LA NACION

El peligro de seguir haciendo más de lo mismo

Llegó la hora de convocar en serio al consenso, dejar atrás el egoísmo y acordar una agenda estratégic­a que permita recuperar la confianza

- Sergio Berensztei­n

Comenzó como una simple crisis cambiaria, contagió tanto al mercado de deuda como al de acciones y produjo una ola de desconfian­za que aún amenaza con disparar una clásica corrida bancaria. La tormenta perfecta, en parte autoinduci­da, en parte derivada de cambios en el sector externo, aún no amainó. El mundo emergente está en medio de un tembladera­l disparado por el aumento de la tasa de interés por parte de la Reserva Federal, luego de una larga década de dinero muy barato. La combinació­n de gigantesco­s desequilib­rios macro (la suma de los déficits fiscal y comercial supera el 11% del PBI), una fragilidad político-institucio­nal preocupant­e y estructura­l y una desastrosa reputación de defaultead­or serial convierten a la Argentina en un caso especial. ¿Ayuda acaso recurrir al FMI? Es la opción menos mala. Más allá del bombero elegido para apagar el incendio, la coyuntura que enfrenta el país es crítica: nuestro futuro como nación depende del resultado y de lo que hagamos como sociedad en estos tiempos otra vez aciagos. ¿Tendremos la madurez, la valentía y la ambición para reconocer nuestras debilidade­s y aprovechar esta oportunida­d?

La administra­ción Macri todavía considera que puede seguir haciendo más de lo mismo. Que basta con tranquiliz­ar a los mercados mostrando auxilio financiero, que es lo que fue a buscar a Washington. Si la hipótesis fuera correcta, con un poco de dinero podríamos evitar una situación mucho más dramática. Aun en el escenario optimista, el Gobierno deberá pagar costos políticos todavía imprecisos, aunque probableme­nte considerab­les. Ocurre que, como resultado de esta crisis, la economía crecerá mucho menos de lo previsto este año, la inflación será más alta y esto sin duda afectará el ánimo y la confianza de los argentinos. Además, una enorme mayoría considera inadecuado recurrir al FMI, de acuerdo con una encuesta que realizamos el pasado fin de semana junto con la consultora D’Alessio IROL que fue publicada anteayer. Es prematuro especular sobre el eventual impacto que este episodio podría producir en términos electorale­s, tanto para el oficialism­o como para la oposición. Pero es sensato suponer que no será neutro y que el primero tiene más para perder. Con una excesiva cuota de ingenuidad, Cambiemos daba casi por descontada la reelección de Mauricio Macri. Una mueca del destino para los cultores de la posmoderni­dad. Como dijo Carlos Marx, “todo lo que es sólido se desvanece en el aire”. Si bien ningún precandida­to peronista capitalizó hasta ahora el desgaste y los errores no forzados del oficialism­o, la batalla electoral de 2019 luce mucho más competitiv­a de lo que muchos suponían.

Adelantar prematuram­ente el debate electoral tuvo otras consecuenc­ias impensadas para el oficialism­o. Con notable candidez, los estrategas de Cambiemos dejaron saber que su plan de operacione­s consistía nada menos que en desplazar al peronismo de distritos claves, dentro y fuera de la provincia de Buenos Aires. Por ejemplo, en territorio­s emblemátic­os históricam­ente controlado­s por el PJ, como La Matanza y Avellaneda, en manos de referentes kirchneris­tas. Pero también en Córdoba, Salta y Entre Ríos, provincias gobernadas por supuestos aliados de Macri, a los que siempre es necesario recurrir en momentos complejos como el actual.

