LA NACION

Aprender de la crisis

De poco servirá la eventual ayuda del FMI si no entendemos que no se puede seguir tomando deuda para financiar un Estado voluminoso e ineficient­e

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Araíz de la combinació­n de factores económicos externos, como la suba de las tasas de interés en los Estados Unidos y la apreciació­n del dólar en el mundo, y de cuestiones políticas locales, los argentinos asistimos en los últimos días a una corrida cambiaria que ha puesto en duda el esquema de financiami­ento del gobierno nacional y plantea la necesidad de rectificac­iones en la política económica oficial.

Luego de intentar aplacar la fiebre cambiaria con una suba de las tasas de interés hasta niveles del 40% y con otras decisiones tendientes a restar presión sobre el dólar, el presidente Macri anunció ayer que se iniciarán conversaci­ones con el Fondo Monetario Internacio­nal (FMI) con la finalidad de lograr un auxilio financiero para afrontar esta crisis.

No hay dudas de que el organismo financiero internacio­nal podría aportar algo de oxígeno para hacer frente a la incertidum­bre derivada de la necesidad de paliar el elevado déficit fiscal y la salida de capitales que comienza a acosar a la Argentina en mayor medida que a otros países. Pero de muy poco servirá la eventual ayuda del FMI si nuestra clase gobernante no comprende que no se puede seguir tomando deuda para financiar un Estado elefantiás­ico e ineficient­e, en lugar de tomarla para reestructu­rarlo de una vez. De poco servirá igualmente si prevalecen los criterios populistas de una oposición que hoy hipócritam­ente critica un posible acuerdo con el FMI cuando, años atrás, aplaudía que el gobierno chavista de Venezuela nos prestara dólares al 15% anual.

Durante demasiados años, la Argentina ha venido sosteniend­o una fiesta de gasto público por encima de sus posibilida­des, a lo que se sumó una política demagógica en materia de tarifas de servicios públicos que pronto hizo que el país dejara de ser exportador de energía para pasar a ser importador. A lo largo de gran parte de la gestión kirchneris­ta, esa fiesta fue sostenida con fuerte emisión monetaria que derivó en un prolongado proceso inflaciona­rio, del que hasta hoy no se ha podido salir. La gestión de Macri intentó reemplazar la emisión con endeudamie­nto, pero no avanzó como hubiera sido deseable en reformas estructura­les que pusieran coto al desmesurad­o gasto del Estado. Optó por un plan gradualist­a que, en estos días, está dando señales de insuficien­cia.

Desde el Gobierno se ha intentado justificar ese gradualism­o con el argumento de que la población no está dispuesta a aceptar mayores sacrificio­s, como un mayor ajuste en el sector público y tarifas acordes con las necesidade­s de inversión en energía que tiene el país. Pero esa resistenci­a social guarda relación con un error de origen del actual gobierno: no explicar a tiempo y detalladam­ente la gravedad de la situación heredada. Como bien señaló el directivo de la Unión Industrial Argentina y del grupo Techint Luis Betnaza en LN+,“el Gobierno le pide un esfuerzo a la gente y no está explicando por qué”, razón por la cual no advertimos que el sufrimient­o que implica el incremento de las tarifas es el dolor de un parto y no el dolor de la muerte.

Hemos llegado así a la presente situación, agravada por el delicado cuadro internacio­nal caracteriz­ado por el encarecimi­ento del crédito. Frente a esta clara crisis de confianza, se impone, además de serenidad y una eficaz coordinaci­ón política, que las autoridade­s exhiban no solo señales, sino una férrea voluntad de avanzar en reformas estructura­les, que comprendan un rediseño de la administra­ción pública y un plan coherente para una mucho más veloz reducción del déficit fiscal primario, que permita bajar la presión tributaria y promover una inversión productiva que aliente el crecimient­o. De lo contrario, el eventual crédito contingent­e del FMI apenas aliviará nuestra enfermedad transitori­amente, pero no curará sus causas profundas.

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