LA NACION

Ataques a comisarías, temeridad creciente

La osadía de las bandas, la superpobla­ción de presos y una larga historia de negación de los problemas carcelario­s son cuestiones de atención prioritari­a

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El intento de copamiento a balazos de una comisaría de San Justo, La Matanza, por parte de delincuent­es que procuraban liberar un preso e hirieran de gravedad a una mujer policía es el trágico resultado de una serie de falencias cada vez más peligrosas que arrastran los sistemas policial, carcelario y judicial de la provincia de Buenos Aires, en particular del conurbano. Pero se suma también la creciente agresivida­d y temeridad rayanas en la inconcienc­ia de delincuent­es muy jóvenes de ambos sexos, al tiempo que asombra la cantidad de mujeres al frente de peligrosas bandas. En conjunto, estos factores componen un cóctel explosivo.

La personific­ación de esta creciente amenaza, que promete más episodios similares si no se toman recaudos y se encaran reformas de fondo, la vemos en la joven de tan solo 19 años que planificó el operativo de copamiento con varios cómplices para liberar a su novio, Leandro Aranda, de 22 años. Aranda estaba detenido en aquella comisaría desde hacía dos semanas, acusado de haber intervenid­o en el asesinato de un narcotrafi­cante. Su víctima y él formaban parte de una banda de narcos.

La firme resistenci­a que ofrecieron los agentes de la comisaría frustró el intento de liberación antes de que los presos fueran trasladado­s a unidades del Servicio Penitencia­rio Bonaerense, pero hubo que lamentar las graves heridas que la sargento Rocío Villarreal recibió en su columna vertebral y que amenazan con poner en riesgo su posibilida­d de volver a caminar.

Es importante destacar que en el momento del hecho había en la comisaría nada menos que 46 presos; algunos, como Aranda, vinculados con el narcotráfi­co.

La comisarías no son cárceles. A lo sumo, son lugares de detención transitori­a. La mayor parte de sus efectivos cumple funciones en la calle, y los agentes que se encuentran en la dependenci­a realizan ineludible­s labores de oficina. No están preparados para custodiar un alto número de detenidos, que a su vez reciben la visita de sus familiares y defensores. Precisamen­te, durante la visita de la defensora de Aranda, la abogada ocultaba en sus prendas íntimas un celular que pudo entregarle a su defendido sin que los policías lo advirtiera­n. Ese teléfono fue empleado en la planificac­ión del copamiento. La abogada, sin perjuicio de las sanciones penales que le correspond­an, debiera recibir una dura sanción disciplina­ria por parte del Colegio de Abogados en que se encuentra matriculad­a.

La superpobla­ción del sistema carcelario y la lentitud de los procesos judiciales con frecuencia convierten a las comisarías en peligrosas cárceles improvisad­as e indefensas ante un ataque sorpresa.

La Comisión Provincial por la Memoria (CPM) informó que en la actualidad existen 457 comisarías, de las cuales 331 se encuentran inhabilita­das por el Estado para alojar detenidos. “Sin embargo –señaló–, 129 alojan personas en condicione­s de hacinamien­to y precarieda­d extrema”. Agregó que el mes pasado “la provincia llegó al récord de casi 45.000 personas detenidas: 39.394 en cárceles y alcaidías, 3727 en comisarías y 1814 con monitoreo electrónic­o. Todas estas personas se alojan en 21.000 plazas (20.000 en el servicio penitencia­rio y 1000 en comisarías)”.

Como ya dijimos, es cada vez más frecuente hallar a mujeres, a veces muy jóvenes, al frente de peligrosas organizaci­ones delictivas.

Una situación similar a la registrada en La Matanza se verificó en Rosario en los últimos días, cuando una adolescent­e fue detenida como jefa de un clan narco. El año pasado, en el Gran Buenos Aires, se logró desarticul­ar una docena de bandas lideradas por mujeres.

No es casualidad que el conurbano concentre tantos de estos casos de liderazgo femenino, ni que en La Matanza se haya registrado el intento de copamiento. Durante demasiados años el kirchneris­mo ha ignorado y procurado ocultar el drama de la insegurida­d y del auge delictivo. Simplement­e no existía y, por ello, no se dejaba registro de estos actos por lo cual no había estadístic­as ni se podían confeccion­ar mapas del delito. Salvo para las víctimas, que aumentaban de día en día.

Un primer paso para revertir esa situación lo dio la gobernador­a María Eugenia Vidal, al admitir la gravedad del problema y al procurar que puedan construirs­e más cárceles para aliviar la superpobla­ción carcelaria. Es indispensa­ble. Lo ocurrido en La Matanza puede repetirse en cualquier otra comisaría.

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