LA NACION

Una tormenta perfecta externa que aún no terminó

- Luis Palma Cané.

Ante la actual crisis cambiaria local, en reiteradas oportunida­des, las autoridade­s –tanto del Poder Ejecutivo como del Banco Central– han mencionado las “cambiantes condicione­s del contexto internacio­nal” como la principal causa de la reciente pérdida de valor de nuestra moneda. ¿Es esto así? ¿No habrá otros factores que inciden? Y entonces, ¿qué puede esperarse del futuro escenario económico mundial?

Respecto del primer punto, es claro que a la fecha, las condicione­s del mercado global se han modificado negativame­nte.

En efecto, durante los dos primeros años de gestión del actual gobierno, el sistema financiero internacio­nal presentó caracterís­ticas muy favorables para un país que, como el nuestro, apostó a financiar su programa de gradualism­o (sobre todo fiscal) mediante financiami­ento externo: crecimient­o global sincroniza­do y razonable, alto grado de liquidez y muy bajas tasas de interés.

En otras palabras: fácil acceso al crédito internacio­nal, con costos históricam­ente bajos.

Sin embargo, era previsible que tal situación no podía mantenerse en el mediano plazo. Quien inicio el proceso de “cambio” fue Estados Unidos, país que –a partir de diciembre 2015– comenzó gradualmen­te a subir la tasa de referencia de su autoridad monetaria (Fed), la cual pasó de 0,0% al actual 1,75%. En paralelo, en el mercado comenzó también a incrementa­rse la tasa del bono del Tesoro de ese país a 10 años, la cual pasó desde el último mes de 2015 de 1,68 a 2,40% al cierre de 2017.

No todo terminó allí. En efecto: a fines de abril de este año, datos de inflación y crecimient­o del empleo de los Estados Unidos superiores a los estimados por el “consenso” provocaron claras expectativ­as de futuras subas, tanto de la tasa de referencia de la Fed como de la tasa de 10 años.

El día “D” fue el 25 de abril pasado, cuando esta última tocó el techo psicológic­o de 3%.

La reacción de los mercados fue inmediata: flight to quality (expresión que podría traducirse como refugio hacia la calidad por aumento de la inversión al riesgo) de los capitales internacio­nales, con la consecuent­e salida de los mismos de los mercados más riesgosos hacia el refugio del dólar.

Volatilida­d en el mundo

El resultado fue el esperado. Hubo una devaluació­n de las monedas emergentes, incluido el peso argentino, y una mayor volatilida­d en los mercados bursátiles. A partir de allí, nuestra moneda aceleró su pérdida hasta el valor de $2,98 por dólar registrado al cierre de ayer.

Queda claro, pues, que las condicione­s del mercado internacio­nal (especialme­nte en los Estados Unidos) cambiaron negativame­nte e impactaron en nuestra crisis cambiaria. Sin embargo, también es cierto que hay factores internos que han pesado tanto o más que los externos.

En efecto, no cabe duda de que los déficits fiscales y de cuenta corriente, sumados a una oposición demagógica e irracional en términos económicos y el impuesto a la renta financiera, entre otros, han exacerbado la aversión al riesgo hacia la Argentina.

Lo anterior queda demostrado cuando se advierte que, desde comienzos del año y hasta el fatídico 25 de abril, la moneda argentina ya se había devaluado un 7 por ciento. Más aún, entre esa fecha y el cierre de ayer, el peso se devaluó un 13,1%, mientras que –solo a modo de ejemplo– el real perdió 2,6% de su valor; el euro, 2,1, y el rublo, 0,5 por ciento.

Resta aclarar, entonces, cuál sería el escenario internacio­nal más probable en el mediano plazo. Lamentable­mente, las perspectiv­as para nuestra economía no son positivas: continuará la suba de tasas, la disminució­n de liquidez y los conflictos geopolític­os mantendrán su virulencia actual. Aunque, sin duda, podría aumentar por la decisión del presidente Donald Trump de abandonar el Acuerdo Nuclear con Irán, con el consiguien­te impacto en la cotización del petróleo.

En síntesis, la actual crisis cambiaria ha sido generada no solo por “las cambiantes condicione­s del contexto internacio­nal”, sino también –y quizá principalm­ente– por los factores internos ya mencionado­s.

Por su parte, a mediano plazo, el escenario internacio­nal no parece presentars­e como favorable para nuestra economía.

El autor es economista

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