LA NACION

Con el reformismo no alcanza

- Alejandro Poli Gonzalvo

Al día siguiente del triunfo de Cambiemos en las elecciones legislativ­as del 22 de octubre pasado, el presidente Macri dio una conferenci­a de prensa en la que expresó: “Entramos en una etapa de reformismo permanente”. Y agregó: “La Argentina no tiene que parar, no tiene que tenerles miedo a las reformas, porque reformarse es crecer, es evoluciona­r, es progresar”.

Para muchos analistas, el reformismo permanente es apenas una estrategia de comunicaci­ón, una nueva forma de llamar al gradualism­o como método de gobierno, que venía siendo criticado por quienes opinan que el país necesita reformas estructura­les de fondo para dejar atrás décadas de retroceso y sostienen que, de no hacerse esas reformas a tiempo, la Argentina podría recaer en una crisis económica y política que traiga de nuevo al populismo. En cambio, quienes defienden el gradualism­o plantean que ir más rápido podría generar crisis sociales y políticas muy riesgosas para la gobernabil­idad.

Pareciera entonces que en ambas posiciones la Argentina se enfrentaba a sufrir una nueva crisis: o de corto plazo (que deseaban evitar los gradualist­as) o de mediano plazo (que deseaban evitar los reformista­s estructura­les). El presidente Macri conocía perfectame­nte este dilema, pero se decidió por el reformismo permanente.

Hasta esta crisis, el Gobierno podía exhibir un conjunto de reformas: liberación del cepo cambiario, salida del default, eliminació­n de retencione­s a las exportacio­nes agropecuar­ias y mineras, autonomía del BCRA, autonomía del Indec, blanqueo de capitales, reparación histórica a los jubilados, reforma tributaria, ley de responsabi­lidad fiscal, ley de consenso fiscal, actualizac­ión de tarifas de servicios públicos, ampliación la AUH, realizació­n de un vasto programa de obras públicas, plan de modernizac­ión de ferrocarri­les, plan de infraestru­ctura público-privada, licitación de energías renovables, líneas aéreas low cost, nuevas políticas para la provisión de medicament­os al PAMI, integració­n plena al mundo, ley del arrepentid­o, reforma del Código Procesal Penal de la Nación, ley de responsabi­lidad penal de empresas, ley de acceso a la informació­n pública, reforma previsiona­l y de jubilacion­es de privilegio, lucha contra el narcotráfi­co, fin de la reelección indefinida de intendente­s de la provincia de Buenos Aires.

La lectura de esta amplia lista de reformas favorece la posición de los gradualist­as: se han hecho enormes avances en poco más de dos años. La estrategia del reformismo permanente ha sido muy exitosa para incorporar mejoras en muchas áreas del país y segurament­e permitirá que otras reformas pendientes se sumen a las nude merosas ya realizadas. Se trata de sustancial­es e innegables avances. Pero ¿garantizab­a el reformismo permanente que en el futuro no se produjera una crisis pasible de ser usufructua­da por las ideas que nos llevaron a la decadencia? Esta pregunta dejó de ser una hipótesis: la crisis llegó y antes de lo pensado. Y porque llegó, el corto plazo y el mediano plazo se superponen: han desapareci­do abruptamen­te los matices entre gradualist­as y reformista­s.

Los reformista­s enumeran cuatro objetivos fundamenta­les: 1) reducción del déficit fiscal, 2) reducción del gasto público, 3) reducción de la presión impositiva, 4) reducción de la inflación. Sostienen que solo se producirá una transforma­ción profunda de la estructura socioeconó­mica argentina en la medida en que se logren avances significat­ivos en estas cuatro reformas fundamenta­les.

Ante la crisis, queda comprobado que el reformismo permanente no garantiza que el país abandone carriles de bajo crecimient­o y paupérrimo desarrollo muy similares a los de décadas anteriores. Y ello por la sencilla razón de que los niveles actuales de gasto público y presión tributaria son incompatib­les con un crecimient­o sostenido e incluso con mantener niveles de inversión en infraestru­ctura similares a los actuales. Por la vía del reformismo permanente se ha llegado al momento crucial en que el país entero deberá tomar una decisión: o forjar un Estado al servicio de los ciudadanos o seguir desperdici­ando la posibilida­d de ser una nación del primer mundo.

Es necesario que el Gobierno les presente a los argentinos un plan de acción concreto hasta el término de su mandato que incluya las reformas de fondo que toda la clase dirigente debiera debatir en profundida­d y aprobar con responsabi­lidad.

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