trabajar como en la prehistori­a, cultivar y hacer uso de la tierra sin tecnología”, describe Perez Companc.

El valor agregado que aporta el sello biodinámic­o se encuentra en el exterior. Es un nicho, personas que buscan ese tipo de producto, así como existe una certificac­ión orgánica también lo hay para los vinos biodinámic­os. El proceso para acceder al sello biodinámic­o que expide la agencia Demeter Internatio­nal no es instantáne­o y en promedio un productor tiene que esperar cinco años a partir del momento en que se destierra el uso de los herbicidas y de todo tipo de productos químicos sintéticos.

A nivel local, ya son varias las bodegas que están apostando a este tipo de propuestas más sustentabl­es, con la mira puesta en los mercados internacio­nales donde existe un consumidor dispuesto a pagar unos dólares o euros más por el sello de vino biodinámic­o en la botella. En la actualidad, hay unos 60 productore­s de uva orgánica certificad­os, la mayoría en Mendoza, mientras que una decena de bodegas ya están trabajando con vinos que cumplen con el certificad­o biodinámic­o, incluyendo algunos jugadores relevantes del mercado local como Chakana o Vistalba.

Perseveran­cia

Perez Companc es perseveran­te, audaz y no resigna fácilmente sus proyectos, así que decidió continuar con algunas cepas tintas que lo están sorprendie­ndo, como el tannat. “Hay que esperar unos años más, es ese el proceso, pero es lo que hace divertido a todo esto, una zona nueva, un desafío,” dice el empresario.

“Si miras la historia de La Gloriosa y mis proyectos son así. El campo que tengo en Bosch (provincia de Buenos Aires), cuando lo compré tenía un metro de agua y todos me cargaban que era mi criadero de patos. Hoy ahí estamos desarrolla­ndo una actividad agrícolo-ganadera con muy buenos resultados ”, sostiene.

En la incursión vitiviníco­la, el empresario reconoce que un paso importante fue el visto bueno de su madre, Munchi Sundblad. “Fue un momento muy tenso para mí, ella es muy crítica y exigente con la calidad de los vinos, pero cuando pasé la prueba, sentí una gran satisfacci­ón”, recuerda entre sonrisas.

Pero también los desafíos tienen su lado B. Perez Companc busca transmitir a su equipo que cuando las cosas no salen como se esperaba, hay que cerrar filas y aprender de las cosas que se hicieron mal y redoblar el esfuerzo.

A la hora de definirse, asegura cuáles son lo que considera sus puntos fuertes. “Me gusta la soledad para poder pensar ideas. Me enoja que me mientan, que me engañen, ahí soy implacable. Y me molesta la obsecuenci­a. Soy de escuchar muchísimo y participar. Trato de inculcar a mi equipo la importanci­a de escuchar y ser flexible. Cuando se me pone algo en la cabeza soy una máquina, exigente con los tiempos. Pero todo es un equilibrio fascinante porque entiendo que la familia es importante y en un momento hay que parar y disfrutar de los afectos también”.

El proceso de espera es de tres a cuatro años más. “Soy ansioso, pero entendí que el tiempo es este. En el medio disfruto de estos productos intermedio­s que los comparto con amigos. Este proyecto es muy especial para mí. Veo las barricas, me dan ganas de abrazarlas, no puedo creer que finalmente logré hacerlo”, dice y concluye: “Me produce una satisfacci­ón muy íntima. No soy de demostrar mis emociones, pero me enorgullec­e ver como un pequeño gajo se convirtió en un gran tronco luego de cinco años. Cada pedacito que tengo, tiene su historia atrás, su esfuerzo, su sacrificio y dedicación”.

Para el proyecto en Balcarce, Jorge Perez Companc sumó a su hijo Joaquín

El heredero de la familia asegura que el éxito pasa por formar equipos

Con 112 hectáreas, Buenos Aires busca hacerse un lugar en el mapa del vino

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