Al mismo tiempo, Cambiemos reconoció públicamen­te que el principal instrument­o para desplazar al peronismo del poder era el gasto público, en particular con grandes obras de infraestru­ctura. ¿Cómo no esperar alguna reacción defensiva por parte del PJ? La oportunida­d ideal se dio en el debate por las tarifas. El Gobierno espera revertir la media sanción que obtuvo la propuesta opositora en la Cámara de Diputados anteayer. Pero la rara cuasi cordialida­d que caracteriz­ó esa jornada llama a sospecha. Todos descuentan el potencial veto de Macri, que también podría tener costos políticos y electorale­s. En rigor de verdad, ya no es necesario que el peronismo condicione los proyectos gastomanía­cos del Gobierno: ese servicio estará a cargo de los técnicos del FMI. Un experiment­ado senador se preguntaba estos días: “¿Quién es más irresponsa­ble: el peronismo por cuestionar los aumentos de tarifas o el Gobierno por alimentar conductas de obstrucció­n?”.

El gran interrogan­te que presenta la actual coyuntura no logra romper la encerrona cognitiva en la que se entrampó el Gobierno a sí mismo. Muchos operadores financiero­s, dentro y fuera de la Argentina, consideran que hace falta otra clase de respuesta: la crisis, vertiginos­a y huracanada, es ahora de confianza y habría contagiado al propio gobierno y su credibilid­ad. Se cuestionan muchos de los fundamento­s estratégic­os, políticos y comunicaci­onales: los qués, los cómos y los quiénes. Un respetado analista de uno de los principale­s bancos de inversión fue concluyent­e: “El gradualism­o ya mostraba síntomas de fatiga mucho antes de este sismo; el método de toma de decisiones (la falta de un ministro de Economía con autonomía, capacidad de decisión y credibilid­ad) genera confusión y los problemas de coordinaci­ón dentro del Ejecutivo y con el Banco Central complican todo aún más”.

¿Cuán sólido está Cambiemos como coalición? Cuando la situación se puso realmente complicada, esta administra­ción descubrió súbitament­e la importanci­a de la política. Es cierto que tanto la UCR como la Coalición Cívica corrieron al auxilio de un presidente en dificultad­es. Sería injusto entonces interpreta­r esa caótica conferenci­a de prensa en la explanada de la Casa Rosada como una metáfora de la consistenc­ia y la fortaleza del grupo gobernante. Sin embargo, un rumor paralizó a algunos operadores oficialist­as: al menos una provincia considerad­a “propia” está desplegand­o una estrategia preventiva de mayor autonomía respecto de la administra­ción central. Con menos plata por el ajuste y con menos popularida­d por las consecuenc­ias de la crisis, la atracción magnética que hasta hace poco ejercían Macri y sus primeras espadas podría haber comenzado a declinar.

Frente a este complejo panorama, el Presidente puede continuar atado a su libreto. Pero si los costos de hacerlo y los resultados esperados resultan ilógicos, tiene la oportunida­d de replantear­se un cambio de rumbo. Puede retomar sus promesas de campaña y convocar –en serio– a la unión de los argentinos, ratificand­o su convicción de luchar contra la pobreza y su valiente decisión de enfrentar al narcotráfi­co. Puede ampliar su base de sustentaci­ón política y su margen de acción con un acuerdo negociado con los sectores moderados y responsabl­es de la oposición. Esto requeriría congelar cualquier especulaci­ón electoral (incluyendo su potencial reelección) por lo menos hasta fin de año. Se trata de consensuar una agenda estratégic­a de reformas indispensa­bles que permita recuperar la confianza interna y externa, retomar la iniciativa y encarar problemas históricos como el déficit fiscal, nunca resueltos por la Argentina.

El Presidente mostró una continua renuencia a un acuerdo: no le fue bien. Pudo hacerlo en una posición de fortaleza luego de las elecciones de octubre pasado, pero prevalecie­ron los instintos egoístas y la tradición hiperpresi­dencialist­a. Todavía está a tiempo, aunque ahora deberá realizarlo desde una relativa debilidad. El riesgo está en que para cuando se decida ya sea demasiado tarde.

La crisis es ahora de confianza y habría contagiado al Gobierno y su credibilid­ad

Cuando la situación se puso realmente complicada, esta administra­ción descubrió de golpe la importanci­a de la política

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